Pablo da Silveira, actual ministro de Educación y Cultura, tiene una vasta trayectoria en la educación privada. Si uno observa su extenso currículum, verá que la filosofía es el área en la que más se ha desarrollado y, particularmente, la rama de la lógica y la argumentación. En ese sentido, desde su condición de técnico en la materia, uno esperaría cierta “altura” por parte de quien ostenta en sus haberes una trayectoria tan ligada a una disciplina filosófica basada, fundamentalmente, en las formas.

Sin embargo, la reciente controversia del ministro con la Federación Nacional de Profesores de Educación Secundaria (Fenapes) basta como prueba para tirar por el suelo las expectativas de encontrarse con un debate en la esfera pública que cuente con argumentos sólidos y que nutran la discusión acerca de hacia dónde va la educación (que el gobierno parece haber saldado, al menos en su imaginario, de forma unilateral y cerrada a sus grupos de interés, pero eso merecería una discusión aparte).

Repasemos, entonces, el análisis del ministro para poder rendir examen lógico: “Fenapes no tiene ninguna relevancia en la vida educativa. A Fenapes la levantan los periodistas o estudiantes de periodismo que preguntan por Fenapes. Para darte una idea, en Uruguay hay más de 60.000 docentes; mirá la cuenta oficial de Twitter de Fenapes, tiene algo así como 1.500 seguidores. No es un actor relevante en la vida educativa. Los actores relevantes son los 60.000 docentes que están todos los días trabajando, aportando, comprometiéndose, tratando de mejorar. Y con ellos hasta el final”.

Entonces, siguiendo el juego de la lógica, lo primero que debemos hacer es encontrar las premisas del argumento de Da Silveira, para así interpelar si estas logran sustentar o no la conclusión que se desprende. (A modo de ayuda: una premisa es un enunciado que afirma algo, con la particularidad de que eso que es afirmado debe poder ser contrastado como verdadero o falso). A la hora de buscar premisas, también vale otra aclaración, y es que no todo lo que se dice es suficiente para comprender el argumento. Es decir, hay premisas que pueden estar implícitas, de modo que podemos descifrarlas a partir de su contexto.

Así, la primera premisa que encontramos en el planteo del ministro es que en Uruguay hay 60.000 docentes, mientras que la cuenta de Twitter de Fenapes cuenta (o contaba, pero no viene al caso) con 1.500 seguidores. La segunda premisa, que el ministro no menciona pero podemos deducir, que se encuentra de forma implícita, es que las redes sociales son una herramienta legitimadora para definir qué actores son relevantes o no en la esfera pública (sea en el ámbito educativo, político, cultural, social, etcétera). Una tercera premisa que podríamos analizar del planteo de Da Silveira es que si no fuera por los periodistas y estudiantes de periodismo que hablan de Fenapes, nadie seguiría a la Federación. Es decir, lo que el ministro sostiene es que la herramienta organizativa no tiene relevancia ninguna, más allá de los minutos de difusión que le dedican los periodistas. De todas estas premisas, la conclusión que desprende el ministro es, sencillamente: “Fenapes no es un actor relevante de la educación”.

Pasemos ahora al análisis de este argumento. En primer lugar, es curioso que un docente tan arraigado a la disciplina de la lógica presente un argumento lógico con un contenido tan particularmente pobre, pero aun así, sigámosle el juego. Da Silveira dice que Fenapes cuenta con poco más de 1.500 seguidores (olvidemos por un momento que hablamos de Twitter), mientras que el total de docentes supera la cantidad de 60.000. Si seguimos su razonamiento lógico, caben algunas preguntas: Ahora que Fenapes cuenta con 21.000 seguidores, ¿significa que es un actor más relevante? Y como la lógica es un perro que no entiende de fidelidades, puede que incluso muerda la mano de quien lo ha largado, dando lugar a la pregunta: ya que Da Silveira cuenta con 17.000 seguidores, ¿significa que Fenapes está ahora más autorizado que él? El hecho de que haya 60.000 docentes y el ministro sólo tenga 17.000 seguidores, ¿es una señal de poca representatividad? O bien podemos cuestionarnos: Si en Uruguay somos 3,45 millones de habitantes, ¿esto significa que los números del ministro hablan de una pobre representación o adhesión?

Ahora bien, pasemos a la segunda premisa. Supongamos que aceptamos que las redes sociales son, actualmente, un actor de relevancia para la esfera pública. Nos guste o no, lo que pasa allí genera ciertos revuelos que se cuelan en las agendas mediáticas, e incluso nos encontramos con que gran parte del sistema político está más pendiente de compartir bellas reflexiones que de llevar a cabo las tan necesarias acciones. Perfecto; en esto, Da Silveira tendría una cuota de razón. Sin embargo, es criticable que el propio ministro de Educación desconozca la única herramienta sindical que los docentes han tomado para organizarse desde 1964 y que, a la fecha, nuclea 56 asociaciones a lo largo y ancho del país. Al ministro pueden no gustarle los Congresos mediante los cuales la Federación decide sus lineamientos, pero eso no significa que deba desechar 56 años de historia de luchas colectivas porque eso no haya acumulado grandes cantidades de seguidores en redes sociales.

¿Por qué el ministro acepta la pérdida del salario real de los docentes? ¿Por qué no los incluye para poder repensar la educación? ¿Por qué continúa deslegitimando a aquellos docentes que optan por organizarse?

La tercera premisa es un poco más críptica, porque cuesta un poco entender de dónde surge y a qué apunta Da Silveira con esos dichos, pero si algo nos exige el juego de la lógica es respetar sus reglas, y una de ellas es la regla de la caridad interpretativa. Esto quiere decir que, por más que nos encantaría tomar el argumento y destrozarlo por poco convincente, debemos hacer nuestro mayor esfuerzo por interpretar lo mejor posible el argumento brindado. Entonces, supongamos que lo que el ministro sostiene es que, de no ser por los periodistas que le dan minutos en tele, radio y páginas en la prensa escrita, nadie se enteraría de qué hace o qué resuelve Fenapes. Lo que está diciendo, entre líneas, es que no hay mayores razones para prestarles atención, ya que, como circularmente sostiene su conclusión, no es un actor relevante. Creo que lo más interesante para tener en cuenta acerca de este punto es la visión que el ministro tiene de los actores que construyen a la educación. No es cuestión de organizarse, de generar espacios de encuentro para construir con otros, sino que se trata de una visión de hormiguero: van las órdenes y salud por esas 60.000 hormigas que cargan en sus hombros el peso de llevarlas adelante. Meritocracia y neoliberalismo vuelven a encontrarse para destilar elitismo social. Sin embargo, nuevamente podemos cuestionar esta premisa e invertir el argumento. Si es con esos profesores y profesoras “que están todos los días trabajando, aportando, comprometiéndose, tratando de mejorar” que el ministro está “hasta el final”, cabe preguntarse: ¿por qué acepta la pérdida del salario real de los docentes? ¿Por qué no los incluye para poder repensar la educación (en vez de dejarlos por fuera con un proyecto que no tuvo oportunidad de nutrirse de las diversas visiones)? ¿Por qué continúa deslegitimando a aquellos docentes que optan por organizarse?

En definitiva, varios son los argumentos para llegar a la siguiente conclusión: los dichos de Da Silveira no se sostienen como un buen argumento. Además de hacer agua por cada uno de sus flancos, parecería que, más que un análisis lógico, lo que hizo fue expresar una voluntad de su deseo (que Fenapes no sea visto como un actor relevante). Sin embargo, lo curioso es que un especialista en la materia argumentativa haya caído en errores tan crasos.

En tiempos de posverdad institucionalizada, donde cada expresión busca pasar desapercibida para ser aceptada como una verdad sin mayores cuestionamientos, es nuestro deber ciudadano ser rigurosos y críticos con los discursos que se nos presentan. De lo contrario, nos encontraremos con una democracia renga, en la que lo mismo valdrá la mentira anestesiante que la verdad incómoda. Cuando esos son los parámetros que miden nuestras diferencias (que en realidad pasan a estar licuadas en un sin-criterio de “todo es lo mismo”), tras bambalinas encontramos (¡oh, casualidad!) a los mismos actores haciendo uso del poder y de sus privilegios, hablándote de la importancia de tu voto, tu esfuerzo y tu apoyo, pero sin darte nada más a cambio que recortes, deterioro de los servicios públicos y, por supuesto, la quita de cualquier tipo de apoyo para desarrollarte.

Por eso, quizá sea oportuno recordar que no hay conquista que no sea posible sin organización colectiva, siempre con la premisa presente: al pueblo lo salva el pueblo.

Nicolás Mederos es profesor de Filosofía.