Creo que muchos lectores recordarán algo de Farenheit 451, obra que tiene ya casi 70 años. Y para quienes no la conozcan, baste mencionar que en ella se imaginaba que el capitalismo conducía a una sociedad donde, para asegurar la cohesión social, se había llegado a encomendar a los bomberos la quema de libros (de ahí el nombre, que indica, en la graduación usada en Estados Unidos, la temperatura en que se prende fuego el papel). Esto también había producido una resistencia pasiva de quienes procuraban conservar los textos fundamentales de la cultura humana, y se los llamaba memoriosos.

No creo que estemos llegando a esta pesadilla, pero sí considero que hemos avanzado mucho en el camino que imaginó Bradbury.

Voy a referirme a algunos mecanismos de la actual comunicación social, que posibilitan y también perturban la comprensión de la realidad.

Historia reciente de los medios masivos

A mediados del siglo pasado, sólo existían la prensa escrita y la radio. La prensa actuaba sobre una minoría de la población (alfabetizada y con poder de compra). La radio surgió después de la Primera Guerra Mundial, hacia 1920, con mucha mayor audiencia, pero en casi todo el mundo fue y sigue siendo financiada total o en gran parte por la publicidad. La TV se expande después de la Segunda Guerra Mundial y parece ser hoy el medio más influyente (por su alcance, por actuar con mayor intensidad en la percepción emotiva, y asimismo por la progresiva reducción de la capacidad crítica de las audiencias). Un lugar aparte debe ser asignado a Internet, puesto que actúa brindando acceso a información y por otro lado posibilita comunicación interpersonal y difusión incontrolada. Formalmente se acepta que surgió en 1983, pero su extensión hasta hoy —cuando comporta casi 60% de la población del planeta que la utiliza— llevó cierto tiempo. Por último (en este siglo) aparecieron las redes sociales, también sostenidas por publicidad. Los medios electrónicos incidieron reduciendo drásticamente la difusión, y muy probablemente también, la influencia de la prensa, que puede extenderse además a la documentación impresa. Sobre esto último, como ejemplo, puede mencionarse que la Enciclopedia Británica, que imprimía 100.000 ejemplares por año sólo para Estados Unidos, ahora destina nada más que el 1% de sus inversiones a su edición en papel. Esto puede ser apreciado como una economía ecológica, pero también induce a pensar que puede emparentarse con la ruta imaginada por Bradbury, puesto que una consulta por computadora suele ser más fugaz.

Resumen obvio

Los maravillosos avances tecnológicos, que se produjeron en tan poco tiempo en materia de comunicación social (así como en otros aspectos de la sociedad actual), suelen ser considerados como consecuencias casi automáticas de los progresos científicos, pero esto es un grueso error. Siempre la tecnología que deriva de la ciencia responde a las características del sistema productivo. Si este es competitivo, la tecnología se desarrollará en el sentido que favorezca a los inversores.

Los maravillosos avances tecnológicos que se produjeron en materia de comunicación social suelen ser considerados como consecuencias casi automáticas de los progresos científicos, pero esto es un grueso error.

Desde que surgieron las ideas de liberalismo político, que combatían el absolutismo monárquico extendido y comenzaron a aplicarse —parcialmente— con la independencia de Estados Unidos y la Revolución francesa, los gobiernos (siguiendo a Montesquieu, con matices), aparecen separados en tres poderes y progresivamente creció una concepción de derechos individuales (que al comienzo sólo comprendía a los hombres propietarios) en la que se destacaba la ausencia de censura. Esta idea condujo a sostener la libertad de prensa como uno de los pilares de la concepción democrática rousseauniana. (No olvidemos que en la historia de Occidente seguimos hablando de “democracia ateniense” aludiendo a una sociedad machista y esclavista, y que tanto Estados Unidos como Francia, se desarrollaron aprovechando la mano de obra esclava).

Este énfasis en la función promotora de la prensa para impulsar cambios solidarios en las estructuras de gobierno —muy comprensible hasta bien avanzado el siglo XIX— siguió vigente, casi sin cambios, al aparecer los nuevos medios audiovisuales y luego los electrónicos. Los progresos industriales habían incidido en que muchos países impulsaran la educación pública, lo que produjo una amplia extensión de la alfabetización.

Al surgir la radiodifusión, hubo dos respuestas políticas: en Europa occidental los Estados asumieron esta función, muy probablemente en defensa de sus lenguas, y en Estados Unidos quedó librada al mercado. Posteriormente, habiéndose difundido mucho los receptores, (y eso fue visto como un mercado publicitario interesante) también en Europa aparecieron ondas privadas, lógicamente con finalidades de lucro.

Cuando surgió la TV —que aparecía con un enorme potencial cultural— en Gran Bretaña se creó la BBC y Lord Reith le asignó como funciones informar, educar y entretener, con lo que se marcó un hito coherente con la función educadora del Estado, que en alguna medida sigue aun cumpliendo, no obstante competir también con ondas privadas, dado el posterior abandono del monopolio estatal.

En la actualidad, la función de los gobiernos respecto a los medios, en todo el mundo, es muy diversa: en los países con sistemas económicos capitalistas, predomina la acción del mercado y si hay regulación, ésta es ínfima y suele reducirse a algunos contenidos. Si se trata de regímenes dictatoriales, la regulación es arbitraria y total sobre los contenidos, delegando en el mercado su extensión y estructura. En los países donde predomina una planificación de la economía (total o parcialmente), suele haber mayor racionalización estructural, acompañada de mayor regulación de contenidos. Y todo ello, con un predominio, para la información internacional, de conglomerados capitalistas occidentales.

En definitiva, la ruta que imaginó Bradbury hacia la barbarie, ahora con más sutileza, se fue convirtiendo en autopista, porque la multiplicación incesante de mensajes (que es impuesta por un sistema productivo competitivo) no sólo absorbe neuronas, sino que las satura con publicidad y con ideas simples, ya que todos los emisores procuran extender al máximo sus audiencias, pues así obtienen más recursos publicitarios. Así se ha ampliado el número de adultos escolarizados con dificultades de lectura, problema que los pedagogos llaman analfabetismo funcional. ¿No estaremos ya en una situación de analfabetismo económico-político funcional generalizado?

Roque Faraone es escritor y docente.