La cumbre global del clima es la expresión de la ciudadanía planetaria que enfrenta el colapso climático, y sin embargo no ha avanzado en su cometido a la velocidad requerida y recomendada por la ciencia, y demandada por la opinión pública mundial. Tras un desfile de personalidades, empresas, políticos, periodistas y activistas que nos zarandea desde el escepticismo y la desesperanza al enojo y la rebeldía se juega un ajedrez multidimensional de geopolítica. ¿Cuáles son las luces y las sombras de la COP26? ¿Qué nos deja este evento en el marco del proceso del Acuerdo de París y cuál es el rol uruguayo?

Glasgow acogió la 26ª Conferencia de las Partes (COP26) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático del 31 de octubre al 13 de noviembre de 2021. Firmada con ocasión de la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro en 1992, esta convención compromete a todos los estados a evitar “interferencias antropógenas peligrosas en el sistema climático”. Semejante formulación deja claro que los líderes mundiales son conscientes de la gravedad de las amenazas desde hace al menos un cuarto de siglo, especialmente tras la publicación en 1990 del primer informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) y de la alerta roja lanzada en el reciente sexto informe, de agosto pasado. La COP26 dio como resultado el acuerdo entre partes llamado Pacto de Glasgow.

Consenso científico del IPCC

Si bien la incredulidad es un refugio humano frente al peligro, ya quedan pocos que lo nieguen. La portada de The Guardian impactó el 10 de agosto, cuando sentenció que la crisis climática es “inevitable, sin precedentes e irreversible” basándose en el recién salido sexto informe global del IPCC,1 lanzado el 9 de agosto. Este muestra, con el respaldo del mayor consenso científico internacional de la historia, desarrollado a lo largo de décadas, que existen y aumentarán los cambios dramáticos en el clima de la Tierra en todas las regiones y en todo el sistema climático, producidos por la acción humana. Muchos de los cambios observados en el clima no tienen precedentes en miles ni en cientos de miles de años, y los cambios que ya se han puesto en marcha, como el aumento continuo del nivel del mar, son irreversibles en escalas de tiempo humanas.

El informe muestra que las actividades humanas ya son responsables de aproximadamente 1,1 °C de calentamiento desde 1850 al presente, y enuncia que apenas en los próximos 20 años la temperatura global alcanzará o superará los 1,5 °C de calentamiento.

Los peores escenarios apuntan a un aumento de 2,7 °C a fin de siglo, lo cual sería desastroso: aumentos drásticos del nivel del mar, extinciones masivas de especies, aumentos drásticos de incendios forestales, refugiados y muertos climáticos.

El carbono quemado en pos del desarrollo

El principio de las responsabilidades comunes pero diferenciadas es una de las piedras angulares de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 1992. Se basa en que algunos países tengan más obligaciones que otros siguiendo un principio de justicia y equidad, ya que los países industrializados se desarrollaron tempranamente con un modelo de consumo y producción basado en la quema de combustibles fósiles y un cierto patrón de desarrollo (alto en emisiones de gases de efecto invernadero), proceso que no ha cesado de aumentar en la cuasi totalidad de los países, pero que en los países desarrollados ha acumulado niveles de emisiones de orden drásticamente superior a la media.

La cuestión de quién es responsable de las emisiones históricas de carbono es claramente crucial en el contexto de los debates sobre justicia climática, ya que el aumento actual de la temperatura es efecto directo de estas emisiones acumuladas en la atmósfera y no de las emisiones anuales. Según el último trabajo de Carbon Brief,2 los seres humanos han emitido unas 2.504 gigatoneladas de CO2 a la atmósfera desde 1850 (esto se alinea con las cifras del IPCC y el Global Carbon Project), de las que dos tercios (1.718 gigatoneladas) son derivados de emisiones de combustibles fósiles y cemento.

Estados Unidos se mantiene en la primera posición del ranking por sus emisiones acumuladas de CO2. Su emisión se asocia con unos 0,2 °C de calentamiento hasta la fecha. En segundo lugar se encuentra China y en el tercero, Rusia, seguida de Brasil e Indonesia.

En particular, este último par de países se encuentra en el top diez en gran parte como resultado de emisiones provenientes de la deforestación, a pesar de los totales relativamente bajos del uso de combustibles fósiles. Alemania está en sexto lugar, con 3,5% de las emisiones acumuladas, gracias a su industria energética dependiente del carbón.

Un hito relevante para el Pacto de Glasgow ha sido reconocer explícitamente al carbón y los subsidios a combustibles fósiles como culpables de la crisis climática, pero sólo se compromete a su “disminución gradual”.

El cúmulo de los principales diez países desarrollados se acerca fácilmente a 50% de las emisiones acumuladas, por lo que deben ser más acelerados en su disminución y, además, efectuar contribuciones sustanciales a la financiación climática. Pero esto no debe impedir analizar y cuestionar que muchos países del Sur Global insisten en la responsabilidad central de los estados desarrollados y buscan disminuir sus responsabilidades, mientras que al mismo tiempo insisten en recibir dinero para lidiar con el cambio climático.

Según planteó Eduardo Gudynas3 hace pocos días, Uruguay emitiría 0,02% de las emisiones globales, pero si medimos las emisiones per cápita el panorama cambiaría, ya que los uruguayos emitimos más que los alemanes (9,97 toneladas de equivalentes de CO2 en Uruguay contra 9,37 en Alemania por persona) y estamos muy por encima de los chinos o los brasileños. Sin embargo, es posible considerar que las emisiones de Uruguay son fundamentalmente de origen biológico (metano de la ganadería) y se inscriben en el ciclo del carbono, y sus emisiones de C fósil son muy pequeñas.

Financiamiento climático

“Es notoria la falta de compromiso con el financiamiento climático”, sostiene Walter Oyhantçabal, experto en el seguimiento de la COP e integrante del IPCC, hoy integrando la delegación del Instituto Internacional de Cooperación para la Agricultura y quien por muchos años formó parte de la delegación oficial uruguaya. Según Oyhantçabal, la promesa hecha en la COP de 2009 en Copenhague de que los países desarrollados aportaran 100.000 millones de dólares anuales está lejos de cumplirse, y dentro de los fondos que hasta ahora se han aportado en realidad una porción muy significativa se trata de préstamos que deberán repagarse. Esto incumple el principio de las responsabilidades comunes pero diferenciadas y los compromisos asumidos en diferentes COP.

Por último, el especialista marcó que un aspecto emergente importante en el que se avanzó sólo en parte, pero que marcó esta COP, por la fuerte presión del Grupo de los 77 más China (principal representante de los países en desarrollo), es el reconocimiento de que, además de las más conocidas respuestas frente al cambio climático de mitigar (reducir las emisiones y aumentar el secuestro de carbono) y de adaptarse al cambio climático para gestionar los riesgos, hay que considerar el componente de pérdidas y daños causados por el cambio climático. Los planteos de los países en desarrollo y la presión social tienen bases muy justificadas, ya que los impactos actuales del cambio climático recaen de manera desproporcionada sobre los países que tienen menos responsabilidad histórica. Es un principio de justicia climática que existan compensaciones por estos impactos.

Uruguay debe ser extremadamente coherente en sus planteos y buscar la integridad ambiental y la sustentabilidad para sus planes de largo plazo.

En relación a la financiación, la COP de Copenhague en 2009 prometió que los países en desarrollo recibirían desde 2020 al menos 100.000 millones de dólares al año en financiamiento climático, de fuentes de los sectores público y privado, para ayudarlos a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y hacer frente a los impactos del clima extremo. Esa promesa no se cumplió: las estimaciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, publicadas en setiembre, mostraron que el financiamiento climático en 2019 ascendió a unos 80.000 millones de dólares, muy por debajo del objetivo. Y, por supuesto, un tema clave es hacia dónde van las financiaciones y cómo se define esto. Es vital que una buena parte (por ejemplo, 50%) de estos fondos se destine a la adaptación de países pobres, vulnerables y en desarrollo.

Jóvenes ¿abstenerse?

¿Dónde jugarán los niños?, cantaba Maná el año que se fundaba la convención de Cambio Climático, en Río de Janeiro 1992. Sería sensato preguntar a los jóvenes del mundo cómo perciben este tema, ya que son herederos del meollo. Más allá de la gerontocracia patriarcal universalizada que Glasgow expresa, algo es seguro: los sistemas y planes que se han desplegado para lograr la escala de cambios necesarios para garantizar el bienestar climático de las próximas generaciones no son suficientes.

Los jóvenes perciben el cambio climático como amenaza global y piden participar en proyectos, según una encuesta realizada entre enero y marzo de 2021 a más de 8.000 jóvenes de entre 18 y 35 años de 23 países de Europa, Asia, África y América Latina que apuntó a conocer la visión, las experiencias y las aspiraciones de los jóvenes en torno a la urgencia climática, según el British Council. Una de las principales conclusiones del informe es que las nuevas generaciones quieren hacer aportes significativos para luchar contra el cambio climático, pero perciben una falta de oportunidades para hacerlo: 75% de los encuestados afirma contar con habilidades para abordar esta temática, pero 69% no ha podido participar nunca en este tipo de acciones.

Las conclusiones de este informe se emplearon para escribir una Carta Global de la Juventud que sugiere un plan de acción basado en las opiniones y aspiraciones de los jóvenes. La versión final de esta carta se compartió con los responsables políticos y líderes mundiales que participaron en la COP26.

Cómo se para Uruguay en la COP

Uruguay siempre ha sido un alumno aplicado e inteligente en los últimos 20 años de las negociaciones en el marco de la COP. Ha sido ingenioso y ha sabido aprovechar sus mejores capacidades con equipos técnicos sólidos y muy bien estructurados en su Sistema Nacional de Respuesta al Cambio Climático, para aportar, sistematizar y diseñar planes e indicadores precisos, lo que se ve muy bien plasmado en su política climática y los avances bien documentados de sus compromisos nacionales de desarrollo, que se han presentado en un formato original de objetivos de reducción de la intensidad de emisión de gases.4 Sin embargo, la duda con este formato de objetivos es si posibles crecimientos económicos, basados en actividades negativas en el balance de carbono neto (aumento de la agricultura, crecimiento del feedlot) de nuestra agropecuaria, podrían conllevar un incremento de emisiones netas acoplado al producto interno bruto y a un aumento de emisiones per cápita para nuestro país.

Más allá de ello, Uruguay ha logrado realizar y hacer valer una ejemplar transición de la matriz energética y ha procurado generar procesos participativos y plurales en la elaboración de sus políticas y planes climáticos, como por ejemplo los planes nacionales de adaptación y su último proceso de elaboración de estrategia climática de largo plazo.

En temas vinculados a la agropecuaria, Uruguay tiene una moción ya histórica (que comparte con vecinos pecuarios) en la que somete a discusión la métrica de contabilidad de gases adoptada en la COP, en la que se “castiga” y sobrerrepresenta en términos relativos el efecto de la emisión del gas metano, cosa que perjudica a los países ganaderos.

De todas maneras es evidente que Uruguay debe ser extremadamente coherente en sus planteos y buscar la integridad ambiental y la sustentabilidad para sus planes de largo plazo, por lo que no deberíamos apoyar la transferencia y el uso de certificados de emisión que quedaron remanentes del Mecanismo de Desarrollo Limpio del Protocolo de Kioto para el Acuerdo de París, lo que podría generar negocios lucrativos para ampliar drásticamente la frontera forestal sobre ecosistemas naturales, como se sugiere en un reciente artículo de El País.5

Revisar con ojos atentos las implicancias de esto y hacer aportes a la Estrategia Nacional de Largo Plazo que está siendo sometida en estos días a consulta pública,6 lejos de ser sencillo, es crucial. La importancia puesta en la adaptación, en los territorios y las poblaciones vulnerables, con lentes de género y generaciones y con ambición climática creciente en el sistema agroalimentario, la industria, el turismo y el transporte es un compromiso colectivo y con las próximas generaciones, así como con la comunidad planetaria. Conocer y asumir nuestros compromisos nacionales y personales con esto es la única vía para ejercer una acción climática responsable y consciente.

Creo sinceramente que los jóvenes deben tener más espacios relevantes de participación y que las organizaciones de la sociedad civil organizada deberían tener un lugar (que no tienen) en el Sistema Nacional de Respuesta al Cambio Climático. Es crucial consensuar una estrategia para un sistema agroalimentario uruguayo sostenible, basado en el escalamiento de la agroecología, las transiciones del sector agroexportador hacia mayor sostenibilidad, el desarrollo industrial basado en bioeconomía y agregado de valor, el fortalecimiento del Sistema Nacional de Áreas Protegidas, el desarrollo de un turismo respetuoso y diferenciado, llegar a 100% de nuestra matriz energética sostenible y limitar drásticamente el uso de todos los combustibles fósiles en industria, transporte y actividades agropecuarias. Además, es imposible en este sentido obviar los graves problemas de eutrofización en aguas, que también redundan en emisiones (que no son contabilizadas), o los cambios en el uso de la tierra y los procesos de erosión y degradación.

Pero todos estos procesos (y muchos más que son necesarios) se continúan ordenando, en definitiva, entre los estertores de una dinámica civilizatoria avasallante que no se pregunta “dónde jugarán los niños” ni “qué pasará con mis semejantes de las islas del mundo cuando el agua les llegue al cuello”. Paradójicamente, frente a esta carrera climática en Glasgow, con entradas excluyentes que permiten sólo la participación de una élite, deberíamos apagar las máquinas y dedicar tiempo de calidad para pensar las preguntas más viejas de la humanidad en nuestro entorno cercano: ¿qué precisamos realmente para nuestro bienestar y realización? ¿Cómo lo logramos juntos, dejando a nuestros sucesores el mejor bien común en este hermoso e irremplazable planeta? Si soñamos esas respuestas podremos construir lo necesario.

Federico Bizzozero es coordinador del Programa Agroecología del Centro Uruguayo de Tecnologías Apropiadas y consultor del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo en producción agropecuaria sostenible.