La intención de este análisis es comenzar a desentrañar algunas de las afirmaciones que sostienen a nuestro deporte, principalmente desde el sentido común –me arriesgo a decir hegemónico– que provocan el desprestigio hacia el trabajo de gran parte de los profesionales y actores que conforman el querido y amplio campo del deporte. Me centraré particularmente en separar la paja del trigo cuando hablamos de política en el deporte, principalmente porque cuando la política se mete en la gestión, entre otras actividades profesionales soportadas por lo técnico, y se saltea a los profesionales formados para ello, alude a un sentido práctico totalizante: todos podemos hablar de deporte, más allá del conocimiento al respecto. Acto seguido, cualquiera puede tomar decisiones sobre deporte y, además, obligar a otros a hacer lo que quiere por el lugar de poder subalterno que esos otros ocupamos. Pero si nos comparamos con otros campos, cuando un arquitecto/ingeniero diseña las bases de un edificio, o un cirujano opera, no hay política que valga. ¿Por qué sucede esto con el deporte? ¿Por qué es tan difícil separar la gestión de la política, o separar lo técnico-profesional de las decisiones –potencialmente bienintencionadas para las instituciones o intereses sectoriales, pero carentes de conocimiento– devenidas estrictamente del sentido común y de la voluntad política?

Elementos para una lectura política1 en el deporte

Como primer argumento separador, sostendré la idea de que abandonamos la política cuando privilegiamos las dimensiones orgánicas. Es decir, cuando hablamos de satisfacer las dimensiones basales, necesidades básicas o cualquier otro aspecto de la supervivencia. También cuando hablamos de intereses de individuos, porque si hay algo que tiene la política es que es una discusión colectiva, y lo colectivo no debería circunscribirse a un único rumbo si se pretende como política. ¿Por qué?

Es una separación para nada ingenua, pero al hablar de organismo (entrenamiento, técnica, fuerza, para el rendimiento, para la salud, para la supervivencia, etcétera), o para hablar de maximizar la vida, estamos tomando decisiones de la gestión de los alimentos, de los recursos, de los ciclos (macro, micro, olímpico), de las tareas. Para estas actividades no es necesario un político o una política; lo demuestra la historia de la humanidad, lo demuestran los animales, lo demuestran aquellos grupos o sociedades que viven “aislados” al generar sus propias formas de vida.

Para sobrevivir y rendir no necesitamos de la política. Sin embargo, las grandes organizaciones de poder nos convencieron de que la política es una posibilidad dual obligatoria y estructural: de dominación y de liberación, de igualdad y desigualdad, y otros binarismos que se dirimen en la arena de disputas de poderes y no necesariamente en la política. Pero preferiría decir que, en tanto imposición o imposibilidad de salir de la política, hasta esto puede ser discutido si es que queremos que haya política. En definitiva, las políticas se hicieron necesarias y las necesidades se hicieron políticas. Por ello, la necesidad de que nos dejen por fuera de las discusiones y decisiones, así como la necesidad de que nos dejen por fuera de espacios políticos para atender determinados intereses y someternos a los trabajadores y otros actores del deporte al orden de la gestión. Así, la política se confunde (quiere ser confundida) con la gestión. O se confunde con los partidos, o con las instituciones. La política precisa de todas estas instancias, mas no se reduce a ellas.2

Esto no quiere decir que siempre haya política. Afirmo que sí la hay en algún punto del recorrido de las decisiones. Afirmamos que también hay cuestiones estructurales, como las posiciones y las relaciones de poder. Pero no todo es política. El deporte tiene ejemplos claros: la gestión de un equipo deportivo, la técnica, la táctica, la tabla de posiciones, el récord, la tecnología, el reglamento y sus interpretaciones. Tiene espacios objetivos, técnicos y profesionales, que brindan resultados claros y no dan lugar a la opinión sino a la categorización y a los datos. Es decir, hablaremos de política cuando haya una discusión sobre el futuro político del deporte y sus actores. Para ello tiene que haber posiciones –políticas– desencontradas sobre deporte, que se disuelven en una amnistía a partir de la cual, en general, desaparece la política. Cuando se llegue al consenso, dejaremos de hablar de política y daremos paso a la gestión de los recursos en que la política ya decidió. ¿Por qué? Porque bajo esta premisa hay política cuando los hablantes que reflexionan y opinan sobre su futuro son más importantes que su rendimiento.

Esto es especialmente visible en lo que habitualmente se denomina “deporte de alto rendimiento”, ámbito en el que el límite parece estar en la propia fisiología y no en la decisión ética. Todo un conjunto de prácticas destinadas a mejorar el rendimiento, muchas veces, a cualquier precio (literalmente). Este tipo de tratamiento del cuerpo deja ver claramente la disolución de lo político en lo biológico.3

Obviamente la gestión es necesaria, tan necesaria como el no abandono de la política. Una política deportiva es política cuando conserva en su estado latente la participación de los deportistas, socios, gestores, políticos, técnicos, profesionales, entre otros, en su hacer político. De lo contrario, algunos decidirán por nosotros, y los trabajadores del deporte, los deportistas, los técnicos y los socios, si es que queda alguno después de tanto privilegio a la gestión que se ha dado por la aparición de las sociedades anónimas deportivas (SAD), gestionaremos los recursos.

Vale afinar teóricamente que si se pretende una política, en este caso deportiva, hay que privilegiar los espacios y tiempos de la política (es decir, la presencia de discusión permanente y colectiva desde diferentes actores que integran el campo objeto de la política). Pero, a su vez, hay que considerar que hay una serie de decisiones que no lo son, y para ello existen profesionales, investigadores, técnicos, entre otros actores, que en la política deportiva, me atrevo a decir mundial, son poco incluidos y respetados tanto para una mejor toma de decisiones políticas, para incluirlos en la construcción de las políticas, como en su ejercicio profesional.

¿Y la ONDI?

Como puntapié inicial podría afirmar que la Organización Nacional de Deporte Infantil (ONDI) no es una política. En primer lugar, porque no tiene ni tendrá discusión. Pareciera que nadie opina en contra. Pero tampoco está importando esa opinión porque no se generan espacios de discusión política, sino que se sostendrán espacios de gestión –precaria– de las necesidades.

Sostener al deporte infantil desde una gestión pública con voluntariado es la primera señal de la nula política que representa la ONDI.

"ONDI se está apoyando institucionalmente en la fortaleza que tiene la Organización Nacional de Fútbol Infantil (ONFI) como organización. El gran sostén de todo el programa son los 6.000 u 8.000 voluntarios que tiene ONFI en todas las directivas de los clubes de fútbol infantil. Son los que no dirigen, a veces ni hijos tienen jugando, y están al frente de esos clubes de baby fútbol: cuando falta para pagar la luz ponen el dinero necesario, son los que vienen primero a marcar la cancha de mañana, están arriba de los techos tratando de tapar las goteras en los vestuarios“decía Mosegui entrevistado por Garra.4

Sostener al deporte infantil desde una gestión pública con voluntariado es la primera señal de la nula política que representa la ONDI. No hay política posible sin discusión, pero tampoco la hay sin profesionales que la sostengan en el tiempo y que hagan un soporte cada vez más profundo a esta discusión, porque en la vida cotidiana los actores del deporte estarán intentando gestionar las necesidades básicas (dígase pintar la cancha, tapar los agujeros, etcétera). Aquí es donde se privilegia la gestión –“de la miseria”, alegaron algunos autores críticos– al punto de que los voluntarios no solamente se encargan de la enseñanza, sino del alimento, el mantenimiento, la estética y la salud de niñas y niños.

Además de reproducir las condiciones complejas de desigualdad con las cuales se sostiene el deporte a nivel nacional, con voluntariado, malas infraestructuras y nulos apoyos al sistema clubista, la gestión de la ONDI no solamente no las mejora, sino que a su vez las ignora.

"Nosotros creemos que en las localidades del interior no necesitamos un club de fútbol infantil, otro de rugby y otro de handball; necesitamos que el club, en la misma institución, con la misma comunidad deportiva y la misma comisión directiva, tenga un montón de disciplinas deportivas. Eso es lo que va a hacer que sea más fuerte, que genere más identidad y que tenga más gente comprometida para que crezca todo el deporte en sí”, afirmó Mosegui.

Me atrevo a afirmar que la historia del deporte en Uruguay se ha sostenido por dos grandes impulsos (entre otros que podríamos considerar tanto en la implementación como en la difusión, como los medios de comunicación y/o transporte): en primer lugar, una política nacional como la Comisión Nacional de Educación Física (CNEF) creada en 1911, con sus plazas de deporte entre otras políticas de impulso a federaciones y organizaciones; en segundo lugar, las organizaciones barriales que confluyeron en pequeños, medianos y grandes clubes deportivos multideporte –algunos, me atrevería a decir, multiculturales, porque desde la tradición valdense hasta los fútbol-murga carolinos, los remeros litorales o del río Negro, los deportistas del Anglo, los vascos de la paleta, el club Sarandí de Rivera o las piscinas municipales-comunitarias de Tacuarembó, en todos los casos, políticas y gestiones confluyeron en juntar, edificar y sostener la historia de nuestro deporte, como espacio cultural e inclusivo en muchos de los casos–. Pero en la ONDI no interesa mucho la inclusión, sino la clasificación de los más y menos aptos.

"Vamos a aminorar la frustración: hay gurises que son eternos banquistas en el fútbol infantil, que no son muy buenos y que no van a tener lugar en sus equipos. Como somos competitivos, en el fútbol infantil van a jugar al fútbol los que le peguen mejor a la pelota. Puede ser que ese chico que no tiene tantas condiciones para el fútbol termine siendo un tremendo jugador de básquetbol. El que comió banco el sábado termina siendo el goleador del partido de básquetbol el miércoles de noche en el gimnasio de esa localidad, representando al mismo club. Esa es la idea. Que los gurises vean en otros deportes una oportunidad más", también afirmaba el presidente de ONFI.

Se aplica la gestión espartana del descarte –gestión eugenésica de los recursos si las hay–, a partir de la generación de propuestas “menores” para niñas y niños descartables en el fútbol, con una única visión hacia el éxito-rendimiento, y no hacia el disfrute y la educación. Nuevamente, una ausencia de política, donde se privilegia el organismo a gran escala.

Sin embargo, la ONDI pone arriba de la mesa la preocupación multicolor por la gestión del deporte infantil, algo que había sido hasta el momento un reducto exclusivo del fútbol si tomamos como base a la ONFI en tanto dependencia –en parte– de la Secretaría Nacional de Deportes. Y digo “en parte” porque gran parte de la ONFI es aún propiedad de organizaciones territoriales-deportivas del pueblo uruguayo.

Bruno Mora es profesor de judo, licenciado en Educación Física, magíster en Antropología, doctorando en Educación, docente del Departamento de Educación Física y Deportes (ISEF-Udelar), integrante del Grupo de Estudios Sociales y Culturales sobre Deporte.


  1. Las bases conceptuales para el análisis emergen de la obra del lingüista, filósofo y ensayista Jean-Claude Milner, Por una política de los seres hablantes. Breve tratado político

  2. Rodríguez Giménez, R (2014). Por una lectura política de la relación cuerpo-educación-enseñanza

  3. Rodríguez Giménez, obra citada. 

  4. https://ladiaria.com.uy/garra/articulo/2021/9/entrevista-a-eduardo-mosegui-presidente-de-la-organizacion-nacional-de-futbol-infantil/