Esta es una réplica al artículo de Fernando Andacht publicado el 1o de febrero, en el que me ha acusado de ejecutar una “operación de descalificación” y ha tergiversado mis argumentos con el agregado sutil pero no menos agresivo de insultos varios. Para no aburrir a los lectores, seguramente más preocupados por temas más urgentes y poco interesados en una discusión bastante alejada de su realidad cotidiana, no voy a responder a los agravios y voy a centrarme en refutar las principales falsedades del artículo en cuestión.

El fantasma de la “ortodoxia covid” y las “evidencias alternativas”

Andacht afirma que mi columna carece del “componente empírico sobre el cual apoyar lo escrito” e invita “a razonar con base en evidencias alternativas”. Es obvio que discrepamos sobre el sentido y el alcance de la noción de “evidencia”. Las “evidencias alternativas” (sic) a las que él alude me recuerdan a Kellyanne Conway, la extraviada asesora de Donald Trump que acuñó la frase “alternative facts” (“hechos alternativos”) para justificar burdas mentiras.

El título de la réplica de Andacht da por sentada la existencia de una “ortodoxia covid”. Esa “ortodoxia” sólo existe en su imaginación y en la de otros “disidentes”, ya que hasta ahora no han ofrecido ninguna prueba del complot que ellos denuncian. En realidad, quienes supuestamente estaríamos encuadrados en esa “ortodoxia” estamos muy lejos del consenso en torno al origen, los impactos y las alternativas de salida de la pandemia. Muchos investigadores críticos al mismo tiempo de los disparates propagados por los “disidentes” y de la deriva autoritaria de algunos gobiernos hemos resaltado la necesidad de que, a medida que aprendemos más sobre cómo contener la expansión del virus SARS-CoV-2, se corrijan errores o excesos y se actualicen tanto los protocolos de tratamiento como las respuestas estatales a la crisis sanitaria, social y económica, procurando prevenir o mitigar daños.

Como investigador de las ciencias sociales yo estoy muy preocupado por los impactos sociales, políticos y económicos de la pandemia. Andacht me acusa de dar “rienda suelta” a mi “deseo de vociferar la adhesión incondicional a todo lo que se nos comunica a diario, sin cesar, desde el gobierno”. Andacht no tiene la menor idea de mi producción intelectual ni de mi posición sobre las medidas gubernamentales, pero mi columna le basta para clasificarme como portavoz del gobierno. Al inicio de la pandemia publiqué en la diaria otra columna en la que alertaba sobre los límites de las medidas impuestas por muchos gobiernos y proponía alternativas concretas para evitar que esas intervenciones afectaran de manera especial a la población trabajadora y de menores ingresos. Más recientemente, en noviembre del año pasado coedité un libro (Public Water and Covid 19: Dark Clouds and Silver Linings) en el que investigadores de diversas regiones del mundo criticamos los lockdowns y proponemos medidas de otro tipo –centradas en la mejora y expansión de las redes de servicios públicos– para proteger mejor a los sectores sociales más vulnerables.

El más elemental ejemplo de “ortodoxia” es el paquete de desatinos divulgados por la “disidencia”. Fernando Andacht, Aldo Mazzucchelli, Marcelo Marchese, Hoenir Sarthou y otros “disidentes” de Uruguay y de otras partes han intentado reducir los debates sobre la pandemia a un cambalache de opiniones e imputaciones extremadamente simplistas y con mínima (si alguna) evidencia empírica, a los que ya me referí en mi columna anterior. En esencia, los “disidentes” reproducen prácticas ya observadas en épocas de pandemia que precedieron a la era digital. A principios del siglo XIV se difundió una teoría que culpaba a los judíos de la peste bubónica. Otros adeptos a teorías conspirativas atribuyeron la gripe rusa de 1889 a la nueva tecnología de bombillas eléctricas. Hacia el final de la pandemia de gripe española, en la segunda década del siglo pasado, se difundieron rumores de que la empresa alemana Bayer había contaminado la aspirina. La principal diferencia entre esos precedentes y la actual pandemia es que la expansión de la covid-19 se transmite en directo a todas partes del mundo y que en la era de internet algunos comentaristas sin ninguna formación en medicina, epidemiología o ciencias biológicas pueden armar en cuestión de minutos una bibliografía básica con un rejunte de fuentes y difundir sus “hallazgos” presentándolos como opiniones rigurosas y bien fundamentadas.

Es así que Andacht me acusa de ignorar “abundantes fuentes científicas” y falsea mi argumentación al insinuar que yo cuestiono la rigurosidad de revistas como Clinical Infectious Diseases o Science. En mi columna original mencioné a Nature, The Lancet y BMJ como ejemplos de revistas que han publicado una abundante y creciente masa de investigaciones que desmantelan las afirmaciones de los “disidentes”, pero aclaré que existen “muchas otras”, entre las cuales obviamente se podría incluir las dos revistas citadas por Andacht. Aparentemente Andacht no ha actualizado su propia bibliografía, ya que en las dos revistas que él menciona se han publicado varios artículos en los que especialistas tan o más prestigiosos que quienes él cita como supuesta evidencia han alertado sobre la gravedad de la pandemia y han explícitamente apoyado las medidas que él y otros ensayistas de Extramuros han desacreditado.

De forma muy burda, Andacht utiliza la táctica engañosa de cherry picking. Esta práctica –literalmente traducible al español como “recolectar cerezas”– consiste en suprimir o falsear datos, resaltando información o fuentes que confirmarían la posición o proposición elegida, a la vez que se ignora la evidencia más amplia resultante de fuentes o datos que podrían ser usados para cuestionar la explicación propuesta. Por ejemplo, Andacht cita al doctor Christian Perronne y destaca sus credenciales profesionales de forma selectiva, pero ignora cientos de artículos científicos que desarticulan su apasionada defensa de medicamentos antimaláricos como alternativas para el tratamiento de la covid-19. Andacht tampoco dice nada sobre el despido fulminante de Perronne del cargo que ejercía en el hospital Raymond-Poincaré por calumnias e injurias contra otros médicos franceses.

La misma táctica ha sido aplicada de forma reiterada por los disidentes uruguayos para magnificar los argumentos de otros médicos presentados como sostén intelectual de sus delirios. La revista Extramuros ha traducido textos del doctor Vernon Coleman, un médico británico con un profuso historial de apoyo a ideas pseudocientíficas, aberrantes y copiosamente impugnadas por la comunidad científica británica y mundial. El doctor Coleman, negacionista de la actual pandemia, es el mismo médico que hace unos años afirmaba que “el sida fue el engaño del siglo”, ya que sería “no una enfermedad de transmisión sexual, sino un trastorno de la sangre”, y que los heterosexuales no deberían preocuparse de contraerlo porque “los únicos en riesgo son los homosexuales y adictos a las drogas”. Ese es el nivel de rigurosidad científica que ofrecen las “evidencias alternativas” que Andacht me acusa de no tener en cuenta.

Supongo que cuando Andacht habla sobre “evidencias alternativas” también está pensando en la Declaración de Great Barrington, una iniciativa liderada por tres intachables profesores de las universidades de Harvard, Oxford y Stanford que argumentaron a favor de la herd inmunity (inmunidad colectiva o “de rebaño”) como salida “natural” de la pandemia sin necesidad de confinamientos, vacunas y otros medidas restrictivas de las libertades individuales o la actividad económica. La declaración original (difundida en Uruguay por la revistas Extramuros, de la que Andacht es escritor habitual) se centró en la idea de dejar que el virus se propague entre los grupos menos vulnerables hasta que la población alcance un grado de inmunidad que eventualmente protegería a los más vulnerables, pero sin definir quién es vulnerable ni establecer un plan viable para su protección. Ese documento hoy es considerado una corriente marginal en la comunidad científica, después de haber sido duramente cuestionado por cientos de expertos en epidemiología y disciplinas afines.

Andacht da por sentada la existencia de una “ortodoxia covid” que sólo existe en su imaginación y en la de otros “disidentes”, ya que hasta ahora no han ofrecido ninguna prueba del complot que denuncian.

La Declaración de Great Barrington dio lugar a una petición online en la que no se verificaban las credenciales de los firmantes. Extramuros y muchos otros medios (incluyendo algunos de los principales diarios del mundo) resaltaron que más de 6.000 “médicos” y “científicos” habían apoyado esta iniciativa, pero sin advertir que muchos de los firmantes usaron nombres falsos o eran personas reales pero sin formación o experiencia relevante. La lista de firmantes incluye muchos nombres patentemente ficticios, tales como el doctor Johnny Bananas o el doctor Person Fakename (Persona Nombrefalso). Sin embargo, sigue siendo realzada como “evidencia” por los “disidentes”.

La ya gastada alusión al nazismo

Según Andacht, yo he recurrido a “la muy previsible acusación de ser seguidor o admirador de Adolf Hitler en las redes sociales”. Dudo si Andacht me está difamando de manera consciente o simplemente no leyó con detenimiento, ya que en ningún lugar de mi columna lo acusé a él o a ningún otro “disidente” uruguayo de simpatía con esa ideología. También afirma que yo observo las “multitudinarias manifestaciones contra diversas medidas de confinamiento y de obligación del uso de máscaras” y sólo encuentro “fascistas y neonazis”. Esa afirmación es una flagrante mentira, ya que en mi texto incluí un pasaje muy explícito en el que afirmé que “obviamente, no todos los disidentes o críticos de las medidas de confinamiento pueden ser calificados de ultraderechistas”.

No conozco la afiliación ideológica de Andacht ni me interesa conocerla, pero no me retracto de un pasaje de mi columna original sobre este tema en el que observé que “los disidentes uruguayos afirman ser respetables ‘escépticos’ o ‘pensadores liberales’ y no simples divulgadores de las fantasías difundidas originalmente por la ultraderecha global, pero la distinción entre estas categorías es cada vez más endeble”. Lo mismo pasa en muchos otros países, especialmente en el epicentro del discurso negacionista. Ya a fines del siglo pasado, en 1995, el periodista estadounidense Michael Kelly publicó “La ruta a la paranoia”, un brillante artículo en la revista The New Yorker donde explicaba el proceso a través del cual muchos activistas y pensadores liberales con una larga trayectoria de militancia en defensa de las libertades civiles sufren una metamorfosis que los transforma en fieles y activos creyentes de las teorías conspirativas de la ultraderecha.

En los últimos años, la importancia de la extrema derecha como fuente de inspiración de teorías conspirativas como las defendidas por Andacht se ha reforzado, con el agregado en tiempos recientes de otros componentes. En el marco de la pandemia, una parte significativa de la wellness industry (la industria del bienestar físico y espiritual) ha abrazado con fuerza el discurso negacionista. Muchos gurúes de la new age, de la homeopatía y de otras “medicinas alternativas” afirman que el virus es la tapadera de una trama totalitaria de alcance mundial, diseñada para reprimir la libertad de movimiento, reunión y expresión y, para horror de algunos charlatanes que lucran con la industria del bienestar, para vacunar a la gente. No sorprende entonces que otro “disidente” uruguayo, Marcelo Marchese, haya divulgado en Facebook un alucinante video sobre las medidas de contención de la pandemia de una tal Henna Maria –una “experta” en healing arts (“artes curativas”) especializada en “medicina vegetal tradicional de la selva amazónica”–, presentándolo como “el video más importante que verás sobre lo que está sucediendo en nuestro planeta”.

Tampoco puede pasar desapercibida la grotesca e irritante equivalencia que Andacht esboza entre los negacionistas y la resistencia alemana. Andacht sugiere una analogía entre quienes hoy se oponen a las vacunas y “los hermanos Hans y Sophie Scholl, del grupo de la Rosa Blanca, quienes dieron su vida para resistir a ese aborrecible sistema de opresión y fueron asesinados”. La situación actual de Andacht, un académico que puede expresar libremente sus opiniones sobre cualquier tema, que vive en el muy liberal Uruguay –un país rankeado por The Economist en el informe Democracy Index 2020 publicado la semana pasada como el más democrático de América Latina y uno de los más libres del planeta–, no puede de ninguna manera ser comparada con el contexto represivo de la dictadura hitleriana.

Un debate poco factible

En el marco del inminente lanzamiento de una campaña de vacunación que ofrece una perspectiva concreta de salida de la actual crisis sanitaria, social y económica, Uruguay atraviesa una coyuntura compleja. De acuerdo a cálculos realizados por especialistas en inmunología, se necesitaría vacunar alrededor de 70% de la población para lograr la tan necesaria inmunidad colectiva. Las falacias que los “disidentes” propagan generan confusión en la sociedad uruguaya. Contrarrestar su propaganda e intentos de desinformación es la única razón que amerita una respuesta a la réplica de Andacht.

Andacht sugiere que yo le atribuyo “una orientación ideológica detestable” o “un afán lucrativo”. Por el contrario, asumo que su interés en temas referidos a la covid-19 es bienintencionado y que el sesgo manifiesto de sus escritos y comentarios públicos es la manifestación de lo que los psicólogos han caracterizado como razonamiento motivado. Este concepto se refiere a la tendencia natural a abordar temas que nos interesan con el objetivo, consciente o inconsciente, de llegar a un tipo particular de conclusión. En términos futboleros, vemos las faltas cometidas por el equipo contrario, pero pasamos por alto las fallas y los penales de nuestro propio equipo. Académicos como Andacht no son (o no somos, para ser precisos y rechazando la infalibilidad pontificia que los “disidentes” se han autoatribuido) inmunes al razonamiento motivado.

Andacht me incluye entre los propulsores de “una movida ideológica que cabe llamar debaticida”. También afirma que a mí no me interesa “contraponer argumentos” e insinúa que yo considero “más fácil y tentador estigmatizar que tener que buscar evidencias sólidas para entablar un debate con quien piensa distinto”. La estigmatización de quienes sustentan argumentos diferentes es, en realidad, un componente habitual de las prácticas y el discurso de los “disidentes”. En mi columna anterior cité de forma textual algunos términos denigrantes que Andacht ha utilizado previamente para calificar a quienes no comparten sus opiniones. En el mismo sentido, en un comentario en Facebook celebratorio del artículo de Andacht en la diaria, Marcelo Marchese se refirió a mí como “un personaje oligofrénico fácilmente desarticulable”. El debate no es viable cuando el interlocutor se limita a menospreciar al contrario, recurriendo al escarnio como táctica para suplir la carencia de ideas.

Daniel Chávez es un antropólogo y economista político uruguayo residente en los Países Bajos. Es investigador senior del Transnational Institute.