Fuimos, somos y seremos frenteamplistas; ¿cuántas veces sentimos esa voz en los actos y nos emocionamos? Es que nos sentimos parte del Frente desde lugares de lucha diversos, en los que apostamos por más y mejor democracia en la vida pública y la privada, con el esfuerzo sostenido de resignificar las viejas consignas de la izquierda en clave del siglo XXI; tarea pendiente y seguramente siempre incompleta.

¿Queremos un Frente Amplio cada vez más artífice de la articulación entre la acción política colectiva y la sociedad organizada? Es en la capacidad de dar respuesta a esta interrogante donde entiendo que se nos va la vida.

Pertenezco a un espacio frenteamplista que nació apoyando la candidatura de Carolina Cosse desde sus inicios, con el convencimiento de que precisábamos una mirada seria y de largo plazo capaz de pensar sin ataduras, donde la innovación aportara al desafío de enfrentar las desigualdades en todas sus intersecciones y a ser más profundamente humanos. Luego, y en estos tiempos difíciles, enfrentamos con fundamentos los aspectos regresivos de este gobierno, sin agrandar las zanjas que nos separan, intentando no quedar embretados en esa lógica perversa de la grieta de “ellos y nosotros” que les es tan funcional a las derechas y a los fundamentalismos en este planeta que habitamos y que cuidamos tan poco.

En La Amplia aportamos en colectivo al debate de ideas con nuestros énfasis en lo ambiental y su necesaria vinculación con el cuestionamiento a una matriz productiva que queremos cambiar; lo hicimos desde los feminismos, desde la diversidad y con la convicción de que lo intergeneracional se construye sin que nadie quede afuera, sin plantear de manera dicotómica la relación e interdependencia entre los ciclos de vida que atraviesan nuestra existencia.

Desde ese espacio, hemos estudiado la Declaración Constitutiva, visitado el Congreso del Pueblo, y nos fuimos a nuestras raíces artiguistas. Acompañamos entonces nuestra propuesta de lucha electoral con la imprescindible búsqueda de sentido.

Es preciso contar con la autocrítica como herramienta permanente para revisar lo que hemos hecho bien y muy bien, pero también para corregir lo que hemos hecho mal, muy mal, y que nos exige cambiar rumbos con la ética de la responsabilidad como nuestro sino. Y en esto, sin eludir las responsabilidades, evitar caer en la simplificación de la búsqueda de los culpables, que no reconoce la complejidad de lo que nos ha sucedido y que puede significar un tremendo retroceso.

En este proceso que debemos profundizar, seguro nos encontraremos con muchísimos dirigentes que han dejado sus vidas y su salud para implementar políticas públicas más justas, comprometiendo todo en función de la justicia social y de la lucha por la igualdad de oportunidades; pero también con quienes han vivido en la defensa de su permanencia en los lugares, tratando de rodearse sectorialmente de quienes se lo garanticen, sin el faro del proyecto de país al que nos debimos y debemos. Todo eso está presente, junto a un Frente que requiere sacudirse y darles contenido y forma a las múltiples expresiones de la tan mentada y poco explicitada renovación.

Entiendo que necesitamos un Frente que reconozca la necesidad de los cambios en sus prédicas y en sus prácticas en lo macro y en lo más micro, porque es en el cara a cara donde se disputa también lo que realmente somos.

En ese sentido, sólo comparto algunas preguntas. Si la política pública es la que debe garantizar el ejercicio pleno de los derechos humanos, ¿desde qué conceptualización de los derechos trabajamos? ¿Cómo entendemos el derecho a la cultura y la construcción de una hegemonía cultural, de una mística de la solidaridad como la que apareció en las ollas cuando cumplimos 50 años? ¿Qué medios de comunicación necesitamos entonces y para qué fines? ¿Desde qué idea de la territorialidad, de las políticas de frontera, trabajamos? ¿Colocamos la ruralidad en la corriente principal de las políticas públicas, contribuyendo a no seguir en la lógica de capital versus interior? ¿Cómo trabajamos el rol de las Fuerzas Armadas? ¿Supimos ver en seguridad lo que se dio en llamar “la nueva Policía” y que muchos no entendimos ni supimos respaldar? ¿Cuánta desigualdad estamos dispuestos a tolerar y cómo identificar y entrarle con más firmeza a la riqueza obscena?

Todo eso y seguro mucho más está en juego; y si bien es real que no hay tantas expresiones políticas como las que aparecen en los momentos electorales, no es menos cierto que todo lo que hoy define el rumbo del Frente Amplio no siempre es expresión de sectores y militantes que viven, discuten y expresan colectivos, y que es preciso también para la coalición frenteamplista reconocer las identidades políticas nuevas en construcción.

No sé si está bien decir que La Amplia pide el ingreso al Frente, porque es parte de él en muchos territorios de nuestro país, en sus comités de base; porque integra la bancada frenteamplista en el Senado y es parte del gobierno de Montevideo en sus distintos niveles; porque está en las mesitas juntando firmas como Frente contra la ley de urgente consideración.

Si sé que se trata hoy de aportar al impulso de un Frente abierto a lo nuevo, democratizador del poder, igualitario en todas sus dimensiones y gestos, diverso, antirracista y antipatriarcal, cuya hegemonía sea la de la permanente lucha de ideas, y que recupere cotidianamente en todos los rincones donde sea necesario el debate fraterno, con unidad que no sea unicidad, que se enriquezca con las diferencias de ideas e identidades junto con la unidad imprescindible en la acción.

Pero también entiendo que necesitamos un Frente que reconozca la necesidad de los cambios en sus prédicas y en sus prácticas en lo macro y en lo más micro, porque es en el cara a cara donde se disputa también lo que realmente somos.

¿Seremos capaces, parafraseando a Alfredo, de que todes y cada quien sienta “que hay un lugar para mí en la fila” y asumirlo como movimiento y como coalición?

Quiero pensar que sí; porque queremos ser lo que decimos.

Carmen Beramendi integra el colectivo La Amplia.