Al conocerse el fallo de una jueza británica que denegó la extradición de Julian Assange pedida por Estados Unidos “por razones de salud”, y a la vez mantuvo su prisión, el relator especial de la Organización de las Naciones Unidas sobre la Tortura, Nils Melzer, declaró que Assange es un preso político, y agregó que cuatro países se concertaron para perseguirlo, aludiendo a Estados Unidos, Suecia, Ecuador y Gran Bretaña.

Este relator (de nacionalidad suiza) no es un hombre de izquierda. Es un liberal que, invitado hace un tiempo a patrocinar la causa de Assange, se abstuvo de hacerlo porque en ese momento circulaban acusaciones contra él, en la Justicia de Suecia, por supuestos abusos de carácter sexual.

Pasado el tiempo, Melzer aceptó una invitación de la TV suiza para hablar sobre el “caso Assange” y comenzó diciendo lo que acabo de explicar: que creyó en la veracidad de los hechos denunciados ante la Justicia sueca pero que, al observar las persecuciones que sufrió, decidió estudiarlas. Agregó que (hijo de una sueca) domina esa lengua y pudo comprobar serias violaciones de las leyes de ese país no sólo por la Policía sino también por la Fiscalía, la Justicia y aun a más alto nivel. La Policía, al recibir un pedido de una mujer que declaró haber mantenido relaciones sexuales consentidas con Assange pero manifestó que este no utilizó preservativo como habían acordado –por lo que pedía que se hiciera un análisis de VIH para su seguridad–, registró la denuncia y la pasó a la Fiscalía. Pero, en lugar de preservar la identidad del denunciado (como indican las leyes respectivas a estos asuntos en Suecia), a las dos horas la información fue difundida por el Excelsior. Y, de inmediato, por los medios occidentales, que dijeron o escribieron “violación”. Una de las fiscales que intervinieron (muy posteriormente y en una rueda de prensa televisada) respondió a preguntas de los periodistas admitiendo que había recibido un correo electrónico del FBI (estadounidense) y que lo había borrado. Repreguntada sobre si con esa acción no había incurrido en omisión, respondió con una evasiva.

La persecución siguió

Estando Assange en Londres, Suecia pidió su extradición, y la Justicia británica, mientras consideraba el pedido, le concedió libertad condicional. Entonces Assange pidió a la Justicia de Suecia que, si iba a Suecia a declarar (como estaba dispuesto a hacerlo), se le asegurara que ese país no accedería a un pedido de extradición a Estados Unidos. Suecia contestó que no podía dar esa garantía, porque no había recibido ningún pedido de Estados Unidos. Assange propuso entonces declarar por videoconferencia (ya se habían hecho, entre Suecia y Gran Bretaña, 44 videoconferencias judiciales) y esto también fue negado. Posteriormente, la Justicia sueca archivó las supuestas denuncias que había recibido y pretendió cancelar el pedido de extradición, pero recibió del gobierno británico un pedido para no hacerlo. Melzer agregó que Gran Bretaña mantiene en una prisión de alta seguridad a este periodista a quien ahora sólo se acusa de “divulgar documentos secretos”, lo que contrasta con lo ocurrido en el caso de Augusto Pinochet, quien, cuando fue pedida su extradición, siguió viviendo en una residencia lujosa e incluso recibió la visita de la primera ministra de la época.

Assange, temeroso de estas presiones en cadena, se asiló en la embajada de Ecuador en Gran Bretaña y allí pasó siete años en condiciones cada vez más difíciles, hasta que el gobierno de Lenín Moreno cedió a la presión de Estados Unidos y lo expulsó de la embajada (decisión que coincidió con un préstamo del Fondo Monetario Internacional).

El imperialismo actual, por consiguiente, además de los tradicionales instrumentos de presión –militares, financieros, monetarios (y desde luego diplomáticos)– actúa también sobre las opiniones públicas de todo el mundo.

¿Por qué “imperialismo actual”?

El concepto de imperialismo, desde la prehistoria, alude a un gobierno de una región habitada mayoritariamente por pobladores que empleaban una misma lengua pero que dominaba a otras comunidades, generalmente próximas. Así, hablamos del imperialismo asirio, persa, etcétera. Posteriormente, Roma extiende su poder por todo el Mediterráneo y así surgió la expresión mare Nostrum. Con soldados y barcos se seguía extendiendo el fenómeno.

Después del Medioevo, Holanda comienza a extender un imperialismo interoceánico, y le siguen España, Francia y Gran Bretaña, con colonias en otros continentes. El fenómeno, mediante la revolución industrial, adquiere dimensión universal, y la economía condujo también a una concentración. En el siglo XIX el imperialismo británico era el único con predominio naval absoluto, que estaba vinculado al lugar, también privilegiado, que tenía la economía de ese país. Hasta la Primera Guerra Mundial (1914-1918) se mantuvo esa especie de hegemonía, pero el imperialismo norteamericano tomó un gran impulso porque fue el proveedor industrial de Gran Bretaña y Francia, que a su vez se vieron debilitadas, después de la guerra, por la necesaria reconstrucción respectiva. La guerra también incidió en las monedas de todos los países, que eran hasta entonces convertibles al oro. Después de 1918, hubo retornos circunstanciales de algunas monedas a la convertibilidad, pero después de la crisis de 1929 el retorno al “patrón oro” resultó imposible, y lo que ocurría en el comercio internacional era entonces que predominaba la libra esterlina como moneda de referencia (en forma mayoritaria en el planeta), al tiempo que iba ascendiendo el dólar en esa función. Al producirse la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), en la que intervino en su etapa final Estados Unidos, después de Pearl Harbor, la economía estadounidense tomó un nuevo impulso (industrial y bélico) que colocó al país, al finalizar el conflicto, en una situación de mayor liderazgo (monetario, financiero, industrial y bélico).

Habían surgido las industrias de la comunicación. El telégrafo, que llevó a la teletipo y el teléfono, expandió las posibilidades de comunicación social, lo que incidió en la prensa, que había sido hasta aproximadamente 1918 el principal medio de comunicación masivo. Desde entonces la radio y luego, entre 1940 y 1956, la televisión ampliaron (y transformaron) la problemática que surge de la actual comunicación masiva.

El imperialismo actual, por consiguiente, además de los tradicionales instrumentos de presión –militares, financieros, monetarios (y desde luego diplomáticos)– actúa también sobre las opiniones públicas de todo el mundo, a la que puede llegar en forma permanente mediante los poderosos medios de comunicación.

El caso Assange no constituye sólo un atropello injusto a una persona. Es una acción política del imperialismo, destinada a atemorizar al periodismo crítico. Es un mensaje inequívoco que, por otra parte, está acompañado por múltiples acciones clandestinas, cumplidas a través de ONG (en múltiples países) que son subvencionadas directa o indirectamente por el gobierno de Estados Unidos para mantener una opinión pública conformista y evitar que comprenda la realidad. Basta con consultar en la web la oferta que realiza el Departamento de Estado de ese país de financiar a ONG que “defiendan los derechos humanos” o “propicien el desarrollo”, donde en un lenguaje muy sofisticado pero inequívoco se advierte este propósito.

Roque Faraone es escritor y docente.