El 30 de mayo de 1816, desde Purificación, el Jefe de los Orientales, José Gervasio Artigas, proclamó la frase “Sean los orientales tan ilustrados como valientes”. Esta se convertiría en la frase insignia de su ejército en honor a la previa inauguración de la primera Biblioteca Nacional.

Hoy la valentía de nuestros estudiantes está en superar todas las barreras del contexto, máxime en los sectores más vulnerados, esos que tan a menudo sufren las consecuencias de medidas políticas sin justicia social que atentan contra la protección y el goce de sus derechos.

Habilitar el principio de “no obligatoriedad” en la educación es sinónimo de avasallamiento de los pilares que históricamente han sostenido y posicionado la rica historia de la educación pública uruguaya. La tradición uruguaya, esa misma que brega y acusa de constantes violaciones a la laicidad, se encuentra aplicando una medida que lesiona el artículo 70 de la Constitución de la República Oriental del Uruguay.

Habilitar el principio de “no obligatoriedad” en la educación es sinónimo de avasallamiento de los pilares que históricamente han sostenido y posicionado la rica historia de la educación pública uruguaya.

Una vez más, la libertad responsable coloca a las familias en un rol que debería ser asumido por el Estado, como garante y protector de los niños, niñas y adolescentes. Una vez más, el Estado se corre de su lugar para habilitar vacíos que no hacen más que erosionar los derechos de aquellos a quienes jurídicamente debiera proteger.

No es necesario caracterizar lo que pasará. Los que trabajamos en el sistema educativo desde hace años, y transitamos las aulas e instituciones que reciben a los sectores más desprotegidos, sabemos que las aulas se vaciarán, que los rostros cotidianos se esfumarán a medida que algunas familias consideren que la educación no es una prioridad. Por si fuera poco, muchos estudiantes se quedarán sin asistir al único lugar donde hay un adulto que los escucha, los contiene, los visibiliza y protege. Y no importa si es una semana o tres meses de no obligatoriedad, lo verdaderamente trascendente es el mensaje de desprestigio hacia la tarea de educar y el rol fundamental que tiene para la vida de nuestros estudiantes la educación.

La ecuación es simple: la no obligatoriedad agudiza las desigualdades sociales y profundiza las brechas educativas; los que ganan y los que pierden están casi predestinados, aunque algunos defendamos fervientemente la idea del “antidestino”, al decir de Violeta Núñez.

En definitiva, el vacío de gobernar atenta también contra el rol docente, contra los equipos institucionales que desde el año pasado venimos trabajando día a día para que todas y todos los niños, niñas y adolescentes estén y permanezcan dentro del aula. Atenta contra el compromiso, la responsabilidad, la ética y el amor que día a día las y los docentes pregonamos en nuestras instituciones y en el trabajo cotidiano con las y los estudiantes.

La paranoia me podría llevar a suponer que todas estas medidas forman parte de un plan mayor que pretende mercantilizar, privatizar y corromper la educación pública, para que los números no den, y con eso argumentar el recorte de horas y grupos, el cierre de programas educativos y la instalación forzosa de una política neoliberal que arrasa todo el sistema público. Pero no, hoy no quiero pensar en esto, hoy sólo quiero pensar que mañana y los próximos días que vuelva al aula mis estudiantes estarán allí, aguardando con ilusión y deseo de aprender.

Eliana Laport es profesora.