La inversión y los recortes en educación pierden su esencia cuando lo que se discute es lo evidente, lo explícito, sin trascender el objeto fáctico para dar luz a un total de relaciones que se esconden debajo de la trama.

Al igual que el viejo ejemplo marxiano de la campera, aquella que al ser comparada con la tela adquiere un valor particular a partir de la mediación del trabajo humano, de esa mano de obra que hace de la tela una campera pero que se esconde en el objeto producido, la educación debe intentar resolver la dinámica de su dialéctica productiva.

En el caso de la campera, el incremento en el valor de la tela producido por la mano de obra genera al capitalista, al dueño de los medios de producción y comprador de la fuerza de trabajo, la posibilidad de generar un plusvalor que deviene del trabajo asalariado, es decir, de pagar al trabajador un equivalente menor del valor de cambio que la tela ha adquirido al transformarse en campera.

En el caso de la educación y particularmente en el capitalismo neoliberal, el sujeto se valora cual objeto y su valor se ubica en las dinámicas del mercado a partir de sus posibilidades productivas. Es decir que un sujeto A y un sujeto B que a priori “valen” igual pueden incrementar su valor a partir de la mediación educativa, es decir a partir de que un trabajador docente lo transforme en “sujeto educado”, siempre y cuando esa transformación obedezca a la demanda de las dinámicas del mercado. Si A es educado pero B no, el valor de A se incrementa mientras que B se mantiene en su valor de génesis, inservible a la vista del modelo productivo, al igual que la tela antes de ser campera.

A su vez, de la misma forma en que las dinámicas del mercado determinan qué campera se produce a la luz de una necesidad de consumo que el propio modelo generó como parte de la falsa conciencia, en el capitalismo neoliberal es también el mercado el que genera las necesidades educativas. Las dinámicas del mercado son las que determinan para qué, por qué, qué y cómo se enseña, tanto cómo qué se evalúa, es decir que son también las que asignan el valor al evaluar.

En esta dinámica de relaciones, es necesario que el docente incremente el valor sobre el sujeto A educado más de lo que el Estado empleador ha pagado por su trabajo. A modo de ejemplo, si el gasto del Estado para educar a un sujeto en el sistema público es de X cantidad –incluyendo docentes, infraestructura, gestión y demás insumos– en un período en que ese sujeto no es aún productivo, al momento de finalizar su recorrido educativo ese sujeto debería producir anualmente más de lo que el Estado invirtió en él. Podríamos llevar ese análisis a números en las lógicas del producto interno bruto (PIB) a partir de las teorías del capital humano.

Es decir que el sujeto educado debe contar con un potencial productivo mayor al gasto que el Estado ha tenido con él al educarlo, definiendo una regla clara y precisa: el incremento en el PIB deberá ser siempre mayor al incremento en educación, de lo contrario, el sistema educativo parecería no ser productivo.

Esta ecuación podría no ser en principio tan mala, si pensamos en un modelo de producción socialista en que fortalecer el Estado puede redundar en la implementación y el desarrollo de políticas que promuevan la justicia social a partir de la igualación de los puntos de partida, lo que requeriría necesariamente de políticas sociales no asistenciales orientadas a promover a “los de abajo”.

Sin embargo, en el caso del capitalismo neoliberal, la intención es debilitar al Estado entregando el poder absoluto a las dinámicas del mercado y a los intereses de los grandes capitales. Promover una estructura que habilite el desarrollo de esa dinámica sería desconocer las formas en que los capitales que en principio recauda el Estado migran hacia el exterior para ocuparse de engordar las arcas de los organismos internacionales de sometimiento –pongamos Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial, entre otros–, los que no son otra cosa que aparatos de mediación al servicio de los grandes capitales. Y estos últimos, en la mayor parte de los casos, participan con máscaras filantrópicas de proyectos educativos salvadores en organismos internacionales tan poco creíbles como ellos mismos.

En definitiva, y como lo expresan las relaciones de dependencia que describimos y otras tantas que ensamblan la estructura de los engranajes productivos, el Estado invertirá en educación aquello que los organismos internacionales y los grandes capitales le habiliten a invertir, entendiendo que lo que no genera plusvalor, es decir lo que significa un gasto imposible de recuperar y de devolver a los que nos prestan, siempre será objeto de recorte, con el aditivo de que aquellos que son educados siempre serán más útiles haciendo que pensando, porque parece que ya hay otros que piensan por ellos. Esto último indica a las claras que no debería sorprendernos que los próximos años sean de un bombardeo permanente, cargados con los discursos que promueven el educar en competencias y las “modas” de Jaques Delors y sus amigos que nos empujan a educar en competencias blandas.

José Luis Corbo es licenciado en Educación Física y magíster en Educación.