“Hubo demandas de la sociedad que el Frente Amplio [FA] no supo escuchar”, señalaba el por entonces diputado Alejandro Sánchez en octubre del año pasado, al referirse al proceso de análisis de la derrota electoral y a 15 años de gobierno de izquierda. Con esa intención, la coalición de izquierda preparó un documento base titulado “Balance, evaluación crítica, autocrítica y perspectivas”. Sin embargo, cinco meses después, todo sigue igual.
Es cierto, el país vive una situación compleja en materia sanitaria con el aumento considerable de casos de coronavirus, pero ¿será este el único factor que impide el tan mencionado proceso de autocrítica y renovación que la izquierda requiere?
Me parece interesante analizar algunos temas puntuales que entiendo son los que en gran medida evidencian la carencia de liderazgos, la falta de visión y construcción colectivas del FA de cara al futuro.
En primer lugar, comenzaré por mencionar una realidad que resulta sumamente incómoda para la izquierda, no sólo para el FA, sino para la izquierda en general. Esto es la alta popularidad con la que cuenta el gobierno de Luis Lacalle Pou, según algunas encuestas. Sin entrar a debatir sobre la fiabilidad de estas, lo cierto es que los altos índices de aprobación a la gestión multicolor y el blindaje mediático hacia el gobierno son una piedra en el zapato para la dirigencia y la militancia de izquierda.
Muchos en la izquierda se preguntan: ¿cómo es posible que un presidente que obtuvo sólo 28% de los votos en octubre y que ganó por tan poco margen en el balotaje tenga tanto apoyo?
No tengo ninguna duda de que Lacalle Pou llegó al poder con el manual “Durán Barba” bajo el brazo y, como ya lo han manifestado algunos dirigentes, asistimos permanentemente a un gobierno manejado por una agencia de comunicación. Pero no es sólo marketing político, es también el resultado de una consistente (y evidente) alianza implícita con medios de comunicación que solamente ponen en agenda los temas que al gobierno lo dejan ante la ciudadanía como popular y salvador. De otra manera, es inexplicable que hechos tan disparatados como los millones tirados en los aviones Hércules, las onerosas milanesas de los ministros Francisco Bustillo y Azucena Arbeleche y los acomodos de Enrique Montagno en la Administración de los Servicios de Salud del Estado queden tan rápidamente en el olvido. Y vaya que la lista de episodios es larga, pero por más desprolijos que sean, tibiamente han ocupado espacios en diarios y noticieros.
Lo señalábamos en anteriores artículos: durante 15 años de gobiernos frenteamplistas, Uruguay se consolidó como un país con una democracia ejemplar en el mundo. En ese tiempo, ante la impotencia de la oposición para captar electorado, los partidos de derecha en la región apelaron a la estrategia que finalmente les dio el resultado esperado: fortalecer la alianza con los medios e impulsar así las campañas antizquierda. Y así fue que aquí en Uruguay empezamos a leer editoriales de diarios capitalinos hablar de una “grieta”. En realidad la grieta es precisamente la estrategia a la cual la derecha ha (y está) apostado fuertemente (u continúa haciéndolo). La grieta en Uruguay no divide sólo entre izquierda y derecha, también también al campo y la ciudad, a los trabajadores de los sindicalistas “vagos”, y divide también a la propia izquierda.
¿Será un problema de salud el que lleva a Graciela Bianchi a tuitear lo que tuitea? ¿Será realmente que el gobierno hace anuncios y después pone la marcha atrás porque realmente admite errores? ¿Serán casuales las fotos del presidente haciendo surf o el conejo Duracell a su lado a la hora de dar una entrevista a un canal argentino? ¿O no será que cada una de estas acciones son bombas de humo para tapar la verdadera realidad de la motosierra y hacer centrar la atención de la militancia de izquierda en chiquiteces?
Por ahora se vislumbra un FA que todavía no ha sabido caer en la nueva realidad de volver a ser oposición, pero que sobre todo aún no logra encontrar la brújula para definir el rumbo hacia un buen puerto.
Más bien parece una manera de profundizar la grieta que la derecha desea. En este contexto de campaña de desgaste hacia la izquierda, creo que hacia la interna del FA –tanto a nivel nacional como local– habría que preguntarse: ¿por qué el FA quizá no está logrando capitalizar a los descontentos con el gobierno? Y en este sentido, en una realidad en la cual los medios marcan la agenda (y blindan al gobierno), tanto la dirigencia como la militancia deberían también preguntarse si asumir el rol de crítica permanente es el mejor camino para pensar en un proceso de construcción en el intento de que la fuerza política se convierta nuevamente en la esperanza de cambio. Otro asunto no menor aquí, y digno para otro análisis, es reflexionar si las estrategias de comunicación y el vínculo con los medios de comunicación planteados por los gobiernos del FA habrán sido acertados.
Por otro lado, sin caer en la crítica personal a ninguna figura del FA, lo cierto es que el fallecimiento de Tabaré Vázquez, histórico referente de la izquierda uruguaya, marca de gran manera el fin de liderazgos en la izquierda. Desde antes del último ciclo electoral, que determinó una dura derrota para el FA, ya se hablaba de la necesidad de impulsar el recambio generacional. Eso hoy sigue siendo un gran debe que queda evidenciado en la falta de rumbo colectivo que se viene observando en este primer año del FA como oposición. Las chacras siguen pisando fuerte y lo que se ve y oye día a día en general son visiones más personalistas que de la propia fuerza política.
Otro de los grandes debes del FA es pensar y reformular estratégicamente propuestas para mejorar su desempeño con la ciudadanía del interior, más allá del río Santa Lucía. El surgimiento de Un Solo Uruguay durante el último gobierno de izquierda es un factor para seguir analizando, pero también es un buen momento para repensar el vínculo de la fuerza política tanto con su militancia y su dirigencia local como con las poblaciones del interior. En este aspecto, por ahora al menos, sigue primando la base fuertemente capitalina que dio vida a la coalición y que es precisamente donde logró consolidarse electoralmente a lo largo de sus 50 años de vida. Parece necesario para la izquierda comenzar a accionar prácticas más centradas en procesos de trabajo autónomo de sus dirigencias locales y despegadas de las definiciones que los sectores y el propio FA suelen delinear desde Montevideo.
Y de cara a lo puramente electoral, es necesario recordar que cuando el FA tuvo buenas votaciones en el interior, la presencia de José Mujica fue clave. Y sin lugar a dudas el Pepe es otro de los grandes referentes de la izquierda. Ha sido el líder con mayor llegada al ciudadano más allá de la capital y la zona metropolitana. Pero este es otro de los grandes referentes que el FA posiblemente no tendrá, “por biología” (a decir del propio Mujica), en las próximas elecciones.
Ya transcurrió un año de gobierno, año muy especial por la pandemia, es cierto. Se están evidenciando cada día más los recortes a todo nivel que la coalición multicolor propone. Pero del otro lado del mostrador político, por ahora se vislumbra un FA que todavía no ha sabido caer en la nueva realidad de volver a ser oposición, pero que sobre todo aún no logra encontrar la brújula para definir el rumbo hacia un buen puerto.
Además de centralizada, la pesada y anticuada estructura de funcionamiento que sigue imperando en el FA ha generado que muchos militantes no se sientan representados ni escuchados por la fuerza política. Existe un grupo de ciudadanos que, por ideales y convicción, se siente frenteamplista y seguramente seguirá votando al FA en próximas instancias, pero que ha decidido retirarse de la militancia activa partidaria por el desgano que produce una estructura obtusa que en varias circunstancias ha desoído a sus electores.
¿No será un buen momento para que esos fieles frenteamplistas se organicen, pateen un poco el tablero y empiecen a quebrar la dura estructura del FA?
Juan Andrés Pardo es politólogo.