Hace un buen tiempo ya que el mundo asiste a un frenético y constante cambio. ¿Qué cambia? Casi todo está en cambio, o al menos eso parece. Quizá sea pertinente observar este proceso con ojos críticos y analizarlo, en la medida de lo posible. De todas maneras, es imposible no reconocer algunos cambios sustantivos en la economía, que con la influencia de la tecnología han dado paso a profundas modificaciones en las dinámicas sociales. A su vez, estas generaron fuertes cambios en la política. Uruguay no es ajeno a este proceso, y por lo tanto la izquierda nacional no puede darse el lujo de perderlo de vista. El desarrollo del país depende en buena medida de las fuerzas populares, estas no deberían permitir que sus herramientas, estrategias y tácticas se desincronicen de la sociedad que pretenden transformar.

El mundo cambió en muchos sentidos, eso es prácticamente indiscutible. También es cierto que gran parte de esos cambios han sido de formas, de superficies, y no de cimientos. Por ejemplo, las relaciones productivas y sociales siguen siendo iguales, en líneas generales, a las que describió Karl Marx, con modificaciones de las formas asociativas y contractuales entre empleadores y empleados. Esto ha diversificado sensiblemente la estructura social; aunque siga habiendo una élite económica mucho más rica que el resto de la población, existen capas intermedias con niveles de vida diametralmente diferentes. El carácter objetivo de la división de clases ha perdido vigor, no es posible separar según propiedad o no del medio de producción, ahora son necesarias consideraciones relativas al tamaño de la empresa y a la actividad del individuo. De este proceso han dado cuenta innumerables teóricos de la filosofía y la sociología.

Definitivamente las formas de la política y de las dinámicas de lo público han cambiado. Aunque las relaciones de poder sigan siendo muy parecidas a como lo fueron hace 50 o 100 años, los procesos de disputa del poder se modificaron. Una tarea que invita a un derrotero muy atractivo de transitar es la de buscar estrategias para canalizar las nuevas formas de la política para combatir los viejos enemigos, los que permanecen inmutables.

La idea de “progresismo” actuó, y en alguna medida aún actúa, como paraguas aglutinador de las izquierdas uruguayas. También sirvió como orientador general del sentido de las políticas públicas aplicadas durante los gobiernos del Frente Amplio (FA). El progresismo uruguayo debería tener en su horizonte la superación del capitalismo; de no ser así, su agenda está agotada y todos sus logros habrán sido en beneficio de la perpetuación del sistema económico actual, mediante la contención del descontento de las grandes mayorías con el combate a ciertas injusticias. En 2019 en Uruguay las corrientes críticas al capitalismo sufrieron una derrota electoral significativa, que dejó en evidencia problemas profundos de desacumulación ideológica y cultural en una sociedad que entre el progresismo y una alternativa neoliberal-conservadora, optó por la segunda.

Luego de 15 años de gobiernos del FA –coalición progresista con fuertes aliados en el movimiento social–, la ciudadanía uruguaya eligió una alternativa conservadora y regresiva liderada por el Partido Nacional (PN) que, fiel a su historia, combina liberalismo económico y conservadurismo social. Esta opción electoral fundó parte de su victoria en la promesa de gobernar en coalición y reinstalar los “valores perdidos”. Esta alianza se compone de cinco partidos, de los cuales sólo tres son relevantes: el PN, el Partido Colorado (desdibujado por falta de liderazgos, recambio generacional y la esquizofrenia que sufre desde la crisis de 2002) y Cabildo Abierto, un partido nacido en el seno de las Fuerzas Armadas, con el apoyo de una potencial base social muy amplia, en parte ya construida. Estos tres partidos sintetizan la fórmula ya mencionada: neoliberalismo conservador.

Antes que nada, hace falta al menos detallar las características que, desde aquí, se entienden que se han modificado en las dinámicas políticas: ha habido un desalineamiento partidario sustituido por una fidelidad movimientista del militante, característica de los movimientos proderechos. Se ha dado una sustitución del debate de fondo por uno más ágil y dinámico, quedaron a un lado las grandes teorías. La prensa escrita ha sido sustituida; la televisión, la radio y las redes sociales ocupan el centro del ágora pública. Las aplicaciones y las campañas de fake news de la nueva derecha mundial (Donald Trump, Jair Bolsonaro y Vox como los ejemplos más conocidos) han desplazado a la verdad y la han sustituido por el sensacionalismo y las apelaciones emotivas. La política se ha vuelto más emocional y menos racional; este proceso ha sido harto observado por múltiples pensadores (Michel Foucault, entre los más relevantes). Esto último pone en jaque todo el sistema de convenciones racionales-legales y el conocimiento científico, en una época en que este se vuelve cada vez más indispensable, tanto para mejorar la calidad de vida humana como para garantizar su viabilidad.

A partir del escenario político nacional planteado, y de las manifiestas modificaciones de las formas de la política, ¿cómo debería recomponerse la izquierda uruguaya?

El primer asunto es a nivel de las propuestas, del proyecto programático. La izquierda debería trazarse como objetivo la superación del capitalismo. El planteo electoral debe ir en línea con esa meta y ser una batería profunda de soluciones a los trabajadores (asalariados y micro, pequeños y medianos empresarios) que responda a las necesidades concretas y no a divagantes pretensiones.

La pandemia de covid-19 ha expuesto brutalmente la inviabilidad ecológica y social –por los niveles de desigualdad– del sistema. Esto abre una puerta para cuestionar el statu quo y proponer modificaciones sustanciales, fundamentalmente en términos de Estado versus mercado. Por ejemplo, la creación de la renta básica universal para dinamizar las economías, romper algunas lógicas perversas de las leyes de oferta y demanda y, sobre todo, para construir libertad popular, entendida como capacidad real de las personas de elegir. Antes de pasar al segundo asunto, un pequeño preámbulo: es necesario adoptar en la práctica modificaciones organizativas. La estructura de los partidos de masas ya no es compatible con la sociedad actual, es necesario flexibilizar las orgánicas y las dinámicas internas. Si los movimientos sociales, sobre todo, de nuevo tipo están logrando mayor capacidad militante parece lógico, al menos, observar sus formas y estrategias para intentar tomar elementos. Organizaciones sencillas, livianas, federativas y funcionales, con sustantiva autonomía táctica para sus herramientas de trabajo social. Con direcciones que marquen rumbos políticos, estratégicos y tácticos amplios. En referencia a la izquierda uruguaya, el FA se encuentra transitando un proceso de autocrítica diverso y con muchos participantes, una especie de “striptease político”, como lo calificara José Pepe Mujica. No obstante, el análisis sobre las transformaciones que ha tenido el escenario público y las formas de relacionamiento de la sociedad aparece de manera tangencial. De ese análisis se deriva el planteo sobre la necesidad de generar adaptaciones y modificaciones al instrumento político de la izquierda uruguaya, el FA.

La izquierda uruguaya debe reconvertirse y desarrollar una estrategia de avanzada, una ofensiva para derribar las voluntades regresivas, empobrecedoras y desigualadoras de la derecha.

Ahora bien, el segundo asunto es organizativo. No se puede usar las mismas herramientas de hace 50 años si la realidad se ha transformado tanto. El Movimiento al Socialismo boliviano, que ha sido definido como partido político y una federación de movimientos sociales a la vez, presenta características interesantes para pensar una estructura que sincronice al FA con las formas, las dinámicas y los tiempos actuales. Por ejemplo, la idea de integrar dentro de un instrumento político electoral al movimiento social, el movimiento sindical, grupos culturales, de profesionales y otros aparece como una alternativa. En este país existe una estructura de movimientos sociales sólida y muy vigente en cuanto a convocatoria y agenda. Quizá sea tiempo de diversificar los apoyos sociales y expandir la red de alianzas políticas, trascender los aliados habituales, para volver a acumular en un proyecto de país que avance hacia una mayor justicia social y una mayor libertad individual y colectiva.

Tal vez sea descabellado o irrealizable, pero aquí se propone pensar en una estructura organizativa sencilla, escueta, de mínimo indispensable que garantice la no burocratización y que articule a todas las organizaciones que se sientan identificadas con la necesidad de superar el sistema capitalista y sustituirlo por uno más justo y libre. Una coalición de organizaciones de todo tipo: político-electorales, movimientos sociales, sindicatos y centrales sindicales, movimientos proderechos, organizaciones barriales, deportivas, comerciales, productivas, cooperativas, grupos de profesionales reunidos por algún asunto, temática o por el hecho de compartir profesión, grupos de intelectuales, de artistas y cualquier otra forma, nueva o vieja, que las personas se den para organizarse.

Detrás de esta idea hay dos nociones: la primera es que no hay que enamorarse de las herramientas políticas y que estas nunca pueden convertirse en un fin en sí mismo; la segunda es que la unidad de la izquierda es fundamental. Como decía –palabras más, palabras menos– Raúl Bebe Sendic, es necesaria una organización política amplia que permita realizar las transformaciones impostergables que el pueblo necesita. Para lograr esto también es necesario que el FA se adapte.

El tercer asunto tiene que ver con las cuestiones estratégicas. Los antiguos partidos uruguayos se sostenían alrededor de un medio de prensa escrito. En los últimos tiempos, en vez de evolucionar con las nuevas formas de la comunicación, las organizaciones políticas de izquierda tendieron a no generar estrategias comunicativas masivas o al menos amplificadoras de la militancia asamblearia. A esto se le suma, desde el gobierno de Mauricio Macri y ahora con el gobierno de Luis Lacalle Pou en el Río de la Plata, la observación de la instalación de importantes dispositivos de propaganda para construir realidad y amplificarla a partir de los medios de comunicación. En su adaptación el FA debe construir un instrumento comunicacional muy importante, que sea capaz de llegar de forma diversificada y efectiva a toda la población nacional y pueda contrarrestar las nuevas estrategias de comunicación de la derecha. Y no se trata de llegar de cualquier manera, sino con mensajes claros, profundos, actualizados, diversos y armonizados. Es inviable en este tiempo político dar batalla de cualquier tipo sin contar con una radio escuchada, sin redes sociales seguidas y leídas, sin un canal o programa de televisión que difunda las ideas y proponga debates importantes y sin una propaganda en vía pública atractiva. La izquierda y sus instrumentos políticos necesitan volver a llegarle a toda población con su mensaje, no sólo a los fieles.

El cuarto asunto tiene que ver con el discurso y el sentido común. Por un lado, es necesario poner en el centro de la política la ciencia y el conocimiento certero. Pero por el otro, es necesario que los líderes políticos sean oídos y los mensajes lleguen a las personas. En ese sentido, hay un desafío que consiste en articular lo lejano, frío y racional de la ciencia con lo tangible y penetrante de la filosofía popular y los dilemas de la vida cotidiana de la gente. Es necesario que toda lucha tenga un sentido de aporte a la transformación del sistema, y que el único o último fin sea la felicidad humana, colectiva e individual. El proyecto superador del capitalismo tiene que ser profundamente humano, sensible. Debe enamorar, y por eso debe haber un incansable esfuerzo por comprender y sintetizar los sentires del pueblo en los mensajes políticos que promuevan los cambios. Es necesario analizar los procesos que la sociedad transita. Estudiar el lenguaje y las formas en que la gente manifiesta su estado de ánimo y se relaciona. Es necesario sincronizar los códigos de relacionamiento populares, con un mensaje político de cambio para el bien de todos.

El quinto y último asunto tiene que ver con la militancia, el trabajo político y la transformación de la realidad. No es posible que la militancia se desarrolle lejos de la gente, que nada tenga que ver con solucionar un problema de alguien. En tiempos de individualismo y distanciamiento social, la cercanía se debe cultivar. El trabajo político de conversar uno a uno y buscar puntos de encuentro que lleven a un mejor entendimiento es imperante para recuperar pie en la acumulación cultural de la izquierda y para formar a los militantes, con el conocimiento de realidades sobre las que se opina muchas veces sin haberlas transitado nunca. También por esto se plantea la necesidad de que el FA articule con organizaciones de todo origen, pelo y color, sin anteojeras ni prejuicios, con vocación de construcción nacional.

El neoliberalismo ha transformado sustantivamente las dinámicas cotidianas de las personas y es necesario tener respuestas y llegada en todas las capas. Por ejemplo, el FA tiene diálogo fluido con el sindicalismo. No así con los desempleados, con los pequeños y medianos empresarios, con muchos sectores del interior profundo o con los sectores involucrados con las instituciones armadas del Estado. Es menester que la izquierda uruguaya se nutra de propuestas y respuestas para toda la población, y eso sólo se construye con síntesis política. Y para que eso suceda también es necesaria una adaptación del FA.

A modo de cierre, frente a un escenario políticamente muy adverso a nivel nacional y a un conjunto de formas que se han modificado sin cambiar la estructura sobre la que se manifiestan, la izquierda uruguaya debe reconvertirse y desarrollar una estrategia de avanzada, una ofensiva para derribar las voluntades regresivas, empobrecedoras y desigualadoras de la derecha. Esa estrategia tiene varios componentes dentro de los cuales algunos principios resultan imprescindibles: la unidad, el no enamoramiento de las herramientas y la vocación de construir organizaciones amplias y diversas. Es necesario agiornar la propuesta política, adaptarla a la sensibilidad actual, definir estrategias comunicacionales efectivas para reconquistar el electorado perdido y alcanzar nuevamente el gobierno, para avanzar hacia la construcción del socialismo democrático, nacional y popular.

Juan Andrés Erosa es militante de Rumbo de Izquierda y estudiante de Ciencia Política en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República.