Revisando papeles viejos, de esos que acumulamos en cajas a lo largo de los años y por algún motivo arrastramos en cada mudanza, encontré varias libretas de militancia, que al igual que los recuerdos de esas épocas, estaban guardados, inertes, pero los seguía cargando. Hay algo característico de estos momentos, que no ocurrieron hace más de tres años, que me hacen definirlos dentro del concepto de “época”, haciendo caso omiso al paso del tiempo de manera cronológica. Un poco sospecho que es por el histrionismo con el que vivimos las discusiones más banales en los espacios de militancia estudiantil, aunque si admito esto, es de orden también reconocer que en paralelo se dan procesos de formación política igualmente intensos.

En las páginas de esas libretas, además de muchísimos dibujos colgados de los renglones que delatan muchas horas de aburrimiento, encontré diálogos, órdenes del día, mociones escritas por la mitad, el repaso de los puntos de un informe o algo que quería comunicarle a alguien pero no lo podía decir, entonces escribía en mi libreta y le mostraba mi mensaje.

Releí palabras sueltas, oraciones inconclusas y largos manifiestos que preparaban discusiones. Recordé a todas las personas que conocí, con quienes en algún momento conectamos dentro de un espacio muy hostil, sorpresivamente desde la sensibilidad compartida. Recordé, con algo de melancolía por el encierro, los espacios de intercambio que se generaban paralelamente al desgaste que consistían aquellos de decisión, esa metapolítica que se tejía en los momentos de encuentro, los que constituían un espacio de formación política que tal vez recién ahora puedo valorar. Tal vez porque los necesito, no sólo para militar sino para pensar; tal vez no supimos qué hacer con la sintonía que se construyó, esa que entendía que la militancia está atravesada por lo afectivo y rechazaba la política de moler carne patriarcal de la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU).

Recuerdo cada charla por los intentos de cambiar el mundo o la pequeña porción que habitábamos en conjunto. Recuerdo que nos movía una búsqueda incesante por el cómo, una búsqueda en la construcción de un pacto ético que sostuviera la creación de un pacto ideológico. Inspirada en cada charla, llego a algunas conclusiones que no son mías, sino que pretenden ser al menos una relatoría de un proceso político al que nunca definimos ni pusimos nombre, porque tampoco lo podíamos ver.

En la FEUU existen movilizaciones que son sistemáticamente sostenidas por una “tendencia” o agrupación. Las actividades que no representan ningún tipo de interés político para algún sector, tendencia o agrupación de la FEUU (todas las cosas que se les ocurran que entran en la categoría “no acumula”: extensión, salud mental, políticas de acoso en la Udelar) cuentan con una presencia casi nula de personas de la propia federación. Parada frente a un salón al que se convocó una actividad de la FEUU, en el que están cinco o seis personas que tampoco habitan el espacio federal, me pregunto: ¿cómo es que con esta gente ausente tenemos que enfrentar la terrible amenaza del fascismo nunca antes visto que ellos mismos predican?; ¿cómo vamos a resistir si no somos capaces de hacer lo mínimo que se necesita para constituir un gremio: participar en una actividad que convocás?

Los primeros meses de la amenaza oligárquica herrerista y la pandemia (no son eufemismos, así lo viví) no fueron excusa para detener la racha que se sostenía desde 2019, racha que me gustaría llamar “¿Qué hay en el orden del día? No importa. Vivimos en Tres Cruces, entonces podemos dejar al Federal sin quórum”. Justo cuando creía que realmente la unidad tan predicada iba a aparecer, porque esas fuerzas “ampliamente más malas” nos iban a juntar o, al menos, iban a poner el mismo interés en el horizonte.

Empieza 2020 y, pasando raya, lo que tenemos es un espacio dinamitado, incapaz de construir compromiso colectivo siguiendo una convicción política porque todos están más ocupados contando votos. Bueno, es verdad, no todos. Hay algunas personas que pierden y perdemos tiempo intentando pensar cómo se le entra a esto. ¿Cuál es la estrategia? Millones de veces nos juntamos y otros millones fueron casuales, pero recuerdo pasar horas discutiendo esta pregunta y hace relativamente poco descubrí lo ridículo que es estar en una reunión pensando cómo hacer para que el espacio que representa a las estudiantes de manera gremial efectivamente lo haga. En múltiples escalas, no solamente en la FEUU, porque a veces hay que pensar estrategias para defender de agrupaciones los espacios de cogobierno y garantizar que la postura que se lleva a, por ejemplo, el Consejo siga siendo tomada en un plenario.

La FEUU está ubicada en un tiempo-espacio complejo y hay gritos desesperados de unidad. No me interesa su unidad si no puedo elegir. El capricho patriarcal que me remonta a mis relaciones más oscuras donde alejarse de lo que él pensaba era fallarle a nuestro vínculo. Lo mínimo que necesita esa unidad para alimentarse es que efectivamente nos comprometamos ideológica y –fundamentalmente– éticamente con la praxis militante, que no es un delirio abstracto sino algo perfectamente materializable, como ir a una actividad de la federación por convicción, más allá de si eso está necesariamente “acumulando masas”. Si no, ¿para qué estamos acá? Sólo empujan lo que quieren justificado en la base de un par de votos conseguidos por atosigar a las estudiantes durante las elecciones, no por una propuesta política. No pueden pedir unidad aquellos a quienes les conocemos la cara por caer a asambleas a aparatear una decisión y no sostienen la cotidianidad militante; es absurdo que nos comprometan a que existe una deuda, una obligación moral de ceder y buscar el acuerdo. Esa obligación política, moral, es con quienes militan, no con cualquiera que organice su chacra con intereses ajenos a los estudiantes.

Creo que algo que explicita perfectamente la incapacidad de tener una discusión política es que las denuncias de acoso y misoginia ejercida por quienes ocupan cargos dentro de la federación son tomadas como una suspicacia política de las peleas de las agrupaciones y no como una denuncia explícita sustentada en una creencia política: no vamos a tolerar esas actitudes entre nosotras.

La misión histórica, si se quiere conservar a la FEUU, es construir confianza política, sin la cual no podremos ser el contingente que organiza la demanda.

Incluso entre compañeras, de los más diversos espacios, que se reconocen feministas resulta difícil poner sobre la mesa la misoginia imperante en la FEUU, encarnada en varios compañeros de forma explícita, sin que se crea que eso tiene un trasfondo de intereses. Algo que me hace pensar en la desconexión con su propia experiencia, porque hay algunas fichas que nos violentaron a todas al menos una vez. Un espacio que, en pleno momento de revuelta feminista a nivel internacional, no es capaz de entender que las mujeres y disidencias que lo habitan no van a tolerar ninguna agresión machista, sin importar de quién venga, de qué espacio político partidario es ni mucho menos qué cargo ocupa, está estancado para procesar discusiones políticas, voluntariamente.

Esto no quiere decir que me niegue a ser partícipe de la tan mentada unidad en la lucha por la defensa de nuestros derechos; todo lo contrario. Tengo claro qué significa la unidad y he aprendido que la síntesis es un producto nuevo, más que la suma de las partes. En este marco reivindico no estar en su chacra, esa que por más que la habitemos nunca va a ser nuestra, por eso no tengo ganas de leer más a un varón escribiendo en nombre de la FEUU en el portal del PIT-CNT sobre Venezuela. ¿Bajo qué potestad? ¿En nombre de quién? ¿Con qué espalda política? ¿Es acaso ocupar un cargo ejecutivo en la FEUU una unipersonal política? Por eso, no acepto ser anexada, como un apéndice –sin función orgánica– en declaraciones que saca la Intersocial sin discutirlas, sin más opción que decir que no o que sí. Tampoco me conforma ser la oposición al progresismo, porque tengo mi propio pensamiento y no lo formulo por oposición; si voy a militar en un lugar que participa en la articulación más grande a nivel nacional del campo popular, claro que quiero aportar contenido y no decidir sí o no.

No es unidad del campo popular si la forma a la que se llega es por imposición. No significa nada para la unidad decir “yo gané porque la mayoría de los delegados son de mi tendencia, es desleal que no digas lo que yo digo”.

El proyecto histórico que tiene por delante la FEUU ahora no puede ser dirigido exclusivamente por una de las tendencias, no sólo porque políticamente son infértiles y existen porque viven en la simbiosis despolitizada que construyeron, sino porque no representan a nadie, no cautivan los intereses de ningún estudiante más allá de cierta esfera. Esa tarea se sostiene a nivel de los centros de estudiantes, pero la FEUU no aporta ni fortalece esa estructura, está totalmente deslegitimada y es incapaz de defenderse como consecuencia de eso.

Es una postura política no querer que el “sujeto histórico” de lo que estamos construyendo se personifique en los que nos van a transar en unos años, y no es casualidad que sean siempre varones blancos heterosexuales. No es delirio conspiranoico, es memoria histórica. La FEUU llega a este punto no sólo por un debilitamiento de quienes la habitan ahora; por el contrario, es el resultado de una acumulación de desintereses y disputas externas que se dirimen en un espacio que no produce.

Por respeto a la lucha histórica que lleva hace casi 100 años la federación, deberíamos replantearnos: ¿cuál es nuestra lucha? Creo firmemente que la organización estudiantil es de las estructuras políticas más importantes y potentes del país y la región, bastión histórico de resistencia y autonomía. Y su potencia no desapareció, está latente en cada centro de estudiantes y asociación. El fuego que corre por nuestros cuerpos ante cualquier injusticia y se transforma en cambio sigue ahí. La rebeldía, por más que se la intente higienizar, deformar, infantilizar o subestimar, existe y actúa. La misión histórica, si se quiere conservar a la FEUU, es construir confianza política, sin la cual no podremos ser el contingente que organiza la demanda.

Yo no sé, realmente, qué opinar en la discusión “nos vamos o nos quedamos”. Entiendo que tampoco quiero gastar tiempo como tampoco deseo morir en la inactividad de la FEUU. Inventemos nuevas formas de hacer. Busquemos recovecos que nos permitan pensar, que habiliten el encuentro, que despejen las suspicacias y que permitan no sea necesario un traductor entre líneas en cada espacio de decisión para descifrar qué se quiere decir realmente. El abismo que encontramos en nuestras diferencias de perspectiva no es más que un desconocimiento profundo de las intenciones detrás de las decisiones y los argumentos. Renovemos el pacto que nos une como estudiantes organizadas y ponderemos un acuerdo ético, o sigamos mintiéndonos y ocultando lo que creemos en un juego de supuesto pacto ideológico que habitamos y con el que nunca estamos de acuerdo.

Agustina Faulord es militante estudiantil.