La situación es crítica. El 1% de la población del país está hoy enferma de coronavirus. La cantidad de muertes diarias supera las 40 personas hace ya demasiados días. El sábado tuvimos 52. La ocupación de los CTI superó el límite crítico de 75% y sigue creciendo.

El 7 de febrero el GACH presentó un documento al Poder Ejecutivo en el que advertía que podríamos estar en camino hacia la situación que hoy vivimos. Además, llamaba la atención sobre la necesidad de restringir dramáticamente la movilidad como medida imprescindible para enfrentar la situación.

Múltiples actores políticos, sociales y académicos han señalado la necesidad de un gran acuerdo nacional a los efectos de enfrentar y superar la crítica situación actual. Sin embargo, brillan por su ausencia actitudes desde el gobierno nacional en esta dirección. Notoriamente, la postura que se ha tomado es la de acentuar la descalificación de actores políticos o sociales críticos. Esto constituye toda una forma de gestión mediática de la pandemia.

Una de las formas de esta descalificación consiste en responsabilizar a estos actores por el crecimiento de la cantidad de casos. El principal argumento utilizado tiene que ver con pretender, sin ninguna evidencia empírica que lo avale, identificar ciertas movilizaciones o expresiones sociales como focos de multiplicación de contagios. Las redes sociales se encuentran plagadas de afirmaciones de este tipo.

Por otro lado, una de las estrategias retóricas centrales utilizadas por el gobierno ha sido la de apelar al significante “libertad responsable” como orientación de las actitudes que debería tomar la ciudadanía frente a la pandemia. Corresponde señalar que esta estrategia descansa en un doble fundamento: por una parte, se entiende que el problema de actuar con responsabilidad para evitar contagios es un problema estrictamente individual, más allá de las condiciones materiales de vida en que se encuentre ese individuo. Así, serían tanto sujetos de esa libertad responsable quienes residen en hogares con todas las comodidades y pueden teletrabajar sin inconvenientes, como quienes viven en condiciones precarias y deben necesariamente salir a la calle para conseguir su sustento material días tras día. Por otra parte, en tanto la responsabilidad descansa centralmente en los individuos, el Estado no se ve impelido a tomar medidas que restrinjan fuertemente la movilidad o a organizar un sistema de prestaciones sociales profundo que asegure que los sectores más vulnerados puedan disminuir sus movimientos.

Esta idea de libertad responsable ciertamente es tributaria de aquello que seguramente todos nosotros aprendimos en la escuela o en el liceo: “Mi libertad termina donde comienza la del otro”. Esto es un paradigma liberal de la libertad. Estamos ante una idea negativa de la libertad, en tanto se la define por sus límites. Básicamente, se trata de que nadie se meta con “mi” libertad del mismo modo en que yo no me meteré con las de otros. Así, el otro y la otra son las fronteras de mi libertad, esto es, pueden constituir una amenaza, en tanto se entrometan, pero nunca serán parte integrante de mi libertad. Esta perspectiva liberal, llevada hoy a sus extremos, es útil tanto para justificar la no intervención estatal como para responsabilizar a cada uno por su suerte. El lema “sálvese quien pueda” es algo que a los uruguayos nos viene sonando familiar en los últimos tiempos.

Ciertamente que no se trata de ir en contra de la libertad, sino de aclarar su sentido. Una posición alternativa a la que hoy empuña el gobierno podría entender a la libertad como un problema de la comunidad. Esto quiere decir que las condiciones para la construcción de la libertad son colectivas. De este modo, la libertad del otro se convierte en prerrequisito de mi propia libertad. Así, como aquí en Uruguay enseñó hace ya muchos años José Luis Rebellato, yo no puedo ser libre si el otro no lo es también. La libertad del otro es parte de mi libertad porque, finalmente, el otro es mi responsabilidad. Esta posición ética requiere de condiciones para el ejercicio de la libertad, como ya señalamos. Estas condiciones solamente pueden ser generadas desde ámbitos de representación y gobierno comunitarios. Aquí el papel del Estado, con la necesaria participación de la sociedad civil, es asegurar la libertad de todos, mandato para cumplir con el cual debe intervenir en contra de las desigualdades sociales. La libertad responsable es aquí la responsabilidad de la comunidad política para asegurar condiciones de ejercicio de su libertad a cada uno de sus integrantes. Esto, como espero haber dejado claro, ubica en posiciones antagónicas el ejercicio de la libertad en términos comunitarios con el paradigma ultraliberal actualmente en boga.

Trasladar todas las responsabilidades a los individuos, retirar al Estado de un lugar prioritario y caracterizar al que piensa distinto como enemigo no constituye el lugar desde el cual podremos salir juntos de esta situación.

En definitiva, apelar a responsabilizar a quienes disienten activamente con el gobierno por los contagios y señalar la libertad responsable como mandato para cada individuo son dos estrategias estelares en el posicionamiento retórico de los actores gubernamentales ante el desarrollo de la pandemia. Claramente en ninguno de los dos casos puede sostenerse nada que se acerque a la idea de hacerse cargo de una responsabilidad por lo que está sucediendo. Ciertamente podría enfrentarse mi argumento señalando que está en marcha un proceso de vacunación del conjunto de la población. Esto es obvio y reconocible, la vacunación está en proceso y deseo fervientemente que pueda tener efectos poblacionales lo más pronto posible. De todos modos, al ritmo actual no es de esperar que se logre la tan mentada “inmunidad de rebaño”, en el mejor de los casos, antes del mes de julio. Mientras tanto, la crisis está instalada, las muertes se acumulan, y las consecuencias sociales de lo que sucede hoy irán mucho más lejos que ese futuro próximo.

Si la responsabilidad se deposita en cada individuo y, además, denunciamos que ciertos sectores, a través de sus movilizaciones o actividades son responsables de la propagación de los contagios, se concluye entonces que algunos están haciendo un mal uso de su libertad. Esos, que podríamos llamar “malos uruguayos”, son ubicados como por fuera del “todos” que estamos luchando contra la pandemia. Así, se instala una frontera de oposición en la sociedad, se expande un antagonismo. A esto es lo que luego se denomina “grieta”, basándose en una lógica política que organiza a la sociedad en categorías enfrentadas. Llegamos, entonces, a la definición de la sociedad como organizada en torno a la disyuntiva amigo/enemigo. Esta frontera marca una exclusión radical, la que se instala entre el “todos” (amigos) que luchan espalda con espalda contra la pandemia y los otros que desde fuera pugnan por tomar un rédito político de la situación (enemigos). Nótese que esta idea parece tener algunos parecidos de familia con la idea de “enemigo interno” propalada por la Doctrina de la Seguridad Nacional. (Aclaración para lectores desatentos: estoy hablando de ciertos parecidos, no estoy diciendo que estemos ante una forma refinada del fascismo).

Como dice el dicho popular, “para muestra basta un botón”, por lo cual finalizaré estas líneas con un ejemplo de lo que acabo de exponer. El sábado 10 de abril, el actual ministro de Educación y Cultura, Pablo da Silveira, subió a la red social Twitter el siguiente texto: “En 1940-1941, los ingleses, solos contra Hitler, resistieron los bombardeos permanentes gracias a su temple colectivo. No decían cosas como: ‘era previsible’, ‘debieron construir más refugios’, ni ‘hay demasiados heridos que curar’. Decían: ‘Entre todos vamos a salir de esta’. Sus palabras venían ilustradas con una fotografía en la que es posible apreciar las consecuencias de un bombardeo nazi sobre una ciudad inglesa.

Las apelaciones a que “era previsible”, “debieron construir más refugios” o “hay demasiados heridos que curar” inequívocamente funcionan por analogía para llamar la atención con respecto a quienes aquí y ahora han alertado sobre la profundización de la pandemia y sobre la saturación del sistema de salud, particularmente en relación con los CTI. No habría habido “malos ingleses”, pero sí hay “malos uruguayos”. La lógica amigo/enemigo queda así plenamente instalada, poniendo en ese segundo lugar a todo aquel que realice una advertencia o un señalamiento crítico sobre cómo se han hecho y se están haciendo las cosas.

Se trata ciertamente de una intervención desafortunada si lo que se pretende es tender efectivamente a esa unidad nacional que se proclama. Quizás, aprovechando el uso de la historia que propone el ministro, no estaría mal tomar el ejemplo de Churchill. ¿Cómo enfrentó Churchill la crisis militar que afectaba la existencia misma de su nación? Conformó en 1940 un gobierno de concertación nacional con una amplia participación de la oposición política, encarnada en el Partido Laborista. Claramente Churchill no enfrentó la crisis haciendo cálculos electorales, sino que comprendió que la única forma de superar la situación era dando el ejemplo de unidad nacional a través de la responsabilidad política compartida.

Quizás a esta altura de la pandemia y de sus dolorosas consecuencias para tantas familias uruguayas, sería tiempo de comprender que trasladar todas las responsabilidades a los individuos, retirar al Estado de un lugar prioritario en la lucha en contra de las desigualdades sociales y caracterizar al que piensa distinto como enemigo no constituye el lugar desde el cual podremos salir juntos de esta situación. De cómo se comprendan estos desafíos dependerá en buena medida el tipo de convivencia democrática y republicana que podamos tener de aquí en adelante. Las consecuencias de estos posicionamientos influirán no solamente en los próximos meses sino en muchos años hacia adelante.

Pablo Martinis es licenciado en Ciencias de la Educación y doctor en Ciencias Sociales, educador y docente en la Udelar.