La reciente Cumbre de Líderes sobre el Clima convocada por el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, nos recuerda que estamos en una mala situación. Incluso sectores relevantes del capitalismo global ya han comprendido la urgencia del momento: estamos en el umbral de una catástrofe. De hecho, estamos entrando en ella, una sensación profundizada por la pandemia de covid-19. Esto está relacionado con la devastación del ambiente, que genera un contacto más estrecho del ser humano con los animales salvajes y su comercialización incontrolada, y con la aceleración de la movilidad humana en todo el mundo. La pandemia se prolongará durante mucho tiempo, y no será la última.

Es importante que los sectores del capitalismo mundial se muevan, proponiendo reducir las emisiones de gases e invertir en tecnologías limpias y eficientes. Esto ya es algo. Algo que el presidente brasileño Jair Bolsonaro y su gobierno ecocida seguirán sin entender. Sin embargo, estas loables propuestas procedentes del “capitalismo ilustrado” sólo sirven para reducir los daños, para mitigar el problema, para posponer el fin del mundo.

Si, en lugar de posponer el fin del mundo, queremos evitarlo, puede ser útil recurrir a las perspectivas de los pueblos indígenas, con la esperanza de que sus ideas y prácticas puedan enseñarnos algo.

Incluso si la humanidad desapareciera de la faz de la Tierra (hipótesis más probable), o incluso si el capitalismo se derrumbara, los resultados de la devastación en el planeta se seguirían sintiendo durante algunos siglos. En otras palabras, lograr algún tipo de “desarrollo sostenible” en tres o cinco décadas ya no garantizará la vida de nuestras futuras generaciones. Ha llegado el momento de realizar cambios radicales.

En primer lugar, es necesario recordar que hay pensamiento y pensadores autóctonos. No me refiero a las cosmovisiones ancestrales que sobreviven en alguna zona remota, para ser codificadas y traducidas por algún antropólogo. De hecho, existe una amplia red de intelectuales, activistas y movimientos indígenas que se conectan de sur a norte de “Indoamérica”, la América indígena en la que deberían encajar los pueblos originarios de nuestra llamada “América Latina”.

Estamos cayendo y necesitamos un paracaídas

Escuchemos lo que dice Ailton Krenak, ecologista y filósofo brasileño de la etnia krenak. En su pensamiento es muy importante la idea de la caída. Su pueblo está en decadencia y en guerra desde el inicio de la conquista y el consiguiente genocidio de los pueblos indígenas, y nada indica que esto vaya a cambiar. Pero para él, no sólo los pueblos indígenas han estado en decadencia en los últimos siglos, sino toda la humanidad.

El ser humano se ha desconectado de la naturaleza, se ha alejado de la Tierra. Pero la Tierra y la humanidad son la misma cosa. Krenak no ve dónde puede haber algo que no sea naturaleza, porque todo es naturaleza.

Lo que ha cambiado ahora es que, si hasta hace un tiempo eran los pueblos indígenas los que estaban amenazados de exterminio, ahora es toda la humanidad. Nos enfrentamos a la inminencia de que la Tierra no soporte nuestra demanda.

La perspectiva antropocéntrica está produciendo la destrucción del propio ser humano. Nuestra forma de vida es artificial, ficticia, desvinculada del organismo vivo que es la Tierra.

Pero tal vez esta caída, el fin del mundo, sea sólo la interrupción de un estado de placer extático que no queremos perder. Krenak se dedica a imaginar paracaídas para al menos suavizar esta caída. Y el posible paracaídas antes del fin del mundo puede ser, más que una relación diferente entre nosotros y la naturaleza, la ruptura efectiva de una barrera: la aceptación de que somos naturaleza.

La forma de vida adoptada hasta ahora se presenta como insostenible. Para Krenak, somos peores que la covid-19. La perspectiva antropocéntrica está produciendo la destrucción del propio ser humano. Nuestra forma de vida es artificial, ficticia, desvinculada del organismo vivo que es la Tierra.

Sin embargo, hay quienes son considerados una “subhumanidad”, fuera de la humanidad hegemónica. Son los que viven en los márgenes del mundo: los indígenas. Para ellos, todo es naturaleza, el ser humano es parte de la naturaleza. De sus valores aún puede surgir otro mundo.

¿Aún es posible vivir bien? ¿Aún es posible vivir?

Entre los pueblos andino-amazónicos tenemos las ideas de “buen vivir” o de “vivir bien”. Dos propuestas están en su base: la comunidad en la relación entre las personas, con reciprocidad e igualdad; y una visión más holística y armónica de la relación entre la humanidad y la naturaleza, según la cual el ser humano es parte del ambiente y la generación actual está conectada con las generaciones pasadas y futuras.

Como puede verse, estas propuestas permiten pensar en otro mundo, en la propia superación de nociones como desarrollo y progreso, ideas centrales tanto del capitalismo como del llamado “socialismo real” del siglo XX y de los recientes gobiernos llamados “progresistas” en América Latina.

Para los intelectuales indígenas que defienden el buen vivir, la relación armónica y holística dentro de las comunidades, entre las generaciones, y entre las generaciones y la Madre Tierra (Pacha Mama) es la base del pensamiento indígena y la mayor contribución de este pensamiento a un mundo que está en vías de extinción.

Mónica Chuji, intelectual quechua ecuatoriana, activista medioambiental y feminista, destaca que estas ideas surgen precisamente en un momento en que, como consecuencia del desarrollo, el planeta está en crisis, las desigualdades se profundizan y las consecuencias se extienden a toda la humanidad.

Para ella, el buen vivir contradice el paradigma cartesiano que es la base de la modernidad: el hombre como dueño de la naturaleza. Este paradigma considera la naturaleza exterior a la historia humana, el ser humano separado de la naturaleza, el individuo separado de la comunidad.

Es toda esta concepción cartesiana la que hay que superar si queremos evitar el fin del mundo. O, más exactamente, evitar el fin de nosotros mismos. Como hemos insistido durante tanto tiempo en desconectarnos del planeta, es posible que la humanidad desaparezca, pero la Tierra, la Pacha Mama, nos sobrevivirá y vivirá mejor sin nosotros. Pero parece que aún estamos a tiempo de sobrevivir si damos un giro radical a nuestra forma de vida.

Fabricio Pereira da Silva es profesor de Ciencia Política en la Universidad Federal del Estado de Río de Janeiro. Este artículo fue publicado originalmente en https://latinoamerica21.com/es/