Los procesos históricos son complejos, dinámicos y dialécticos. Lo que parecía un imposible aún está en duda si se logra concretar o no (resta que la Corte Electoral valide las firmas presentadas). Estoy hablando de llegar a recolectar casi 800.000 firmas en medio de una pandemia, en la que no existieron grandes concentraciones de personas (espectáculos deportivos o artísticos, actos, carnaval, marchas, etcétera), con los grandes medios de comunicación que prácticamente no brindaron ni un segundo de cobertura a ninguna de las actividades que se fueron realizando por los activistas.

Las organizaciones sociales y sus militantes comenzaron a centrar su actividad especialmente en el recorrido casa a casa, por todo el territorio nacional. Y cientos de ciudadanos se sintieron en la obligación (y quisieron expresar su rechazo al gobierno actual) de contribuir a que se lograra llegar a alcanzar las firmas necesarias.

Pero no quería centrar el relato en este aspecto, por demás épico para estos tiempos que estamos viviendo, marcado por el consumismo y el individualismo. Quería preguntarme lo siguiente (y con esa pregunta invitar al lector a interrogarse también): ¿llegar a obtener las firmas para discutir si 135 artículos de la ley de urgente consideración (LUC) continúan o se derogan cambiaría lo que está pasando?

Esta pregunta tiene varias formas de responderse. Si nos hacemos preguntas sencillas de responder (o directamente no nos hacemos y solamente actuamos) seguramente nos podamos quedar tranquilos y hasta sentirnos satisfechos porque tenemos la ilusión de tener todo bajo control. Ahora bien, eso –tengámoslo claro– es una mera ilusión que nos llevará a conformarnos con lo que estamos viviendo o que no nos dejará ir más allá de lo que percibimos.

Volviendo a la pregunta, podemos decir que en un primer plano, llegar a las firmas y que se abra una etapa de discusión (que no sería exclusivamente sobre 135 artículos de la LUC) sería un hecho político importante. ¿Para qué? Para continuar la discusión en la sociedad sobre una ley que es un programa de gobierno de hecho que nunca fue anunciado antes. Y esta discusión se daría en todo el territorio y con las figuras de gobierno que deberían salir ahora sí a defender su proyecto de país, que está dejando a las mayorías en la pobreza absoluta y en condiciones de vida pésimas.

Desde Artigas a Montevideo, se debería dar un debate sobre todas estas situaciones. ¿Acaso es un milagro que se haya aumentado en 100.000 pobres en un año o es una acción política de este gobierno?, ¿la pérdida de salarios es un milagro o una decisión política?, ¿quién es el responsable político de esta decadencia que vive el país? Intercambiar, conocer, discutir, ese es un trabajo de los que quieren cambiar la realidad para que unos pocos no sigan acumulando cada vez más. Y esto es ejercer la democracia, no cada cinco años, sino día a día, participando activamente en las decisiones y discusiones de lo que pasa en la sociedad. Esta forma de democracia es la que los sectores dominantes rechazan con todas sus fuerzas. Y trabajan en sentido contrario, basta leer los editoriales de El País de estas últimas semanas (cuando la recolección de firmas empezó a tomar cada vez más fuerza popular): ahí se concentra lo que piensa y siente esta minoría poderosa que detenta el poder económico y las grandes fortunas de Uruguay, reflejando al gobierno de forma incuestionable.

Entonces, llegar a ese número de firmas sin dudas abriría una nueva etapa en el país, sería un parteaguas. Y por eso el nerviosismo y la violencia que algunas figuras gubernamentales y algunos comunicadores han demostrado estas últimas semanas.

Intercambiar, conocer, discutir, ese es un trabajo de los que quieren cambiar la realidad para que uno pocos no sigan acumulando cada vez más. Y esto es ejercer la democracia, no cada cinco años, sino día a día.

Sin embargo, en otro plano o nivel, el llegar o no llegar no es un gran cambio respecto del fondo del mayor problema que tenemos ya no sólo como sociedad uruguaya, sino como humanidad: el proyecto del capital. Este es el problema central que tenemos. Con la obtención de las firmas o sin ellas, el proyecto del capital seguiría firme (aunque con la derogación de los artículos de la LUC, algunos aspectos se verían disminuidos). Y ese es el gran problema a superar y a resolver, ese debe ser nuestro sur y nuestro sueño.

¿Cómo construir un proyecto político que enfrente a este proyecto de muerte del capital? Obviamente que no tenemos la respuesta para semejante pregunta. Pero sin dudas una de las claves es que la población, el pueblo organizado debe estar movilizado y motivado para participar, tiene que ser partícipe de ese proyecto, porque de lo contrario se derrumba cualquier intento de cambio.

Y esto me lleva a pensar que ciertas áreas en el pasado fueron dejadas de lado, desdeñadas, y entiendo que deberían ser centrales si se pretende enfrentar al proyecto del capital. Si, por el contrario, lo que se busca es la obtención de puestos de poder para administrar el sistema, no habrá grandes cambios y las minorías no sentirán disputado su poder a largo plazo.

Esas áreas que fueron desdeñadas o dejadas de lado hacen referencia a la formación político-ideológica. Hoy el actual gobierno y sus aliados en la Confederación de Cámaras Empresariales tienen claro lo que quieren y trabajan día a día para imponer su proyecto de sociedad y su visión de la realidad: desde el simpático discurso de los malla oro hasta las campañas contra los sindicatos y toda organización social que se expida de manera crítica frente al gobierno (recordemos lo sucedido cuando integrantes de una olla popular –que están sosteniendo esta debacle social– hicieron público que firmaban para derogar la LUC: chorros de tinta corrieron para castigar ese posicionamiento). Y este es un trabajo político-ideológico realizado por los sectores dominantes, que se presentan como neutrales, asépticos de todo interés: lo hacen por el bien de la sociedad, pues si les va bien a los ricos podrán dar migajas al resto.

Y ese mensaje insistente y constante es el que hay que desmontar y cuestionar. Pero para eso hay que tener presente que la batalla de ideas es fundamental, que la batalla por los valores y la cultura es clave. Es lo que vertebra un proyecto político de sociedad.

Y doy un paso más: ¿acaso no deberíamos incentivar y promover producciones de conocimiento que permitan desmontar esos discursos dominantes si lo que pretendemos es superar el proyecto social que estamos viviendo?, ¿podremos sólo como Uruguay superar estas condiciones sociales?, ¿no deberíamos trabajar para formar alianzas regionales sólidas?

Estoy convencido de que ese es un paso fundamental para intentar un cambio real y profundo de Uruguay. Si esto no se hace evidente y no se entiende que es una necesidad impostergable, parece difícil lograr cambiar en algo la realidad que vivimos.

Como decía Eduardo Milán: “¿Qué hay de nuevo? Nada. O sí / queda claro que somos un caballo / más, un hombre menos, un pájaro imposible. / La tarea es cambiar la realidad / el caballo resiste todo cambio”.

Héctor Altamirano es docente de Historia.