La reciente 109ª reunión de la conferencia de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) será siempre recordada por haberse realizado enteramente de manera virtual, a distancia, lo que representa un logro para el organismo en la superación del difícil tránsito por la pandemia.

También será recordada por los motivos menos plausibles de haber “saludado” las “medidas positivas” que el gobierno de Colombia ha adoptado “para abordar la situación de violencia en el país”, cuando es sabido por todos que cientos de trabajadores han sido amenazados, agredidos y hasta asesinados impunemente a causa de su actividad sindical. Pero no conforme con eso, la OIT además “alentó al gobierno a continuar tomando medidas para garantizar un clima exento de violencia”, exhortación efectuada en los mismos días en que las cadenas internacionales de noticias mostraban la represión que se ejerce en las calles contra la movilización social de protesta.

El país había sido llevado a la Comisión de Aplicación de Normas de la Conferencia (que trata la mal llamada “lista negra” de casos más graves de violación de los derechos laborales) por considerarse que se estaba frente a uno de los mayores incumplidores, en tanto se afectaba la vida y la seguridad de las personas que ejercen responsabilidades en sus organizaciones sindicales. Había cierta expectativa de que el organismo acordase una recomendación firme para que el gobierno hiciera cesar de manera inmediata la violencia ejercida contra ciudadanos que no hacen otra cosa que defender los derechos de quienes trabajan en condiciones de dependencia, y que reciben como contrapartida un proyectil en lugar de un reconocimiento por su generosa entrega al ocuparse de lo público y del bien común.

Fuera de esta vergonzante decisión, la reunión internacional adoptó resoluciones sobre respuestas a la pandemia y prepara otros documentos igualmente interesantes sobre desigualdad y trabajo y sobre formación profesional de calidad, a tratar en noviembre.

La llamada “Cumbre sobre el mundo del trabajo” tuvo lugar en medio de la conferencia, y contó, entre otros, con la participación del papa Francisco y del presidente de Estados Unidos, Joseph Biden.

Ambos plantearon ciertos puntos de vista que, si bien son reconocibles en las tradiciones que ambos representan, no deja de ser de interés resaltarlos por su sintonía y contribución al debate sobre el futuro del trabajo tras la pandemia.

Francisco llamó a dar prioridad en las políticas públicas a las personas que se encuentran en los márgenes del mundo del trabajo, como son quienes están poco cualificados, los jornaleros, el sector informal, los trabajadores migrantes y los refugiados, de modo de “garantizar que todos obtengan la protección que necesitan según sus vulnerabilidades”.

Luego de reclamar que “el modo de llevar adelante la economía tiene que ser diverso, también tiene que cambiar”, advirtió que existe “un virus peor aún que el covid-19: el de la indiferencia egoísta”, que “se propaga al pensar que la vida es mejor si es mejor para mí, y que todo estará bien si está bien para mí, y así se comienza y se termina seleccionando a una persona en lugar de otra, descartando a los pobres, sacrificando a los dejados atrás en el llamado ‘altar del progreso’”.

Los discursos de Biden y Francisco convocan a mirar el mundo del trabajo desde una perspectiva amplia, rescatando la función de los sindicatos, criticando los encares economicistas y las éticas individualistas.

Sobre el papel de los empresarios subrayó que “deben producir riqueza al servicio de todos” y que “siempre, junto al derecho de propiedad privada, está el más importante y anterior principio de la subordinación de toda propiedad privada al destino universal de los bienes de la tierra y, por tanto, el derecho de todos a su uso”. Agregó que “a veces, al hablar de propiedad privada olvidamos que es un derecho secundario, que depende de este derecho primario, que es el destino universal de los bienes”.

En cuanto a los sindicatos, indicó que “son una expresión del perfil profético de la sociedad. Los sindicatos nacen y renacen cada vez que, como los profetas bíblicos, dan voz a los que no la tienen, denuncian a los que “venderían al pobre por un par de chancletas [...], desnudan a los poderosos que pisotean los derechos de los trabajadores más vulnerables, defienden la causa de los extranjeros, de los últimos y de los rechazados”.

La participación de Joseph Biden fue mucho más breve pero no menos significativa y potente. Se trató del tercer presidente de Estados Unidos en participar de una reunión de la OIT, después de que en 1941 Franklin D Roosvelt calificara la creación del organismo como “un sueño descabellado que se hizo realidad”, según recordó el director general de la OIT, Guy Ryder.

En lo sustantivo manifestó que la democracia está ante un desafío, en tanto los “autócratas del mundo [...] persiguen los derechos de los trabajadores y las normas internacionales del trabajo”, aunque subrayó que se equivocan “en pensar que no lograremos apoyar a los trabajadores”.

En el tramo de su alocución dedicado a la salida de la pandemia, señaló que se produce en medio de “desigualdades exacerbadas y una difícil prueba para las familias”, pero la democracia podrá superarlo “dando más poder a los trabajadores, aumentando los trabajos, defendiendo sus derechos, logrando que rindan cuentas aquellos que someten a sus ciudadanos al trabajo forzoso y al trabajo infantil”.

Los discursos de Biden y Francisco no deben entenderse como mentiras piadosas. Provienen de quienes representan instituciones muy diversas pero que convocan a mirar el mundo del trabajo desde una perspectiva amplia, rescatando la función de los sindicatos, criticando los encares economicistas y las éticas individualistas y dando primacía al trabajo sobre el capital, o vinculando estrechamente la democracia y los derechos laborales. Todo un programa para la reconstrucción.

Sacando cuentas, no puede dejar de pensarse que algunos editoriales y legisladores oficialistas de nuestro país deberían tener un arranque de pudor, apurarse a borrar toda evidencia de sus paupérrimas incursiones en estas temáticas, y tomar nota de lo que dicen quienes reflexionan en serio y con responsabilidad sobre el futuro.

Hugo Barretto es catedrático de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social de la Facultad de Derecho de la Universidad de la República.