Uno de los grandes científicos del siglo pasado fue Jonas Salk, un médico y virólogo estadounidense que desarrolló la vacuna para el virus de la poliomielitis en la década de 1950, época en que la polio causaba estragos en el mundo, llenaba los hospitales con niños sin aire en insuficiencia respiratoria y dejaba a los sobrevivientes paralíticos. La revolucionaria invención no fue patentada luego de mostrar que funcionaba. Cuando le preguntaron a Salk por qué (no) lo hizo, respondió en televisión: “There is no patent. Could you patent the sun? (¿Acaso se puede patentar el sol?)”.

Se calcula que Salk perdió entre dos y siete billones(*) de dólares por concepto de patentes de su vacuna.1 Aunque muchos criticaron su postura y aún lo hacen, tildándolo de buen virólogo y mal economista,2 su trabajo y la frase deberían enseñarnos mucho al evaluar lo que estamos viviendo con la pandemia de covid-19.

¿Quién financia las superventas?

Las farmacéuticas suelen llamar blockbuster, o superventas, a una droga que venda un billón de dólares al año. Con los contratos firmados hasta julio, Pfizer calcula que entregará para finales del presente año 2,1 billones de vacunas, lo que rondará al menos unas ganancias producto de sus vacunas de 33 billones de dólares.3 Alguien que defienda las leyes del libre mercado diría que los capitalistas que venden las vacunas tienen todo el derecho de hacerlo. Si invierten en investigación y desarrollo, entonces tienen todo el derecho de llevarse las ganancias. El que invierte no sabe, cuando lo hace, si ganará o perderá. Y si se liberan las patentes vacunales, ¿quién nos salvará? ¿Quién querrá invertir en vacunas?

Pero esto no fue así. El financiamiento del desarrollo vacunal no fue todo privado. De hecho, fue justo lo contrario: gran parte –si no la mayoría– del financiamiento lo pusieron los gobiernos. En Estados Unidos, el gobierno federal invirtió 11 billones en desarrollo y expansión de capacidad de manufactura de las empresas que desarrollaron las vacunas y otras medicaciones de alto costo y precio utilizadas para la covid-19. En Gran Bretaña la vacuna de AstraZeneca (AZ) recibió billones de libras esterlinas de dineros públicos. De hecho, esa vacuna fue realizada con conocimiento propio de la Universidad pública de Oxford, y aunque todos le digan AZ, la empresa arriesgó poco y nada de dinero en su desarrollo. Se calcula que Reino Unido invirtió más de 48 millones de libras en la AZ, 250 millones en el desarrollo sumado de esas y otras vacunas para la covid-19, y si sumamos lo que los gobiernos del mundo (léase todos nosotros) invirtieron alrededor del mundo podrían ser mucho más de 5.000 millones.4 El relato de que sin la industria no habría vacunas se transforma en un mito cuando se hurga en la historia de su desarrollo reciente.

Luego de conseguir el impresionante logro de tener vacunas altamente eficaces utilizando dineros públicos, las empresas hicieron del mundo pandémico uno de los más grandes negocios de su historia. Lo que pagaron los contribuyentes de Estados Unidos por sus vacunas no impidió (pues tampoco el gobierno lo exigió) que los precios se liberaran y las empresas cobraran lo que se les antojara en el libre mercado. Es lógico: la pandemia fue una de esas oportunidades de una vez en la vida para los negocios. Incluso la vacuna de Oxford-AZ, que fue anunciada en 2020 como una iniciativa sin fines de lucro que vendería su vacuna a precio de costo, recibirá billones en ganancias y la empresa ya se reservó el derecho de determinar cuándo la pandemia finalizará para así aumentar sus precios.5

Poco se sabe de los contratos que están en marcha, y lo que sí se sabe de su distribución mundial es escandaloso. Por ejemplo, en enero se conoció que AZ cobró 2,5 veces más cara su vacuna a Sudáfrica que a la mayoría de los países europeos. Así, la dosis para africanos costaba más de cinco dólares y para europeos poco más que dos, a pesar de que 2.000 sudafricanos participaron en ensayos clínicos durante 2020 para probar la vacuna en humanos. Pruebo la vacuna en ti y encima te la vendo más cara. Para mayor indignación, hace pocos días se hizo público que vacunas Jonhson & Jonhson producidas en aquel país son exportadas a Europa, mientras que los sudafricanos aún esperan las dosis que compraron.6 Pfizer está cobrando a 6,75 dólares la vacuna en África, que es seis veces más que el costo de su producción. Para tener un comparativo, la vacuna cuesta a Uganda lo mismo que gasta aquel país por ciudadano en un año. Por todo el mundo ese fue el tono de los acuerdos. Los colombianos que compraron Moderna pagaron el doble que los estadounidenses por la vacuna, con un estimado de sobrecosto de 375 millones de dólares. En lo que va de pandemia se calcula que Reino Unido ya pagó por la producción de Pfizer y Moderna 1,8 billones más que los costos de producción, suficiente dinero como para pagarles a los trabajadores de su sistema sanitario 1.000 libras esterlinas de bono por un año. Aunque la información es escasa y poco se sabe de los contratos de compra y venta de vacunas en Uruguay, uno de los países que más vacunaron en el mundo, el precio podría estar entre 10 y 50 dólares la dosis de vacunas Sinovac.7 Los chinos también saben jugar en el mercado.

El hecho de contar con vacunas en tiempo récord que ya probaron ser muy efectivas para prevenir hospitalizaciones y muertos, y que sólo lleguen a países que puedan pagarlas, es una vergüenza mundial.

Un crimen contra la humanidad

Desde febrero de 2021 la organización Médicos sin Fronteras hace campaña pública para que los países ricos exijan a sus empresas que liberen las patentes. Pero esto no sucedió. Los países ricos donde residen las empresas que comercializan las vacunas siguen glotones, consumiendo las vacunas disponibles a cifras escandalosas, sin compartir con el resto del mundo ni la propiedad intelectual ni las propias vacunas. Mientras que 60 de cada 100 británicos ya tienen esquema vacunal completo, sólo dos de cada 100 ugandeses lo lograron. India es el mayor productor y exportador de vacunas del mundo y hasta finales de junio sólo tenía a 4% de su población vacunada. Vale recordar que fue en ese país donde se detectó en octubre pasado la variante Delta, responsable de una ola de contagios masiva en aquel país durante abril y junio. El hecho de contar con vacunas en tiempo récord que ya probaron ser muy efectivas para prevenir hospitalizaciones y muertos, y que sólo lleguen a países que puedan pagarlas, es una vergüenza mundial. Para colmo, se da el hecho de que países como Estados Unidos tienen tantas vacunas que hasta las tiran pues expiran antes de ser utilizadas.8 En Canadá miles de dosis que podrían salvar vidas en muchas partes del mundo quedaron en las heladeras pues no había personas que se quisieran vacunar. Se estima que para finales de 2021 los países ricos tendrán un billón de vacunas más de las que necesitan. Mientras tanto, de los casi 1,3 billones de africanos menos de 3% fueron vacunados.

Un apunte interesante añadido es que estas asimetrías se ven incluso dentro de países ricos como Estados Unidos, en donde las poblaciones más sumergidas y pobres, como los negros y latinos, tienen menor acceso a vacunas, mayor mortalidad por covid-19 y son el foco de brotes epidémicos mayores. La inequidad vacunal también se detecta entre casa.

¿Qué implicancias biológicas tiene esto, añadidas a las morales? Un preprint divulgó los resultados de un interesante estudio que mostró que la tasa de cobertura vacunal se correlaciona inversamente con la frecuencia de mutaciones de variantes del virus SARS-CoV-2.9 Las bajas tasas vacunales aumentan las mutaciones y la explosión de nuevas variantes, mientras que las altas tasas vacunales generan una contención a este fenómeno. Así, la variante Delta evolucionó en forma diferente en India (pocas vacunas) que en Gran Bretaña (muchas vacunas). Esto muestra la relevancia y el desastre que implica la distribución tan desigual de vacunas por el mundo y cómo los nacionalismos vacunales son inefectivos a mediano y largo plazo, ocasionando muertes que ahora sí son evitables. No vacunar al mundo es un tiro en el pie de los países ricos, y muchos no se percataron de que el no ser solidario con los que menos tienen es uno de los frenos globales para contener a la pandemia. En junio, Burioni y Topol analizaron cómo por primera vez en la humanidad la ciencia está siguiendo la evolución del virus “en vivo”, a tiempo real, y concluían que era de interés de toda la humanidad no ser codicioso y proveer de vacunas a un precio justo para todos.10 Que para lidiar y controlar el virus la manera más efectiva de ser egoísta era ser generoso. Pero el egoísmo, una vez más, triunfó.

El secretario general de la Organización Mundial de Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreyesus, dijo en junio que estos nacionalismos vacunales son algo grotesco y un escándalo moral. La catástrofe moral se atestigua desde enero, cuando el propio Tedros mostraba que mientras los 49 estados más ricos obtuvieron 39 millones de dosis, un estado africano recibía sólo 25. 25, sin millones. Con el correr de los meses, la situación no hizo más que empeorar, y para finales de julio el propio Tedros declaraba que era una vergüenza que los países ricos comenzaran a vacunar a adolescentes (población de muy bajo riesgo) mientras que en países pobres ni siquiera hay vacunas para trabajadores de la salud o poblaciones ancianas, que son los que mayor riesgo de morir por covid-19 tienen.

En agosto decenas de naciones con acceso a vacunas decidieron comenzar a dar refuerzos o boosters vacunales (terceras dosis), lo que no hará más que aumentar la brecha. Esto motivó a la OMS a solicitar una moratoria en no utilizar esas vacunas y redistribuirlas a los que más lo necesitan.

De hecho, un artículo reciente en Nature muestra cómo la evidencia disponible no apoya que los refuerzos aporten claro beneficio a los ya protegidos con esquemas completos.11 El abordaje es corto de miras, pues perpetúa la inequidad global, lo que ocasionará que la pandemia siga encendida, y esto a nadie sirve. Para los países ricos con acceso vacunal significará más variantes importadas, y para el resto, el sufrimiento de muertes y sistemas de salud colapsados. Un círculo evitable si las vacunas estuvieran disponibles para todos. Pero la realidad dicta que vivimos en un verdadero apartheid vacunal.

El escándalo del apartheid

Apartheid es una palabra del afrikáans que significa “separación” o “estado de estar aparte”, y que traducía el estado del sistema de segregación racial institucionalizada de Sudáfrica en el siglo pasado. La asimetría en la vacunación global traduce un estado de “estar aparte”. Considerando el actual estado de situación, es claro que todas las estrategias, como Covax, destinadas a evitarlo, fracasaron.

El mundo está siendo testigo de una catástrofe moral y viendo cómo ahora una causa de muerte evitable por vacuna como la covid-19 se perpetúa más de lo necesario. Mientras los estados ricos, parados encima de vacunas que no usan, deben obligar por la fuerza a los reacios a vacunarse, países con la mayor mortalidad por covid-19 no ven ni una dosis. En África, por ejemplo, la mortalidad de los pocos que llegan a CTI por la enfermedad es mucho mayor que en países ricos.12

Hace unos días, colegas de Reino Unido en un editorial de la British Medical Journal propusieron que este apartheid vacunal sea considerado un crimen contra la humanidad. El hecho de ser testigos de que las grandes farmacéuticas son protegidas por las naciones ricas mientras generan obscenos lucros parece una violación directa a los derechos humanos que señalan que todos tenemos el derecho de compartir los avances científicos (vacunas) y sus beneficios. Queda claro que, a pesar de que fueron desarrolladas por una inyección gigante de dineros públicos y de que hay capacidad de suplir a todo el mundo con vacunas, estas no llegan a quienes más lo necesitan, que son los países con poblaciones más pobres y los sistemas sanitarios más flacos. Y todos observamos por la televisión cómo las olas hacen estragos en países sin vacunas, generando muertes evitables. Es revivir lo de inicios de 2020, pero ahora contando con la solución para controlar la pandemia en manos de unos pocos países glotones que van recuperando su vida normal mientras la mayoría del mundo continúa en un descalabro social y económico sin precedentes.

Nelson Mandela dijo que la pobreza no era un accidente. Como la esclavitud o el apartheid, eran hechos por el hombre y podían removerse por acciones de los mismos hombres. Ser silenciosos es ser cómplices, y esta catástrofe moral debe ser denunciada; los responsables políticos deben hacerse cargo y revertir esta tragedia. Al comienzo de la pandemia se repetía el eslogan de que todos estábamos en el mismo barco y que la covid-19 nos afectaba a todos. Mentira. En todo caso, estábamos todos en el mismo mar, mas no en el mismo barco. A menos que estemos en un nuevo Titanic, donde los de tercera clase llevan de nuevo la mayor mortalidad. Supongo que Jonas Salk estaría indignado si viera cómo las patentes siguen sin liberarse y las vacunas no llegan a todos los que las necesitan.

Sebastián González-Dambrauskas es pediatra.

(*) En la nota se hace referencia a la acepción anglosajona de billón, equivalente a mil millones.