En el lenguaje corriente se usa la palabra “ideología” para referirse a una corriente de pensamiento determinada, generalmente alternativa. Por ejemplo: “derecha” e “izquierda”. Pero en las ciencias sociales, desde hace un siglo y medio, se emplea “ideología dominante” para referirnos a una concepción legitimadora del mundo social que nos rodea, y que emana en forma espontánea e inconsciente de las relaciones sociales materiales de la sociedad, esto es, de su sistema productivo.

Desde hace un siglo también se fue incorporando en los sectores más avanzados de las ciencias sociales el uso de “ideología emergente” aplicado al sistema de ideas que advirtió la existencia de este fenómeno, y es por eso que denuncia al sistema productivo capitalista no sólo porque está conduciendo a un fracaso apocalíptico –ya fuere ecológico o nuclear– sino por sus notorias contradicciones conceptuales, ya que postula que la competencia conduce a la abundancia y a la felicidad, cuando ha conducido al peligro nuclear, a la barbarie de la opulencia y del despilfarro ostentoso frente al hambre y a la miseria. Y nos está augurando ahora la posibilidad muy próxima del fin de la humanidad, ya fuere por un desastre ecológico supremo (provocado por el capitalismo depredador) o por un estallido nuclear (decidido por gobiernos, pero también impulsado por la competencia económica del sistema productivo).

¿Esto indicaría que hay que abandonar “izquierda” y “derecha”? No me parece necesario. “Izquierda” y “derecha” nacieron con la Revolución Francesa de 1789. Entonces se aplicó a quienes, al votar la deposición del rey, se sentaron a la izquierda y quienes se sentaron a la derecha de la sala. En ese primer momento, significaba algo así como “republicanos” y “monárquicos” o “partidarios de la soberanía popular” y “partidarios de la monarquía”.

Posteriormente “izquierda” se fue aplicando a transformaciones socialdemócratas como la ley de ocho horas, las jubilaciones, la licencia anual, etcétera, que corregían, algo, la explotación del sistema económico, o también se aplicaron (tempranamente) a aspectos del patriarcado. Cuando sólo votaban los hombres, nuestra ley (de 1922, que se aplicó en 1927), fue considerada “de izquierda”. Igual apelativo siguen teniendo otros avances solidarios que siguen apareciendo en esferas públicas o privadas.

No creo que sea necesario postular el abandono de esta dicotomía. Pero sí es preciso advertir que muchos hombres y mujeres que se consideran “de izquierda”, y también partidos políticos y (con más razón) coaliciones de partidos políticos, son mencionados –y frecuentemente sus dirigentes también lo hacen– como “de izquierda” cuando, estrictamente, no lo son en forma plena.

¿Por qué? Por lo que se dijo al comienzo: la “ideología dominante” nos alcanza a todos. Quienes nos consideramos “de izquierda” no podemos estar seguros de no arrastrar algunos prejuicios heredados o adquiridos.

Voy a citar el caso de un dirigente político a quien aprecio y respeto, quien, teniendo un título universitario y ocupando un alto cargo en el Banco de la República, dijo, por televisión, “los clientes del BROU” en lugar de decir “los usuarios”. Es imposible suponer (por su afiliación partidaria) que este militante ignora la noción de “ideología dominante”. Simplemente, el uso del lenguaje habitual lo traicionó.

En el inciertísimo mundo actual, no parece imposible que Uruguay pueda volver a introducir cambios solidarios en su sistema productivo. Para ello, hace falta una acción política educadora.

Cito otro uso más frecuente, que nos alcanza a todos: cuando usamos la expresión PIB (producto interior bruto), sin aclarar que es una expresión acuñada por economistas ortodoxos, estamos, también, reproduciendo la ideología dominante. Porque PIB es definido como “conjunto de bienes y servicios estimados en su valor monetario producidos por un país en período determinado”. Y esto significa que, por ejemplo, una ametralladora o un tanque de guerra pasan a ser considerados un “bien”, así como todo el resto del aparato militar. Si el diccionario (o quien menciona la sigla) agregara “para la economía del capitalismo el PIB es tanto”, la reproducción ideológica podría ser considerada menos grave, pero igualmente estaría actuando.

En síntesis: quienes participamos de esta “ideología emergente” no podemos estar seguros de no arrastrar ingredientes de la “dominante”.

Conclusión

El lenguaje en las ciencias sociales se va afinando, pero lo hace a un ritmo muchísimo más lento que en las ciencias exactas y naturales. Además, muchos dirigentes políticos de izquierda advierten que amplios sectores de ciudadanos sometidos a la presión constante de los medios masivos se convierten en espectadores del quehacer político y entonces procuran enviar mensajes simples, que aborden algún problema inmediato y notorio, procurando no ir a un análisis que toque la raíz económica, porque se la supone inaccesible para un ciudadano común.

Esto es un error. Así tal vez se puedan conseguir votos, pero no se avanza en conciencias. Este país, cuya población es menos de 2% de la de su vecino del norte y menos de 1% de la de su vecino del oeste (ambos, junto a Inglaterra, garantes de su creación en 1828), tuvo en el pasado avances sociales importantes que los poderes imperialistas toleraron. Esto habilita a pensar que en el inciertísimo mundo actual, en el que vemos la declinación del imperialismo norteamericano, no parece imposible (suponiendo que no haya una tercera y última guerra mundial ni apocalipsis ecológico) que Uruguay pueda volver a introducir cambios solidarios en su sistema productivo.

Para ello hace falta una acción política educadora. Hay que educar al soberano, como lo hizo José Pedro Varela, como lo hizo el batllismo, como procuró hacerlo el Frente Amplio mientras no fue gobierno. Cuando fue gobierno aprobó una muy tímida ley de medios, sin atreverse a aplicar la directiva europea “Televisión sin fronteras”, que limita los informativos a media hora de duración, prohibiendo a la vez la publicidad en ese lapso. El Frente Amplio tenía mayoría para hacerlo y podía invocar que copiaba una ley internacional que se aplica tanto a las televisiones privadas como a las públicas en 27 países. Me consta que un senador lo propuso.

Hoy, para educar al soberano, hay que empezar por limitar la deseducación que produce el sistema privado de televisión, sostenido mediante publicidad. Para aumentar la audiencia, deliberadamente se infantiliza al espectador.

Roque Faraone es escritor y docente.