En un artículo anterior1 intenté desarrollar -con la brevedad que un artículo periodístico implica- la percepción de que la política se estaba “suicidando”. Algunas prácticas políticas que cada vez toman más relevancia conducen a que los propios políticos estemos socavando los pilares de tan noble actividad. Pero en el artículo faltó lo fundamental para intentar comprender la complejidad del problema: ¿qué es la política?
En 1962, Bernard Crick, un socialista democrático profesor del London School of Economics publicó En defensa de la política. El libro comienza estableciendo qué no sería política: religión, ética, derecho, ciencia, historia, ni siquiera economía. La política no resuelve todos los problemas ni está presente en todo, y tampoco sería ninguna doctrina política concreta, ya sea conservadora, liberal, socialista, comunista o nacionalista, aunque se puedan reconocer elementos de todo lo anterior. La política es política.
Historiando lo que aparenta como un escurridizo concepto, señala que fue Aristóteles quien primero logró definir los que deberían entenderse como los principios fundamentales de una posible ciencia política. En su libro señala que Platón se equivoca al intentar reducir todo lo que constituye la polis (o estado político) a una unidad. Para Aristóteles la polis es un conglomerado de múltiples miembros. “La política, según el gran Aristóteles, surge en estados organizados que reconocen ser un conglomerado de múltiples miembros, no una tribu o el producto de una religión, un interés o una tradición únicos. La política es el resultado de la aceptación de la existencia simultánea de grupos diferentes y, por tanto, de diferentes intereses y tradiciones, dentro de una unidad territorial sujeta a un gobierno común”, apunta Crick.
Por tanto, lo que se interpreta es que el “orden político” no es cualquier tipo de orden: en su origen se encontraría el reconocimiento pleno de la libertad, puesto que la política implica cierta tolerancia de verdades divergentes y que el gobierno es sustancialmente mejor cuando intereses rivales se disputan en un foro abierto.
La política sería la manera de gobernar sociedades plurales sin violencia innecesaria, y convendría tener en cuenta, hoy más que nunca, que todas las sociedades son plurales.
Las principales amenazas que enfrenta la política en su tiempo serían: ideologías totalitarias, la eventual tiranía de las mayorías en una democracia, los nacionalismos y la tecnocracia.
En un libro mucho más reciente, La política en tiempos de indignación, Daniel Innerarity retoma las amenazas más contemporáneas a las que se enfrenta la política. Si bien parte de analizar la política contemporánea y comparte el núcleo conceptual de Crick, su libro se centra en la democracia.
En tal sentido sostiene que en realidad la democracia, más que un régimen de acuerdos, es un sistema que permite convivir en condiciones de profundo y pertinaz desacuerdo. Incluso por lo general los desacuerdos serían más conservadores que los acuerdos, ya que cuanto más se polarizan las sociedades, menos capaces son de transformarse.
En la actualidad la política y la democracia enfrentan desafíos relevantes.
Entre los principales en el texto reseñado se detallan: el poder del dinero y de las grandes empresas que terminan “secuestrando” la política; la debilidad de los partidos políticos que han dejado de cumplir tres funciones esenciales: la representación, la selección de cuadros competentes para gobernar y el reconocimiento de los ciudadanos como sujetos políticos. A esto se suma el rol de los medios de comunicación y el exhibicionismo mediático que transforma cada vez más la política en un espectáculo. En el prólogo del libro, Josep Ramoneda recuerda que Hannah Arendt explica que el totalitarismo es una sociedad en la que las personas “no tienen espacio propio” y viven, como en los campos de concentración, “presionados unos contra otros”. En tal sentido, la desaparición de la intimidad es totalitaria.
Por otra parte, las nuevas tecnologías de la información y las redes sociales nos inundan de información, sumergiéndonos en una falsa transparencia, ya que, sin cierta mediación, infinita información es bastante parecido a cero información.
A lo anterior se suma un tiempo acelerado y cada vez más incierto, en el que la reflexión, y por sobre todo, ideas que alumbren alternativas posibles parecen cosas de prestidigitadores.
La política tiene que recuperar su capacidad estratégica, no puede ser mera gestión de un estado de cosas.
La incertidumbre y la indignación que cada vez cala más hondo en las sociedades parece instalar un paisaje político polarizado en torno a “soluciones” tecnocráticas o populistas. Las primeras se sirven de la complejidad de las decisiones políticas para menospreciar las obligaciones de legitimación, mientras que las segundas desconocen que la política es una actividad que se lleva a cabo en medio de muchísimas condicionantes. Unos parecen exigir que limitemos al máximo nuestras expectativas, y otros que las despleguemos sin ninguna limitación.
Al igual que Crick, Innerarity se propone una férrea defensa de la política y la democracia. Es así que señala que la política se propone más comprender que saber y que la democracia es un régimen de opinión, no un conflicto de verdades a la búsqueda de una ratificación científica.
Cuando se señala que la política está demasiado cerca de la retórica e incluso de la demagogia, se olvida que el objetivo de la política no es la verdad: ese es un objetivo propio de la ciencia.
En política lo correcto (oportuno, justo, viable, económico, integrador) sería el objetivo a perseguir, ya que la cuestión de la “verdad” en política sólo puede tener cabida en el marco de una pluralidad de valores en conflicto dentro de los cuales se decide qué es lo correcto. “La verdad existe en política dispersa en las instituciones, inscrita en sus prácticas, cautiva en nuestras indignaciones y juicios”, sostiene Innerarity.
Una sociedad basada cada vez más en el conocimiento nos exige a todos renovarnos. En ella sólo sobreviven los sistemas que están dispuestos y son capaces de aprender.
La política tiene que recuperar su capacidad estratégica, no puede ser mera gestión de un estado de cosas. Esto implicaría, por ejemplo, menos agitación emocional y promesas excesivamente voluntaristas, pensar más en qué pueden hacer los gobiernos y menos en lo que pueden prometer. En definitiva, relacionarnos con el futuro de manera más estratégica y menos voluntarista.
La democracia de “audiencias” ha consolidado un personalismo banal como sustituto de los perfiles ideológicos. Para generar cambios profundos parece no haber atajos, y lo que se necesitaría con mayor urgencia son cambios organizacionales y en los sistemas. “Por este camino la política se convertiría en un intento de civilizar el futuro, de impedir su clausura o colonización por un pasado determinante, por el cierre de oportunidades o por la mera inercia administrativa”, advierte Innerarity.
Por estos días, tanto en nuestro país como en buena parte del mundo, la política parece caer cada vez más en la irrelevancia, abriendo una gran interrogante acerca de cómo las sociedades gestionaremos los asuntos comunes.
Hoy parecen predominar el cortoplacismo, la indignación y las acciones superficiales. Pero, como dice el autor, creo que muy en el fondo todos los actores políticos sabemos que con el activismo no se combate la perplejidad, sólo se disimula.
Marcos Otheguy es dirigente de Rumbo de Izquierda, Frente Amplio.