En nuestro país ha sido instalada la discusión sobre la sostenibilidad de la seguridad social, así como un variado conjunto de medidas que deberían ser consideradas para evitar su desfinanciación en el mediano y largo plazo. Al igual que el inexorable envejecimiento y la mayor expectativa de vida de nuestra población, la debacle se presenta como inevitable.

Los énfasis planteados por nuestro gobierno de coalición de derechas jerarquizan tanto la postergación de las edades jubilatorias como la disminución de las prestaciones, en un paquete que parece preocuparse solamente por los gastos del sistema de seguridad social, descartando de plano modificar sus ingresos, en pos de una mejor justicia intergeneracional.

La propuesta sobre la mesa, que se pretende sufra variaciones en función del debate parlamentario y de los necesarios acuerdos, plantea un prolongado tiempo de transición desde el sistema actual a otro más sostenible. Más allá de que la duración de esa transición es parte del debate, la consecuencia de la mayor sostenibilidad implica menores beneficios a los futuros jubilados. En particular, en función de lo planteado, aquellos que hoy tienen menos de 45 años, además de tener que trabajar más años, verán reducidas sus jubilaciones en general.

La solidaridad intergeneracional sólo es mencionada para justificar la imperiosa necesidad de una reforma que le aporte sostenibilidad al sistema, pero no han sido planteadas propuestas que puedan mejorar los ingresos futuros del sistema y por ende también mejorar sus prestaciones. Es decir, tratar de que quienes tienen hoy 45 años o menos no tengan jubilaciones tanto más bajas de las que tienen los actuales jubilados. La solidaridad pasa entonces por hacer una reforma que vuelva al sistema sostenible, afectando a la baja el gasto previsional a futuro, pero no implica nada más.

Los noruegos y noruegas, que a finales de los años 60 descubrieron que tenían petróleo en sus aguas territoriales, decidieron en 1990 que una parte de los ingresos de la explotación petrolífera debían utilizarse para garantizar el bienestar de sus futuras generaciones. El petróleo un día se va a acabar y no es justo que sólo las generaciones actuales sean las beneficiarias de lo producido por su venta, dijeron. Así que crearon el Fondo de Pensiones del Gobierno de Noruega, que se nutre de parte de las ganancias que genera la explotación de su petróleo y cuyo fin es contribuir al financiamiento de las jubilaciones de las generaciones futuras. Con sus ingresos, este fondo realiza inversiones cuyas rentabilidades son destinadas a mejorar las jubilaciones de las generaciones más jóvenes al momento de su retiro.

En Uruguay no tenemos petróleo que podamos vender al extranjero, nuestro mayor productor de riqueza exportable es nuestro suelo. Hemos tenido ya varios impulsos al incremento de los precios de los productos primarios que dominan nuestras exportaciones, como la carne o la soja. Asimismo, los aumentos de productividad de estos se han basado tanto en mejoras tecnológicas aplicadas a sus modelos de producción, como en un uso mucho más intensivo del suelo, nuestro recurso natural más valioso. Recurso en teoría renovable, o parcialmente renovable, a diferencia del petróleo, pero la intensidad de su uso actual y la que puede llegar a tener en el futuro pone en duda si lo será por siempre. De hecho los problemas de erosión, muchas veces debido al mal manejo del suelo, se han hecho cada vez más corrientes. Tan grave se ha vuelto la situación en algunos casos, que durante los gobiernos del Frente Amplio se implementó la obligatoriedad de presentar un plan de manejo del suelo, elaborado por profesionales competentes, para cada predio productivo.

Creemos un Fondo Uruguayo de Productos Primarios, con 1% de estas exportaciones, unos 70 millones de dólares anuales y agreguemos las rentas de este fondo a la financiación de las pasividades.

Vale preguntarse entonces si no será que las generaciones actuales nos estamos gastando las ganancias de un suelo muy productivo, pero que no lo será tanto en el futuro. Como también corresponde la pregunta de si sólo nosotros seremos los beneficiarios de los altos precios de esos productos que exportamos y cuyo volumen se debe a la calidad de nuestros suelos.

¿Si en el futuro nuestros suelos ya no son tan productivos debido a la erosión por nuestro uso actual, no nos habremos apropiado injustamente de las ganancias de nuestro principal recurso natural? ¿Por qué no tomar una medida similar a la de los noruegos, creando un fondo con parte de los recursos generados por nuestro suelo que permita incrementar las jubilaciones de nuestros jóvenes y así dotar a la explotación de nuestro recurso productivo más importante de algo de solidaridad intergeneracional?

En la actualidad, tanto la ganadería como la agricultura aportan una parte de sus exportaciones para la financiación de dos organismos paraestatales: el Instituto Nacional de Carnes (INAC) en el caso de la ganadería y el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (INIA) en el caso de la agricultura. Sus aportes equivalen a 0,4% de sus exportaciones en cada caso, sumando este último año casi 50 millones de dólares si los consideramos conjuntamente.

Creemos un Fondo Uruguayo de Productos Primarios, con 1% de estas exportaciones, unos 70 millones de dólares anuales y agreguemos las rentas de este fondo a la financiación de las pasividades de las personas menores de 45 años, hayan reunido o no las condiciones para acceder a una jubilación contributiva. Para cuando esté en funcionamiento el nuevo sistema jubilatorio, considerando un rendimiento de 3% anual en unidades indexadas (UI) -algo absolutamente factible-, se habrán acumulado en el Fondo unos 2.000 millones de dólares, generando intereses por un mínimo de 50 millones de dólares anuales.

¿Por qué no mejorar las pasividades futuras con las ganancias que nuestros suelos están produciendo ahora? Y que las generaciones futuras se beneficien de los actuales altos precios internacionales de nuestros productos primarios, así como de la excelente productividad de nuestros suelos. Un poco de solidaridad intergeneracional no nos vendría mal. Compartamos las vacas gordas.

Alejandro Zavala es militante de Ir y El Abrazo, Frente Amplio.