26 de marzo de 2022. Leo con estupefacción en La Jornada, periódico mexicano, que en Estados Unidos la ultraderecha ha encabezado una cruzada a favor de la prohibición de libros. Cito la mencionada prensa mexicana: “...desde enero de 2021, se han introducido 155 proyectos de ley a nivel estatal para prohibir, limitar o condicionar obras en educación pública y bibliotecas en 38 de los 50 estados, 10 iniciativas se han promulgado en ley en 9 estados, reporta PEN América, la cual advierte que ‘esta ola feroz de prohibiciones sobre material académico y literarios no tiene precedentes’”. El mencionado material incluye libros de la historia norteamericana que hacen referencia a los derechos civiles de las así llamadas “minorías”: afrodescendientes, nativos americanos, latinos y musulmanes, así como los que tratan temas de género, identidad sexual y derechos civiles. Como es su costumbre, los líderes de esta cruzada “recurren a intimidación y amenazas para alcanzar sus fines, poniendo en riesgo la seguridad y el empleo de trabajadores de bibliotecas, educadores e integrantes de juntas escolares”, continúa La Jornada.
Susanita, el personaje de Quino, después de leer en el periódico reportes de guerra, hambre y represión, expresó: “¡Aaaah!,... ¡por suerte el mundo queda tan, tan lejos!”. Ni tanto... Aquí (y ahora) no se prohíben libros, sólo se quiere prohibir el lenguaje inclusivo y criminalizar a los jueces, pero a más de uno de esos que encabezan estas iniciativas depredadoras de las libertades les encantaría la idea.
Ahora bien, tal vez se me señale como presa del vicio de creer que todo pasado fue mejor, pero en el Uruguay de principios del siglo XX un abogado y filósofo llamado Carlos Vaz Ferreira puso el valor de la tolerancia en la base de una forma de hacer filosofía que, rechazando las filias y fobias intelectuales, los encasillamientos doctrinales y las etiquetas que los acompañan, se adentró en el terreno del análisis real y directo de los problemas.
Lógica viva, tal vez la obra más connotada de nuestro filósofo, contiene una parte negativa y una positiva. Como ha dicho correctamente José Seoane en su contribución a esta serie,1 Lógica viva realiza una crítica profunda a la lógica clásica como teoría de la detección y eliminación de los errores de argumentación. El núcleo de esta crítica consiste en señalar que el fracaso del método de reconstrucción y corrección de dicha lógica descansa en que sus esquemas no atrapan la complejidad psíquica de la práctica argumentativa real. Esta es la parte negativa del libro. La parte positiva, como respuesta al fracaso de la lógica clásica señalado en la parte negativa, consiste en dar los lineamientos de una teoría general del error y de sus manifestaciones más cruciales en nuestras prácticas intelectuales más comunes, pero también en las más especializadas, una teoría que evita las esquematizaciones idealizantes y contempla los problemas bajo escrutinio en toda su riqueza de matices tanto lógicos como psicológicos.
Entre los vicios más arraigados en nuestros modos de pensar destaca Vaz Ferreira aquel que se origina al confundir los que llama “problemas explicativos” y “problemas normativos”. Los problemas explicativos están constituidos fundamentalmente por los problemas empíricos o de experiencia, como podría ser, por ejemplo, la pregunta sobre la distancia que media entre la Tierra y el Sol; preguntas susceptibles de ser respondidas, al menos en principio, mediante la investigación experimental. Los problemas normativos, en cambio, comprenden la mayoría de los asuntos que competen a las acciones humanas y que sólo admiten, en términos de Vaz, “soluciones de elección”. Así, por ejemplo, el problema que se le presenta a una mujer que considera interrumpir su embarazo es un problema normativo, que no admite una solución de sí o no, sino una compleja ponderación de creencias, deseos, preferencias, emociones, circunstancias sociales y materiales, etcétera.
Ahora bien, como ya lo adelanta el caso que acabo de mencionar, según Vaz Ferreira, los asuntos atinentes a las mujeres, asuntos que tienen que ver con sus derechos civiles y políticos, su acceso a los cargos públicos, a profesiones y carreras, y el más fundamental, el de las relaciones de los sexos y la organización de la familia, son problemas normativos en el sentido definido antes, y, por lo tanto, requieren un tratamiento evaluativo. ¿Cómo procede esto?
Por razones de espacio, y también porque considero que es lo que más importa del abordaje de Vaz Ferreira de este asunto, no voy a referirme, más que de paso, a las opiniones puntuales del filósofo uruguayo sobre los problemas de la mujer –muchas de ellas referidas a situaciones contextuales–, sino a sus esfuerzos por preparar el estado mental apropiado para pensar un asunto de tal envergadura. Es decir, con independencia de las “soluciones” o “sugerencias” concretas de Vaz, creo que lo que es más valioso resaltar de su propuesta es el estado de espíritu que nos propone adoptar para entablar un diálogo que nos permita avanzar en la solución real de dichos problemas.
Lo primero que es valioso resaltar del tratamiento vaz ferreiriano de este problema, como lo hizo con otros problemas normativos, es su recomendación para evitar el espejismo que producen las palabras, especialmente los nombres dados a las diferentes formas en que se encarnan los intereses humanos. Según Vaz, el uso de términos como “feminismo” y su contrapartida “antifeminismo”, debido no sólo a que se emplean muchas veces para referirse a diferentes posturas, sino también a la carencia de una definición clara y explícita de estos, conduce a una simplificación del tratamiento del problema subyacente y, lo que tal vez es peor, a una vana disputa terminológica. Mejor, dice Vaz, y concuerdo completamente con ello, es “tratar de opinar sobre él directamente, sin preocuparse del nombre de nuestra opinión, ni de clasificaciones”.2 Así, apartándose de las restricciones que nos imponen esas etiquetas, erige una posición en torno a los problemas de la mujer, problemas que van desde los que tienen que ver con la inserción laboral o el acceso a la educación, hasta el más importante sobre la desigualdad sexual, que culmina en una conocida distinción entre dos formas de feminismo, a saber: feminismo de igualdad y feminismo de compensación.
Esta distinción, planteada con respecto a la asimetría de los derechos sexuales de mujeres y hombres, obtiene una primera formulación de la siguiente manera: “Cuando un hombre y una mujer se unen, a la mujer se le forma un hijo; al hombre no le sucede nada. Encontrar ese hecho muy satisfactorio es ser “antifeminista”. Ignorarlo es ser “feminista” (de los comunes: de los de IGUALDAD. Tener presente ese hecho; sentir lo doloroso e injusto de algunos de sus efectos, y procurar su COMPENSACIÓN –que podrá ser igualando o desigualando, según los casos– sería el verdadero y buen feminismo). (Vaz Ferreira, Sobre feminismo, las mayúsculas son de Vaz).
Dejando de lado el caso del antifeminista, que encontraría ese hecho satisfactorio por ser “natural”, un feminista de igualdad, quien defiende que las mujeres y los hombres son iguales, tout court, lo pasaría por alto, mientras que uno de compensación no sólo se percataría de las consecuencias que el asunto tiene para las libertades de las mujeres, sino que abogaría por su “compensación”. Pero, ¿qué significa exactamente esto?
Antes de avanzar hacia ese punto, hay algunas otras consideraciones que resaltar del punto de vista de Vaz Ferreira que preparan bien el terreno desde el cual pensar nuestro asunto: en primer lugar, rechazar cualquier reducción de este a una mera cuestión de hechos. A principios del siglo XX, aunque todavía escuchamos opiniones trasnochadas en la misma dirección, se intentaron “soluciones” del problema de la relación entre los sexos sobre la base de explicaciones biológicas. Aquí, ambos bandos, feministas y antifeministas, partían de ciertos hechos biológicos característicos de los sexos, e inferían de ellos otra clase de hechos, sociales en este caso, sobre los cuales fundaban sus opiniones. Así, los descubrimientos sobre la partenogénesis, es decir, la posibilidad de autofecundación por parte de algunas hembras, derivaba, entre los feministas, en opiniones sobre la supremacía del sexo femenino. Los antifeministas, por su parte, inferían del mismo hecho la opinión de que las mujeres estarían destinadas exclusivamente a las funciones reproductoras primordiales y las que se siguen de ellas. El error de esta forma de pensar es, según Vaz, el del reduccionismo que intenta explicar un orden de cosas a partir de uno más básico, ignorando las características propias del primero.
Creo que la significación de los planteamientos de Vaz Ferreira en torno al problema de la desigualdad entre mujeres y hombres estriba en la posibilidad que nos brinda de ensayar una crítica del asunto a una escala mayor.
Ahora bien, es justo sobre la base de este rechazo del reduccionismo biologicista en la explicación de la relación de los sexos que la concepción de Vaz Ferreira toma forma.
La observación de la naturaleza, sostiene Vaz, nos arroja que la organización de las funciones de machos y hembras es bastante desigual, privilegiando en algunos casos a los primeros y en otros a las segundas. Así, parece que la naturaleza ha “repartido” las funciones de una manera que resulta en una verdadera “injusticia estructural” de la que no es posible escapar. En el caso de la especie humana, la asimetría biológica es evidente. ¿Qué hacer, pues? ¿Debemos contentarnos con erigir nuestras explicaciones de la relación de los sexos sobre estas desigualdades estructurales? En nosotros los humanos, la respuesta es, según Vaz Ferreira, no. Así lo presenta: “Bien: la naturaleza es ‘indiferente’. Es cierto. Pero si una especie evolucionara –¡qué importante es esto!–; si una especie evolucionara, y entraran en juego sentimientos y afectos, y valores morales, y preocupaciones de justicia y de destino, entonces –¡qué importante es esto!– según su base biológica, cada especie tendría más o menos que vencer... Pues bien: tal es, hasta cierto grado, el caso de nuestra especie”.3
Es decir, de entre todas las especies, la nuestra en particular –tal vez, como dice Vaz, como resultado de su desarrollo evolutivo– ha llegado a constituirse como una que es capaz de experimentar sentimientos y emociones, pero también de plantearse preguntas que cuestionan sus límites y condiciones puramente naturales, y juzgar sobre la justicia e injusticia, lo moral e inmoral.
Es sobre la base de esta capacidad que podemos cuestionar las “desventajas” del sexo femenino y “compensarlas” mediante la intervención directa. A diferencia de un feminismo que simplemente acepta los hechos y pugna por “igualar” a mujeres y hombres en todo lo demás, el feminismo de compensación no se conforma con los hechos, sino que trata de atenuarlos y compensarlos. Dice Vaz: “Para mí, resueltamente, esta segunda dirección de pensamiento es la buena: buena, en todos los sentidos; sentimental y racionalmente… Yo me dejo ir por ella con toda el alma”.4
Ahora bien, como ya lo adelanté, creo que la significación de los planteamientos de Vaz Ferreira en torno al problema de la desigualdad entre mujeres y hombres estriba en la posibilidad que nos brinda de ensayar una crítica del asunto a una escala mayor. Específicamente, considero que sus dichos sobre la confusión entre cuestiones explicativas y cuestiones normativas va más allá de una simple confrontación entre feministas y antifeministas. Pienso que en general han sido nuestras sociedades las que se han desarrollado sobre la base de esa confusión, e instituido, tácita y explícitamente, convenciones sociales, culturales y morales que toman los hechos naturales como su fundamento. Para decirlo de otra manera, han sido las sociedades las que se han comportado de forma antifeminista. Se ha obligado a las mujeres a soportar no sólo el peso de su lugar dentro de la reproducción, sin consideración alguna de su voluntad, sus dudas, sus temores, sino que también se ha hecho una representación de sus cualidades estéticas e incluso las ligadas al erotismo, en franca sintonía con las mencionadas funciones reproductivas. Asimismo, me inclino a pensar que toda la violencia abominable hacia las mujeres que vemos cotidianamente descansa en las mismas primitivas consideraciones sobre su naturaleza biológica.
Podríamos hacer una lista de las restricciones que han sido impuestas a las mujeres sobre la misma base de su lugar dentro la reproducción y de lo que se sigue de ello, por ejemplo, sus obligaciones conyugales, la crianza de los hijos y el mantenimiento del hogar. Esas restricciones han ido desde las ya mencionadas atinentes al erotismo y la apariencia física, a otras ligadas a la diversión, la habilidad para realizar o juzgar sobre ciertas actividades, profesiones y disciplinas. Sobre muchos de estos temas se ha avanzado, en el sentido vaz ferreiriano de “compensación”, tanto en nuestro país como en otros. Con mucho esfuerzo y lucha de las mujeres, viejas legislaciones han dado lugar a otras nuevas, y en los campos en los que no existía regulación, se han erigido algunas normas satisfactorias. Pero, como también dice Vaz, y para volver a comentarios con los que comencé esta contribución, debemos estar muy alertas sobre los retrocesos, porque: “[...] cuando se trata del juego libre de la democracia, las tendencias contrarias, de llegar al triunfo, no se limitarían a triunfar, sino que suprimirían, precisamente, ese mismo juego libre. Quiero decir que reciben y no devuelven. Suprimen el medio de recuperar: la pérdida se vuelve definitiva”.5
Álvaro Peláez es doctor en Filosofía de la Ciencia.