Militar la vida como principio, militar la vida como pasión, militar la vida y el amor. Como mujeres políticas es impensable mirarnos con otros ojos, pararnos desde otro lugar.

Nos atraviesa la afectividad de forma constante y alterna, nos atraviesa de manera transversal a lo largo de nuestra existencia, en mayor o menor medida, pero nunca deja de estar ahí. Esto nos acerca.

Solo puedo hablar desde mi singularidad, aunque puedo reconocerme en los ojos de las otras. Sé que somos muchas quienes encontramos refugio en nuestros ideales cuando decimos y nos decimos “militar la vida, militar el amor”. Estoy convencida de que no voy a militar el odio, ni alimentar los discursos que lo sostienen. Esa no es la forma de hacer política hacia la construcción de una democracia pensada con mujeres y para mujeres.

Es necesario construir una democracia alternativa y diversa, contraria a la política instalada. Una política que fue pensada históricamente para y desde los varones. Desde el ejercicio de sus potestades, en un lugar de privilegio que imbrica y refuerza la cultura patriarcal, potencia la misoginia, el machismo y pone por delante su presencia hegemónica.

Este sistema hegemónico es el que promueve la inequidad, desde prácticas que oprimen, denigran e invisibilizan a las mujeres y disidencias. La sistematización de las violencias se sostiene desde la palabra, pero muchas veces también a través del silencio, el secretismo, la complicidad con otros varones e incluso con otras mujeres, las amenazas en los pasillos, la violencia psicológica, sexual, física y política. Estos comportamientos tienden a denigrarnos, a veces con habladurías, otras veces con miradas esquivas o que terminan siendo lesivas.

Y acá es donde tenemos que tener bien claro que ninguna se salva, porque en mayor o menor medida todas somos víctimas de estas prácticas.

Entonces, si no estamos juntas en esto, ¿dónde estamos?

Es necesario construir una democracia alternativa y diversa, contraria a la política instalada. Una política que fue pensada históricamente para y desde los varones.

Si no podemos estar estratégicamente juntas cada vez que nos precisemos, cada vez que el resto de la ciudadanía nos precise, ¿vale la pena ocupar espacios de representatividad e incidencia? ¿Y de qué modo lo vamos a hacer? ¿Repitiendo las mismas lógicas aprendidas históricamente, que fueron efectivas y propicias para sostener el sistema patriarcal? Aquellas de las cuales nosotras mismas somos el “blanco fácil” a la interna de nuestros espacios de militancia político partidaria.

Algo tenemos que considerar.

  • Denigrar a otra mujer política es una clara manifestación del patriarcado.
  • Invisibilizar a otra mujer política es una práctica del patriarcado.
  • Debatir haciendo alusión a atributos personales y no con argumentos basados en contenidos políticos es reforzar el patriarcado.
  • Violentar a otra mujer política en un intercambio de opiniones es una práctica aprendida desde el patriarcado.
  • No reconocernos desde un lugar “común” de opresión es darle voz al patriarcado.

Reflexionemos e intercambiemos juntes sin perder nuestros principios e ideales, pero sobre todo seamos conscientes de no continuar reproduciendo mecanismos que sigan retroalimentando nuestra poca participación en espacios políticos.

En definitiva, nos precisamos “como estrategia”. Nos precisamos.

Ximena Giani es integrante del Círculo Social de Casa Grande.