“La verdad, paga, es cierto; pero paga a crédito”. Carlos Vaz Ferreira, Conocimiento y acción, 1920.

Carlos Vaz Ferreira se formó en una universidad marcada por el positivismo sajón de Herbert Spencer. El positivismo, en términos generales, defiende que el conocimiento científico es el único conocimiento auténtico, al que se accede a través del método científico, a partir de los datos de la experiencia. Adopta una actitud crítica hacia la filosofía tradicional, en especial la metafísica, a la cual considera poco fiable para constituir el pensamiento. Spencer agrega a estas características una fundamentación evolucionista tanto en el ámbito biológico como social.

Al finalizar el siglo XIX, la crisis de esta doctrina en Europa se reflejó en los círculos intelectuales nacionales, que se aprestaron a superar tanto al dogmatismo cientificista como a su antagónico espiritualismo. Este último, frente al empirismo y el método experimental positivista, proponía la introspección y el idealismo trascendental, rompiendo con la tendencia de reducir lo real a lo físico y la filosofía a una ciencia natural. Vaz Ferreira ocupó un lugar destacado en esa generación renovadora que partiendo de una postura crítica de las ideas heredadas superó al positivismo clásico y defendió, como sostiene Ardao, un positivismo emancipado.

Vaz Ferreira precisó reiteradamente su concepto del positivismo “ingenuo” y su posición personal respecto a él: el positivismo entendido como “no tomar por ciertos sino los hechos comprobados como tales; [...] graduar la creencia, tener por cierto solamente lo cierto, por dudoso lo dudoso, por probable o por posible, lo probable o posible; [...] saber distinguir, discernir lo que conocemos bien de lo que no conocemos bien; [...] sentir admiración y amor por la ciencia pura, sin hacer, en su nombre, exclusiones”,1 era una posición buena y recomendable. Por el contrario, un positivismo entendido como la limitación sistemática del conocimiento humano a la sola ciencia, la prohibición de salir de sus límites cerrados, de la especulación, la meditación y el psiqueo afectivo, a propósito de problemas ajenos a lo mensurable y accesible a los sentidos, era una doctrina funesta en sus efectos.

Vaz Ferreira era contrario a cualquier tipo de exclusivismo, proviniera de la ciencia y el positivismo o de un humanismo despreciativo del conocimiento científico. Desde su Cátedra de Filosofía luchó contra ambos y propendió a la amplitud de miras, la apertura del espíritu y la integralidad de la cultura. Defendió la formación humanística y general, en contraposición a la especialización científica propuesta por el positivismo estrecho y exclusivista, que pretendía eliminar toda reflexión metafísica.

Aunque crítico del positivismo, Vaz Ferreira quiso seguir siendo, de alguna manera, positivista. Se alejó de sus dogmas, pero sin abandonar ciertas notas fundamentales que constituían lo que consideraba fecundo del espíritu de esa corriente. Al mismo tiempo, se acercó al espiritualismo al reconocer y defender la posibilidad y legitimidad de la metafísica, aunque a un espiritualismo limitado por la crítica y el escepticismo del conocimiento. En este sentido, su pasaje a otras formas de pensamiento fue una superación o síntesis más que un rechazo, una integración más que una ruptura.

El témpano y el océano: ciencia y filosofía unidas para el conocimiento del mundo

Frente al falso dilema, cientificista o enemigo de la ciencia, Vaz Ferreira sitúa en su lugar las contribuciones de la ciencia y la filosofía respecto del conocimiento del mundo: la ciencia aporta solidez y control; la filosofía, amplitud y profundidad. Ciencia y filosofía cooperan en la búsqueda de la verdad, reconociendo, cada una, su alcance y sus límites. Vaz Ferreira tuvo siempre un profundo interés por el conocimiento científico y concibió a la filosofía influida de cerca por él a través de la historia. Sea cual sea la relación de la filosofía con la ciencia, escribió, es un hecho que la ciencia emite filosofía y que esa emanación filosófica se intensifica en los periodos de gran actividad científica. No es posible circunscribir el saber a la ciencia y eliminar la filosofía, porque tan pronto aquella se profundiza obliga, necesariamente, a los propios científicos a filosofar.

La realidad es vasta y compleja, nos supera, sostiene Vaz Ferreira. Sin embargo, hemos construido herramientas que nos permiten entrar en contacto, manejarla y operar sobre ella. Pero los sistemas científicos que se crean para pensar el mundo son simplificaciones y se debe estar alerta frente al peligro de olvidar que siempre hay algo de la realidad que escapa al esquema, y de confundir la representación o el instrumento con la cosa. Más allá de sus éxitos y sus posibilidades de aplicación práctica, es fundamental tener presente el carácter instrumental de las ciencias; lo que ellas ofrecen no es la realidad y menos aún toda la realidad. La ciencia es terreno sólido en el que apoyarse, pero al mismo tiempo, “es un témpano flotando en el océano”. “Es sólido, dicen los hombres prácticos dando con el pie. Y tienen razón: y, también, nada es más útil y meritorio que su obra. Ellos han vuelto el témpano habitable y grato. Miden, arreglan, edifican, siembran, cosechan [...]”. “Pero esa morada perdería su dignidad si los que la habitan no se detuvieran a veces a contemplar el horizonte inabordable, soñando en una tierra definitiva; y hasta si continuamente algunos de ellos [...] no se arrojaran a nado, aunque se sepa de antemano que hasta ahora ninguno alcanzó la verdad firme, y que todos se ahogaron indefectiblemente en el océano para el cual no se tiene barca ni velas”.2

La apariencia de tierra firme de las ciencias se debe a su edificación sobre un punto de apoyo, convencional, proporcionado por un significado fijo y preciso de los términos y un plano de abstracción determinado. Ellas son herramientas creadas para encerrar la realidad en moldes precisos y con ellas es fácil ver y describir, pensar la realidad lingüísticamente y comunicar ese conocimiento. Pero si bien su esquematismo presenta ciertas ventajas, a efectos del conocimiento del mundo, los sistemas científicos deben ser complementados por la filosofía, que es capaz de reconocer las diferencias entre simplificación y realidad y, sobre todo, es capaz de reconocer, al mismo tiempo, el valor y las limitaciones de la ciencia. Aunque en medio del océano las ciencias aparezcan como el territorio de la seguridad y el progreso, ese espacio no es tierra firme.

Esta observación de Vaz Ferreira no niega la autenticidad del conocimiento científico ni invalida la ciencia. Lo que propone es un cambio de actitud frente a su sensación de certidumbre: reconocer su parcialidad y singularidad y, fundamentalmente, pretender que el científico sea capaz de ajustar su creencia a la base de hechos en que se apoya. Vaz Ferreira hace una invitación a profundizar el pensamiento iniciado en el ámbito científico, en el plano filosófico. No hay frontera entre ciencia y filosofía, sus límites no son precisos, ellas “trabajan en continuidad, [...] unidas”, porque “si se analiza cualquier trozo del témpano mismo, resulta hecho de la misma agua del océano [...] La ciencia es Metafísica solidificada”.3 El pensamiento puede detenerse en el plano científico por motivos prácticos, pero seguir pensando es pasar gradualmente a los problemas filosóficos. Entre ciencia y filosofía hay una región intermedia de conocimiento clarificador que Vaz Ferreira concibe como de intercambio fructífero. Por ella pasan los científicos que se atreven a llevar el análisis más allá de la ciencia y los filósofos que acuden a buscar en la ciencia nuevos materiales para la reflexión.

Vaz Ferreira ocupó un lugar destacado en esa generación renovadora que partiendo de una postura crítica de las ideas heredadas superó al positivismo clásico y defendió, como sostiene Ardao, un positivismo emancipado.

Enseñanza superior e investigación: camino hacia el progreso

En 1928, al aceptar el rectorado de la Universidad, Vaz Ferreira manifestaba su desazón frente al rezago de nuestro país respecto a la “enseñanza de alta cultura e investigación”. Insistía en la enseñanza como el camino hacia el progreso. Consideraba que, en contraposición a una enseñanza profesional muy adelantada, en Uruguay era inexistente lo que entendía como la enseñanza superior pura, caracterizada por poner al propio pensamiento a funcionar, a producir, en las ciencias como en las humanidades. En todos los países, sostenía, era necesaria la enseñanza superior cultural. Pero mientras que en los países europeos la cultura superior se absorbía continuamente en el arte, la literatura, los museos, las relaciones sociales, etc., en países como el nuestro las universidades eran casi los únicos órganos de absorción de cultura. Ellas eran las únicas que proveían ese mínimo de cultura filosófica que podía dar amplitud de miras al profesional. De ahí el valor de la filosofía y de las humanidades como educación general.

Para lograr esa conjunción humanístico-científica, Vaz Ferreira consideraba necesaria una enseñanza de las ciencias liberadas del servicio a otras disciplinas, una física que no estuviera subordinada a la formación de los ingenieros, una química que no lo estuviera a la formación de los farmacéuticos, etc. Pero, para adquirir la cultura teórica imprescindible para el desarrollo del saber, ese primer paso debía ser complementado por la filosofía. Defendía la necesidad de una disciplina encargada especialmente de poner de relieve las características comunes de las ciencias, una filosofía de la ciencia que mostrara sus interrelaciones y puntos en común. La justificación de la filosofía respecto de la ciencia no era de orden teórico o ideal, sino práctica y positiva. Ella era necesaria para la ciencia. Para que la ciencia, a pesar de sus contenidos concretos, pudiera ser útil como saber, era necesario que actuara con una generalidad de criterio científico, que sólo la vuelta constante y el estudio de sus postulados fundamentales pueden permitirle desarrollar. En la Facultad de Humanidades y Ciencias (FHC) que Vaz Ferreira ideó, desde el comienzo, en 1946, figuraron cursos de historia y de filosofía de la ciencia, complementando a los estudios en ciencias.

La universidad en la que se formó y actuó Vaz Ferreira, como se ha dicho, estaba orientada al objetivo político y social de formar y habilitar para el ejercicio de las profesiones liberales, razón por la cual la investigación, la producción de conocimiento original, generalmente era ocasional y resultado de inclinaciones personales de algunos docentes. Vaz Ferreira consideraba que, si la ciencia y la cultura teórica se debilitan, decaen también las manifestaciones prácticas del pensamiento y de la actividad humana. La condición fundamental del progreso residía, según él, en el interés de los hombres en las cuestiones, los debates, las doctrinas, independientemente de sus consecuencias. No siempre se requiere que la formación teórica sea estrictamente aplicable a lo práctico o que esté en estrecha relación con ello. Confería un valor intrínseco a los estudios puramente teóricos. “Ese instinto que nos conduce a interesarnos por las cuestiones, con prescindencia absoluta de sus aplicaciones prácticas, lo que se llama ‘desinterés científico’ en el más amplio sentido del término, es uno de los que cualquier teoría de la verdad debe dejar subsistentes [...]”. “Si hay algún lugar común en la historia del pensamiento, es justamente la constatación de que casi todos, por no decir todos, los grandes descubrimientos prácticos, han tenido su principio en cuestiones tan teóricas, tan especulativas, al parecer, que no hubiera podido vérseles ninguna consecuencia práctica posible”. Prescindir de estas cuestiones especulativas era no comprender que ellas son, respecto de las cuestiones prácticas, “lo que la fuente del río es a su curso inferior”.4

Con el objetivo de superar esa situación Vaz Ferreira promovió distintas formas de estímulo a la investigación. Por un lado, propuso la creación de un fondo al cual el estudioso pudiera presentar proyectos propios, para alentar la aptitud de los investigadores en todos los campos del conocimiento. De allí derivarían luego los verdaderos valores para crear los grandes centros de investigación y de trabajo. La ley de creación de la Facultad de Humanidades y Ciencias establecía, por ejemplo, rubros específicos, aunque modestos, para el desarrollo de proyectos de investigación original. Por otro lado, desde sus proyectos de 1914, Vaz Ferreira planteó la existencia de sueldos progresivos, aumentando los de aquellos que eligieran dedicarse, además de a la labor de enseñanza directa, a la investigación y producción de conocimiento original. Condición voluntaria y renovable, que beneficiaría la educación y las ciencias nacionales. Es oportuno recordar que el Régimen de Dedicación Total en la Universidad se estableció recién en 1946, en la Facultad de Medicina, y no fue sino hasta 1958 que se extendió a la totalidad de las facultades.

Como la mayoría de los problemas que Vaz Ferreira no sólo abordó teóricamente, sino con los cuales se comprometió como el hombre de acción que fue, los esbozados aquí también están vigentes luego de un siglo: el acercamiento entre humanidades y ciencias continúa siendo tímido y los fondos destinados a investigación aún resultan modestos. La pandemia de Covid-19 reafirmó la importancia de apoyar, financiar y desarrollar lo que el filósofo uruguayo llamaba investigación desinteresada y que hoy llamamos ciencia básica. Porque, como enuncia en su crítica al pragmatista William James, “Nuestra obligación de buscar la verdad es parte de nuestra obligación general de hacer lo que paga, [pero], lo que James no ha sabido ver [...] es que, la verdad, paga, es cierto; pero paga a crédito”.5

María Laura Martínez es profesora adjunta de Historia y Filosofía de la Ciencia de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad de la República.


  1. Vaz Ferreira, C. (1963). Lecciones sobre Pedagogía y cuestiones de enseñanza, vol. 2, XV, Montevideo: Cámara de Representantes de la República Oriental del Uruguay: 43. 

  2. Vaz Ferreira, C. (1963). Fermentario, X, Montevideo: Cámara de Representantes de la República Oriental del Uruguay: 179-180. 

  3. Ibid: 179. 

  4. Vaz Ferreira, C. (1920). Conocimiento y acción. Montevideo: Barreiro y Ramos: 118-121. 

  5. Ibid: 124.