Corrían los primeros días de diciembre de 1992. Hacía aproximadamente cuatro semanas que Marcello Mastroianni había llegado a Uruguay para rodar en el barrio histórico de Colonia del Sacramento escenas de la coproducción ítalo-argentina De eso no se habla, dirigida por María Luisa Bemberg, con argumento basado en el cuento homónimo del argentino Julio Llinás. Una historia de amor pueblerino de los años 30, la búsqueda de un destino y un fuerte mensaje por la libertad.
El avance cibernético estaba aún lejos de alcanzar la proyección lograda a partir de los inicios del siglo XXI con la telefonía celular convertida en los últimos años en la principal tecnología utilizada en el mundo para la comunicación. Era el tiempo del icónico Motorola Internacional 3200. En lo personal, donde vivía, no tenía teléfono. Un impulso espontáneo, diríase una corazonada, me llevó a casa de mis padres para procurar comunicarme con el célebre actor italiano, a quien admiraba por su calidad interpretativa, su arte histriónico y su magnífico trabajo en el film Los compañeros, de Mario Monicelli, obra mayor de la cinematografía mundial.
Temprano, a la tarde, llamé al hotel Plaza Mayor, donde se hospedaba. Me atendió muy cortésmente una empleada de recepción y le expresé en pocas palabras que mi intención era conocer personalmente a Mastroianni. No obstante, teniendo en consideración los compromisos del actor en el set de filmación, insistí en que sólo aspiraba a ser atendido por alguna persona de su entorno para explicarle los motivos de mi interés por tener una charla con él. Me informó que en ese momento Mastroianni no estaba y que tampoco se encontraba ninguna persona que me pudiera atender. Me pidió mis datos y me dio la seguridad de que le informaría sobre mi llamada. Ese primer contacto fue el viernes 4 de diciembre. Sería el comienzo de una brevísima pero singular historia.
Al día siguiente, mi cuñado Luis Alberto, quien vivía a muy pocas cuadras de mi domicilio, me fue a ver. Lo noté sorprendido y entusiasmado a la vez, al tiempo que me comentó que el propio Mastroianni había llamado a casa de mis padres y que en la conversación le había dicho a mi madre que yo me comunicara con él. ¡No podía creerlo! Parecía un sueño de ficción. Le pedí que avisara a mis padres anunciándoles que iría al día siguiente para hacer la llamada.
El domingo 6, también por la tarde, llamé al hotel. La recepcionista me pasó la comunicación. Al oír su voz inconfundible, la que conocí cuando le hacían entrevistas, la de las películas originales sin doblaje, confieso que una mezcla de emoción e incertidumbre me dejó sin decir palabra por unos segundos que me parecieron eternos. Durante la conversación, de manera amable, me preguntó cuál era el motivo de mi interés en conocerle. No le pedí una nota periodística. Sabía que difícilmente me la daría. El tema de la conversación sería sobre Los compañeros, mi película preferida, Senigallia, el entrañable profesor recreado por un Mastroianni insuperable, y aquello que, naturalmente, surgiera en la charla.
Esa conversación telefónica promovió mi encuentro con el sobresaliente actor, uno de los de mayor prestigio y reconocimiento internacional desde fines de los 50 hasta su desaparición, sólo física, en diciembre de 1996. Nos encontraríamos dos días después. Le expliqué que viajaría expresamente desde Montevideo hasta Colonia del Sacramento. Ese martes 8 se me presentaba la gran oportunidad de conocerlo personalmente.
Dos días después, Daniel Lucas, crítico de cine de Telemundo en Canal 12, entrevistaría a Mastroianni. No le fue fácil al principio, porque el afamado artista no era afín a dar notas. Sin embargo, tras expresarle su admiración, con oficio de comunicador, Lucas pudo hacer una interesante entrevista que se extendió por unos diez minutos.
Los compañeros, obra mayor
Los compañeros, creación de Mario Monicelli, el realizador italiano de Los desconocidos de siempre, La gran guerra y La armada brancaleone, entre otros títulos importantes, es uno de los films más logrados en la historia del cine. Pero es también una de las más brillantes interpretaciones –si no la mejor– del notable actor Marcello Mastroianni, protagonista en esos años de La dolce vita y Fellini 8 ½, dirigidas por el inolvidable Federico Fellini.
La obra es la crónica de una huelga de trabajadores en una fábrica textil de Turín, en el noroeste de Italia, a fines del siglo XIX. Un trabajo extenuante de 14 horas en condiciones inhumanas, con apenas media hora para almorzar y sin descanso, conducirá inevitablemente al enfrentamiento entre obreros y patrones. La lucha de los trabajadores recorrerá distintas etapas, desde un tímido primer movimiento para retirarse una hora antes del fin de la jornada, hasta la tentativa de ocupar la fábrica.
La película combina la descripción social y política con la comedia, rasgos distintivos en la carrera de Monicelli. Pero es también profundamente idealista, inspirada, según ha expresado su autor, en el perfil de las obras de Anton Chéjov y Edmundo d’Amicis, en tanto Senigallia, el entrañable y pintoresco profesor recreado por Mastroianni, es su expresión más fidedigna. A medida que avanza la resistencia de los obreros en conflicto, la obra aumenta su tensión dramática y el humor es relegado para ir desapareciendo paulatinamente hasta el desenlace. Las secuencias finales serán dramáticas y conmovedoras.
En ocasión de su estreno el viernes 3 de julio de 1964 en el cine Radio City, la cartelera cinematográfica exhibía títulos importantes. Sobresalían El puente sobre el río Kwai (Inglaterra), de David Lean, con Alec Guinness; Un día, un gato (Checoslovaquia), de Vojtech Jasny; Flying Clipper (Alemania Occidental), de Rudolf Nussgruber, y El poder y la pasión (Estados Unidos), de Guy Green.
El encuentro previo
Unos minutos antes de las 11 de la mañana lo vi fugazmente en la recepción del hotel Plaza Mayor, en la calle Del Comercio 111, en el corazón mismo del centro histórico, donde se hospedó en su pasaje coloniense. Es una hermosa construcción colonial que, aun reciclada, mantiene sus líneas tradicionales y un gran patio interior con una fuente en el centro, donde Mastroianni paseaba a diario sin el acoso del periodismo y sus seguidores.
Tan sólo un breve saludo y un autógrafo. Sin embargo, al percibir tal vez mi gesto matizado con admiración y cierta desesperanza, me devolvió el libro (I compagni) que le había entregado para su firma y, con expresión generosa pero firme, me dijo: “Esto, por el momento. Tendrá que tener paciencia, pues todavía queda mucho trabajo por hacer y el fin de semana tengo que regresar a Buenos Aires para continuar con la filmación”.
Y ahí permanecí, silencioso, observando cómo se alejaba presuroso hacia el set de filmación, instalado a no más de 100 metros de distancia, donde lo aguardaban para reanudar la tarea.
Marcello Mastroianni, en su generosa y permanente entrega al arte cinematográfico, aun cuando han transcurrido 26 años desde su fallecimiento, sigue siendo un canto a la vida y a la nobleza por el trabajo.
La entrevista inolvidable
Cerca del mediodía del martes 8 de diciembre de 1992, me hizo avisar, por una secretaria, que podía recibirme. En pocos minutos estuve con Mastroianni. Estaba solo, sentado, mirando hacia el Río de la Plata. Su presencia me pareció impresionante. Lo saludé con timidez y volví a quedarme sin decir palabra. Con la sencillez y elocuencia que distingue a los grandes, me invitó cortésmente a tomar asiento. Después, conversamos animadamente. La conversación se extendió por unos 40 minutos, pero, a fuer de sincero, me pareció brevísima.
Distendido, con un halo fascinante, sencillo, inteligente y con sentido del humor, fue “pincelando” en forma amena, clara y espontánea, variopinta de conceptos y opiniones, en un convincente español con expresiones propias de italiano y francés.
–Con mi mayor honestidad y franqueza quiero decirle que, a partir de sus trabajos en Los desconocidos de siempre, La dolce vita y Ocho y medio, empecé a interesarme por su filmografía. Pero Senigallia, aquel pintoresco y romántico profesor con el que usted protagonizó Los compañeros, me conmovió sinceramente. Pocas veces vi actuación tan relevante.
–Mastroianni: El personaje del profesor Senigallia ha sido uno de mis mejores trabajos para el cine, y Los compañeros uno de los principales films en los que tuve ocasión de actuar. Sorpresivamente, esta admirable recreación de época de Mario Monicelli fue un fracaso de público en la época de su estreno en Italia. Las salas estaban vacías y pronto fue retirada de cartel. Sin embargo, su reposición en la televisión italiana, no hace mucho, fue un éxito extraordinario. Parece increíble, ¿no?
Sus palabras me causaron sorpresa y me dejaron un tanto desconcertado. Tras esa reflexión, al hojear el libro I compagni que yo había llevado y observar en páginas centrales las fotos de la promoción, no pudo disimular su melancólica tristeza al reencontrarse en aquellos fotogramas con Folco Lulli (el inefable Pautasso), Bernard Blier (Martinetti) y Renato Salvatori (Raúl), sus colegas ya desaparecidos.
–Usted, que ha sido dirigido por talentosos realizadores y que ha superado largamente la barrera de las 100 películas, cifra extraordinaria para un actor de cine, si tuviera que elegir un director, ¿por quién se decidiría?
–Mastroianni: Fellini, sin duda. Federico Fellini.
–¿Y un actor?
–Mastroianni: Vittorio Gassman. Es ciertamente el número 1 en Europa. Personalmente, pienso que él es el actor más completo. Es un hombre muy culto e inteligente, con mucha audacia y coraje. Gassman habla casi a la perfección seis o siete idiomas y él mismo traduce textos de Shakespeare cuando interpreta alguno de sus personajes. Siento por Gassman una gran amistad y reconocimiento. A nivel profesional, un profundo respeto.
–Pero Gassman ha dicho más de una vez que el mejor actor es usted...
–Mastroianni: Vittorio Gassman es un muy buen amigo, realmente. Gran actor y mejor compañero.
–Usted ha interpretado gran diversidad de personajes en el cine y durante muchos años ha hecho teatro. ¿Cuál es su escala de valores entre la ficción y la realidad?
–Mastroianni: Cuando filmamos, sonreímos, lloramos, reímos, discutimos, actuamos. En definitiva, sólo ficción. Es nuestro trabajo de todos los días. Finalizado el horario de filmación, nos reunimos y podemos disfrutar de una buena mesa o un buen trago, o tomarnos un descanso, sin sobresaltos. En la vida real, la figura que representamos puede ser muy distinta la mayoría de las veces. Los revolucionarios y luchadores sociales arriesgan hasta su propia vida... verdaderamente. La diferencia es enorme.
Sobre el final de la charla, abordamos muchos temas. Los más disímiles. Del fárrago de la conversación, me pareció importante rescatar algunos de sus comentarios y relatos en un plano anecdótico.
“Estuve tres días en Punta del Este. Durante el viaje, me llamó la atención propagandas por el sí y por el no. Se trata de un plebiscito, ¿verdad?” (efectivamente, hacía referencia al plebiscito que por amplísima mayoría, 71,56% de los votos, derogó parcialmente la ley de Empresas Públicas promovida por el presidente Luis Alberto Lacalle).
“No acostumbro a guardar ni críticas ni recortes sobre mis trabajos, solamente a veces en forma excepcional”.
“Soy un hombre de cine y de teatro. No me gusta la televisión”.
“Durante muchos años, hice teatro dirigido por Luchino Visconti. Algunas obras que más recuerdo y que tuvieron mayor éxito fueron La muerte de un viajante, de Arthur Miller, Un tranvía llamado deseo, de Tennessee Williams, y Tío Vania, de Anton Chéjov”.
Mientras le oía con atención, Mastroianni hizo una pausa para saludar a su alrededor. Quedé sorprendido. Había gente por todos lados. En los árboles. Sobre la rambla. Filmando, tomando fotos o, simplemente, observándolo a la distancia. Ese asedio –que supe que fue constante– no parecía conmoverle demasiado.
“¡Marcello!, ¡Marcello!, a filmar”, llegaron para avisarle sus asistentes. Sería el telón de la charla. “Mi vida es un largo film que nunca termina. Finalizamos una obra, enseguida comenzamos otra y así es continuamente”, reflexionó. Como los gitanos o el espectáculo circense –pensé–, hoy aquí en Colonia, mañana lejos, muy lejos tal vez... Caminamos juntos hasta el set de filmación, que calculé que estaría más o menos a una cuadra del hotel. “Lo voy a despedir como saludamos los latinos”. Me abrazó cordialmente y me dio un beso en cada mejilla. Quizás podría quedarme a presenciar la filmación de la próxima escena que lo tenía como protagonista principal. No sé por qué, pero no lo hice. Me dirigí con paso lento hacia la terminal de pasajeros. Me parecía estar soñando. En el viaje de regreso a Montevideo, en una libreta de apuntes, reproduje prolijamente la conversación.
Marcello Mastroianni, en su generosa y permanente entrega al arte cinematográfico, aun cuando han transcurrido 26 años desde su fallecimiento, sigue siendo un canto a la vida y a la nobleza por el trabajo. ¡Vaya si valió la pena conocerlo personalmente! Entre los grandes, un gigante con letras de molde.
Miguel Aguirre Bayley es periodista y escritor.