Los gobiernos muchas veces se ven tentados a construir ilusiones para que las poblaciones gobernadas permanezcan en ese rol. En cierta forma, la construcción de una realidad ilusoria crea ese mecanismo: todo está bien para ese relato, todo está bien para esa construcción.

El manejo de datos, de porcentajes, de millones invertidos acá, de millones invertidos allá, logra construir un efecto de realidad: la realidad ilusoria se convierte en realidad. Es parte del juego político actual y es parte de una estrategia basada en la publicidad.

Para desmontar (para intentar hacerlo) estos efectos y estos trucos ilusorios hace falta un trabajo político-ideológico. Este trabajo forma parte de otra lógica política: la de trabajar con la gente (con la población mayoritaria) y no para la gente; es intercambiar desde un plano de escucha humilde y no desde la soberbia de la imposición por estar en un lugar de poder. En definitiva, es decidir con la población el rumbo del proyecto político.

Claro que esto que decía recién en el papel queda hermoso y hasta suena romántico e idealista. En la práctica se vuelve difícil concretarlo, pero hacia allí hay que dirigir las fuerzas si queremos cambiar realmente la sociedad. Si lo que queremos es ocupar un espacio para que no cambie nada del orden establecido, entonces debemos seguir a los dirigentes sin cuestionamiento alguno. Lo que pretendo decir es que no alcanza con que un técnico aclare y explique todos y cada uno de los porcentajes de los que se manejan para que eso llegue a tener un efecto de desmontar los trucos ilusorios.

No quiero dejar de decir algo que es sabido por muchos. El discurso presidencial también habló de lo que sucede en la realidad. Pero la realidad de los suyos, de los “malla oro”. Para este núcleo reducido de la población el discurso es satisfactorio. Sus cuentas bancarias, sus propiedades, sus riquezas aumentaron en grandes proporciones.

Para sostener estas ilusiones, esta construcción ilusoria, desde las esferas gubernamentales y sus alrededores se proponen dos operaciones básicas y fundamentales para el arte del gobierno: la violencia y la censura.

Las pequeñas violencias (y no tanto)

Tergiversar datos es una forma de ejercer la violencia. También es violencia la construcción y cimentación de fantasmas dirigidos a los adversarios políticos. Esa es una forma de fomentar otras violencias en la población, porque despiertan el miedo y lo irracional. Buscar enfrentamientos y evitar la discusión con argumentos, intentando que aflore lo irracional, es un acto que concilia con la violencia, es un germen de ella.

Esta estrategia tampoco es novedosa para las derechas históricas (nazismo alemán y fascismo italiano). La irracionalidad era una parte esencial de su proyecto político-cultural. No se detenían ante la mentira, sino que era funcional a sus intereses. Así construyeron fantasmas y luego enemigos para eliminar.

En nuestra región y en nuestro país también existieron en las décadas del 30-40-50 del siglo pasado sectores de derechas de este tipo. Como plantean los estudiosos del tema, no es sencillo conocer su historia porque muchas veces no se dan a conocer de manera pública y abierta, muchas veces no hay manifiestos o documentos que expliciten estas posiciones político-ideológicas. Las derechas en la década del 60 dan un salto cualitativo en su accionar, y en la preparación y en la incidencia en la sociedad.

Con relación a lo arriba mencionado podemos decir que hoy, en pleno siglo XXI, los partidarios de ultraderecha han ganado notoriedad y han manifestado su posición discrepante al gobierno. Plantean que está haciendo poco para cambiar el país y que se necesita más mano dura y mayor fortaleza para derrotar a los “progres”. Para eso se disimulan en la búsqueda de votos en blanco. Al principio decían que no querían la ley de urgente consideración (LUC) y por eso votaban en blanco. Luego se hizo público su truco y tuvieron que decir que estaban a favor de ella pero con discrepancias.

Las tergiversaciones y la construcción de fantasmas se pueden escuchar en los grandes medios y en las redes sociales (que son levantadas por los grandes medios). Todo esto se viraliza y llega a través del celular a buena parte de la población. La carga de violencia en esos audios y videos es notoria y evidente. Hay quienes siendo parte del elenco cercano al gobierno cumplen un papel destacado en ese rol de provocar y buscar la estridencia mediática. Toman el papel de ser “más papista que el papa”, desarrollando un discurso ultramontano.

Pero esas violencias llegaron a los golpes directamente (fue difundido en medios no oficialistas). Es verdad que hasta el momento estos casos no son generalizados.

En toda esta contienda electoral se encuentra otra situación en la que hay que detenerse: el papel de los grandes medios y las censuras sufridas por los partidarios del Sí.

Los defensores del No no están seguros de su victoria. Todo lo contrario, están dudando de ella. Por eso están usando (¿abusando?) de todos los medios que da el gobierno para apoyar su proyecto.

Los grandes medios y las censuras

Hay que aclarar que esta práctica está siendo sutil y no abierta o evidente. Es decir, no hay un documento o una declaración de gobierno o de una repartición puntual que se encargue de la comunicación y que explicite que un contenido o un acto se va a censurar o prohibir.

Ahora bien, sí hay un aliado firme y claro del gobierno en los grandes medios de comunicación. Recordemos las largas horas de conferencia de prensa en la Torre Ejecutiva en horarios centrales durante los primeros meses de la pandemia (en los cuales casi no hubo casos positivos). Los periodistas casi no preguntaban y se limitaban a escuchar el discurso diario. Fueron meses de publicidad gratuita para el presidente. ¿Cuánto habrá influido esto en los índices de apoyo que recoge en la población?

Lo opuesto pasó con la recolección de firmas para anular la LUC. No existía la recolección hasta unos días antes, cuando el clamor popular hacía evidente la quijotada.

Desde fines de febrero ya los canales y grandes medios han ido cambiando su política con este tema. En los programas aparecen entrevistados y panelistas hablando del referéndum.

Si uno escucha y observa esos programas se hace evidente que los panelistas en su mayoría defienden el mantener los 135 artículos impugnados de la LUC.

A esto se suma un dato que es irrebatible: el informe del Observatorio de Medios señala “desequilibrio” a favor del No en el tratamiento mediático del referéndum (la diaria, 11 de marzo).

¿Es democrático este proceso? ¿Cómo afecta a la democracia que los grandes medios se alineen a una posición partidaria de manera tan evidente? ¿Las ondas de esos medios no son acaso públicas? ¿Qué se va a hacer en el futuro para cambiar esto de raíz? ¿Se quiere cambiar esto de raíz?

Es en este aire censor que los trabajadores organizados en sus sindicatos están siendo mirados con lupa en cada una de sus acciones. Así se siguen sumando sumarios, separaciones del lugar de trabajo, retención de haberes, etcétera. Lo laxo y amplio de los criterios aplicados para los gobernantes (campaña en lugar de dedicarse a gobernar para todos los uruguayos) no llega a los trabajadores.

Y para terminar, hay que recordar las restricciones económicas a los espectáculos de carnaval en diferentes departamentos.

El camino es claro

Todo lo anterior hace pensar (al menos a quien escribe) que los defensores del No no están seguros de su victoria. Todo lo contrario, están dudando de ella. Por eso están usando (¿abusando?) de todos los medios que da el gobierno para apoyar su proyecto (¿cuándo gobiernan para el país?).

Estos hechos y este proceso que comenzó en julio de 2020 no hacen más que reafirmar algo que el movimiento popular y sus organizaciones tienen claro: el resultado del 27 de marzo está sujeto a las recorridas y el movimiento de quienes día a día están en la construcción de una sociedad distinta. Esa debería ser la constante para que las mayorías logren hacerse sujetos de la historia.

Héctor Altamirano es docente de Historia.