Voy a referirme a las “sanciones” adoptadas contra Rusia por una importante asociación internacional de bancos llamada SWIFT, fundada en 1973, con sede en Bruselas, a raíz de la invasión rusa a Ucrania, y a las “sanciones” decididas por el gobierno de Estados Unidos. Antes, preciso que, aunque es cierto que el imperialismo norteamericano estaba cercando militarmente a Rusia –que es un Estado capitalista–, esto no justifica la invasión.

Dicho lo anterior, conviene profundizar: SWIFT, que es la más importante estructura para transferir fondos bancarios con seguridad, alcanza a 11.000 bancos en todo el mundo. Es una entidad privada y muy sensible a las orientaciones político-económicas del actual poder del imperialismo norteamericano. Las “sanciones” que aplicó consisten en suspender a siete bancos rusos, pero no a todos. Presumiblemente, porque ciertas materias primas que exporta Rusia resultan esenciales para empresas occidentales. Durante la Guerra Fría ya se habían aplicado estas medidas contra el régimen soviético.

Por su parte, el gobierno norteamericano anunció “sanciones” contra Putin (quien no podrá entrar a Estados Unidos, pero sí a Nueva York por ser sede de la ONU) y también contra otros gobernantes de Rusia.

El asunto de las sanciones adoptadas por un organismo internacional privado que afecta la economía de un país soberano (aunque sea agresor) y también el de las sanciones que –aplicando su legislación interna– adopta un Estado que posee aproximadamente 50% del poder militar de todo el planeta (Estados Unidos) contra otro Estado (aunque sea agresor) no suele ser considerado por la información que recibimos. Mientras la ONU siga siendo lo que es –un foro sin poder coercitivo–, las doctrinas de derecho internacional no legitiman estas decisiones. Retiro de embajadores o interrupción de relaciones diplomáticas sí, pero los medios, en su mayoría, presentan las sanciones como hechos naturales o “datos de la realidad”.

Cada día es más difícil obtener información útil. El mercado de la comunicación –tal como fue siendo modulado– reclama mensajes fugaces, conmovedores, sintéticos, y evita lo que conduce a la reflexión.

Las informaciones abundan sobre el pasado de Putin (nada recomendable), y desde que comenzó la guerra (como era de esperar) las agencias occidentales despliegan imágenes conmovedoras (y ciertas) de los desastres, mientras que las fuentes rusas difunden otras (probablemente construidas) que muestran a soldados ucranianos a los que se les brinda un celular para que puedan informar a sus familias que desertaron y “están bien”. Pero ni de un lado ni del otro se habla del gasoducto ya construido en el mar Báltico y a punto de inaugurarse en Alemania ni de las materias primas esenciales que abundan en Ucrania. Hechos y datos muy significativos que parecen ser los determinantes de este conflicto. Un conflicto fundamentalmente basado en disputas materiales, combinado con matices nacionalistas.

Cada día es más difícil obtener información útil. El mercado de la comunicación –tal como fue siendo modulado– reclama mensajes fugaces, conmovedores, sintéticos, y evita lo que conduce a la reflexión, porque un mensaje de esta naturaleza puede reducir la audiencia. Y al reducirse la audiencia, disminuye la publicidad. La información que producen medios masivos en una sociedad competitiva (el capitalismo) pasó a ser una mercancía más.

Roque Faraone es escritor y docente.