Este texto habla de un hombre bueno, sacerdote católico e intelectual comprometido, que falleció el 4 de marzo, a pocas semanas de cumplir 82 años.

Como muchos adolescentes y jóvenes de mi generación y grupo de pertenencia, lo conocí a principios de 1973, cuando llegó con 33 años a la parroquia de Pocitos para, al poco tiempo, ser ordenado sacerdote del clero (su formación inicial había sido en la Compañía de Jesús), en un tiempo de cambios, cuando Haroldo Ponce de León dejaba su lugar como párroco a Ismael Rivas.

Me referiré, entre muchos Jorges posibles, al Jorge con quien tuve una relación intensa por más de diez años. Jorge fue en aquel tiempo amigo, compañero, consejero, referente humano e intelectual para decenas y decenas de jóvenes. Irrumpíamos en su privacidad y su descanso buscando respuestas y preguntas nuevas. Casó a muchos de nosotros y siguió siendo una persona de consulta (y consuelo) por largo tiempo.

Fue un auténtico orejano, un diferente, aun en aquella iglesia fermental y contradictoria. Sus escasas pertenencias las compartía con generosidad y desprendimiento, encontrando la plenitud en compartir.

Había estudiado en Uruguay, en Chile y en Argentina, y también en Roma; a su inicial formación jesuítica sumaba otras capacidades e intereses vitales. Se vinculó con el medio rural y con los más humildes de ese Uruguay postergado. En él incidieron, entre otros, su vínculo con referentes de la Compañía en el Uruguay, siendo un integrante destacado de una generación de religiosos y laicos que buscó la “liberación de la teología” y una iglesia alineada con los postulados del Concilio Vaticano II, la Conferencia de Medellín y la Pastoral de Adviento de 1967. Una iglesia que definió una “opción preferencial por los pobres”. Una iglesia que producía notables análisis, como los contenidos en las revistas Víspera y Perspectivas de Diálogo (aparecieron, ambas con periodicidad diversa, hasta 1975), cuyo aporte intelectual y cultural alimentó el pensamiento progresista y la praxis transformadora.

Jorge era generoso en lo material y en lo intelectual. Su búsqueda incesante de conocimiento y de comprensión, de establecer conexiones múltiples con la actualidad, emergía en variadas expresiones de la cultura, el pensamiento, la acción comprometida: aficiones compartidas por la música, la pintura, el cine, la poesía, la literatura en general. En esos años 70 nos unieron intereses y preocupaciones comunes, que llevaron a mirar con especial atención a la feroz dictadura chilena, el proceso complejo y posterior dictadura en Argentina, así como la esperanza de la “Revolución de los Claveles” de 1974 en Portugal, la evolución de la Cuba revolucionaria y los procesos de descolonización en África.

Deslumbraba con su capacidad intelectual, visión crítica y conocimientos, no solamente de filosofía y teología, sino también de historia, teoría política, situación internacional, economía, psicología social y otras disciplinas presentes en su biblioteca y su formación. Por intermedio de Jorge accedimos no solamente a los más avanzados documentos de la iglesia, sino también a la obra de autores como Louis Althusser, Marta Harnecker y Nicos Poulantzas, Henri Pichon Rivière, Erich Fromm y el Paulo Freire de las Cartas a Guinea-Bissau, junto a Juan Luis Segundo y Teilhard de Chardin. Así como a los Cuadernos de Marcha y las obras de Lucía Sala o Barrán y Nahum, entre muchas otras.

Deslumbraba también por su versación y sus conexiones con actores de iglesia fuera de fronteras, en particular en Brasil. Por intermedio de Jorge llegamos a conocer el desarrollo de las comunidades eclesiales de base en ese país y a personalidades como Dom Helder Cámara, Pedro Casaldáliga y Frei Betto, con publicaciones de editoriales como Civilização Brasileira, Vozes y otras, en una temprana transición que auguraba el final de la dictadura brasileña.

Jorge fue asiduo asistente a los encuentros que se realizaban anualmente en un centro de formación en Caxías do Sul, cada mes de enero, a fines de los años 70. En ellos convergían laicos y religiosos comprometidos de toda América y se accedía a información sobre asuntos que en Uruguay estaban vedados.

Por esa vía conocimos la existencia de la Doctrina de la Seguridad Nacional en toda América (todavía no se hablaba de coordinación represiva y Plan Cóndor) y de la Comisión Trilateral, así como los avatares de las políticas de Estados Unidos hacia América Latina y sus giros en relación con los derechos humanos, sobre todo durante la administración Carter.

Deslumbraba su capacidad comunicacional, sobre todo en sus recordadas y apasionadas homilías, con un vozarrón de talante profético y de denuncia, sin esquivar aspectos incómodos o polémicos, que retumbaba en el espacio del templo desde un emocionado y comprometido discurso sin autocensura.

Del contexto violento de aquellos años recuerdo dos episodios que involucraron a Jorge. El primero, en julio de 1973, durante el curso de la huelga general contra la dictadura. En el local de la parroquia se celebraba una reunión clandestina de dirigentes sindicales. Cuando llegaron las Fuerzas Conjuntas, muchos se escondieron en la techumbre y el campanario del templo, por lo que al ingresar a la casa parroquial solamente encontraron a algunos sacerdotes y laicos en otras actividades. Al momento de llevárselos detenidos, se había corrido la voz en el barrio y ya nos habíamos reunido en la vereda de enfrente muchos vecinos, enfrentando a la represión y cantando el himno nacional, al punto de que los militares amenazaron con llevarse a más gente. Esos curas y algunos laicos estuvieron detenidos por unos días y luego fueron liberados. Por supuesto que la mayoría de los sindicalistas salieron a la calle horas después de que se retiraran las fuerzas represivas, gracias a la valiente acción del recordado capellán Antoñito, quien les abrió la puerta principal del templo para facilitar su huida.

El segundo episodio ocurrió en 1974: un domingo en horario de misa se había concentrado en el atrio de la parroquia un piquete del grupo ultraderechista Tradición Familia y Propiedad, en actitud de franca provocación. A la salida de misa, cuando los fieles salían se armó un tole tole en el que volaron palos, carteles y alguna cosa más, y en el que recuerdo que Jorge repartió alguna piña. Hugo Alfaro, en uno de sus “Reportajes a la realidad” (titulado “Misa de once”), retrató ese incidente en uno de los últimos números de Marcha, no sin aportarle algo de fantasía.

Jorge fue reiteradamente vigilado, acosado, citado e interrogado por el “comisario Alencastro”,1 si bien no recuerdo que haya vuelto a ser detenido. Ese represor jugaba así con él como con muchos más, con el objetivo de reunir información y afinar su actividad antidemocrática.

No muchos saben que Jorge jugó un papel relevante en la resistencia a la dictadura. Por medio de vínculos familiares y amistades, tenía contacto frecuente no sólo con militantes y organizaciones de izquierda ilegalizadas -a las que adhirió-, sino también con dirigentes y referentes de los sectores antidictatoriales de los partidos Nacional y Colorado (Por la Patria, el Movimiento de Rocha, la lista 15), así como con dirigentes sindicales y militares constitucionalistas.

Durante cierto tiempo participó junto a referentes de la lista 15 en reuniones periódicas con oficiales de la Armada; en ellas se intercambiaba información y se discutía sobre la situación política y la interna de las Fuerzas Armadas. Esto le permitió conocer las opciones que manejaron los militares en el dramático año 1976, durante el proceso que culminó con la sustitución de Juan María Bordaberry en la presidencia, a la vez que se secuestraba y asesinaba opositores en Uruguay y en Buenos Aires, para impedir una salida negociada.

Jorge trasladaba esa información valiosa a sus compañeros y a otros referentes democráticos, en el país y en el exterior, formando parte de un tejido de circulación de información que vinculó a opositores de la dictadura en Uruguay, Argentina y Europa. Su austero recinto de escritorio-celda monástica-dormitorio en la casa parroquial era, en forma incesante, un lugar al que llegaban y del que salían cartas, libros, boletines clandestinos, informes mecanografiados, discos y casetes.

Distribuyó libros y otros materiales prohibidos, prestó su vehículo y locales para reuniones, escondió a personas perseguidas -militantes políticos, sindicales, estudiantiles-. En algún caso ayudó a trasladarlas hacia la frontera o a alguna otra vía de salida del país. Apoyó a sus familiares, organizó redes de contención y de denuncia, y se aseguró de que estas se difundieran fuera de fronteras.

En marzo de 1981, en un tiempo aún muy duro de represión, Jorge Faget fue uno de los integrantes del reducido grupo de fundadores de Serpaj Uruguay.

Cuando en diciembre de 1977 cayeron detenidos en Uruguay y en Buenos Aires muchos compañeros y compañeras de los Grupos de Acción Unificadora (los capturados en Argentina, desaparecidos), los represores se sorprendieron del conocimiento que se tenía de la interna militar, y en particular de los conflictos en la marina, aunque nunca llegaron a determinar el origen de esos datos.

En marzo de 1981, en un tiempo aún muy duro de represión, Jorge fue uno de los integrantes del reducido grupo de fundadores de Serpaj Uruguay, junto con Adolfo Ameixeiras, Francisco Bustamante, Juan José Mosca, Ademar Olivera, Efraín Olivera, Jorge Osorio, Luis Pérez Aguirre, Mirtha Villa y María Josefina Plá.

Desde ese momento el Serpaj tuvo un papel creciente en defensa de los perseguidos por la dictadura y la promoción de los derechos humanos. Su acción fue decisiva, junto a la de otras fuerzas sociales y políticas, en la articulación de la salida democrática, siendo muy visible en el ayuno y posterior caceroleo del 25 de agosto de 1983, un hito en la movilización popular contra la dictadura.

En diciembre de 1985 Jorge publicó, junto con Ema Zaffaroni y Enrique Rubio, uno de los fascículos de la serie “Bases de nuestro tiempo”, dirigida por Milton Schinca (el número 8), dedicado a “Marx, su vida, su tiempo y sus ideas”. Un texto de estilo ameno y didáctico, con el propósito de acercar conceptos complejos a un público amplio.

Por último, recordaré que Jorge peleó con sus demonios internos, que lo acosaron muy especialmente desde que dejó la parroquia de Pocitos y fue literalmente exiliado en soledad en la del Sagrado Corazón de Jesús en Vera y Argerich, Maroñas, hasta que fue destinado a la parroquia de Punta Carretas. Pasó sus últimos años en el hogar sacerdotal, con severas afecciones de salud.

Un soneto de Jorge, de 1977, expresaba con nitidez, ya en ese entonces, su profunda sensibilidad y su desgarrador conflicto interior:

“No me llames de la noche tan lejana
ni me dejes encerrado en mi silencio,
ábreme la puerta a los fantasmas
que me acosan tan de cerca en mis sueños.
No me llames de tu vida a mi recinto,
no me quites mi certeza con tu duelo
ni me urjas a decirte donde quiero
despojarme de mi vida y mi desprecio.
No grites en la playa ya vacía
la pena que te dan mis balbuceos
con que lleno y hastío los encuentros.
No me pidas que te dé lo que no tengo
y no quiero tener para no darlo
porque hoy sé que soy lo que no quiero”.

Es difícil encontrar las palabras adecuadas para reconocer lo mucho que hizo y ayudó a cambiar en las vidas de tantas personas. Quizá solamente decir ¡gracias!


  1. Adolfo Centena de Alencastro, alias La Momia, fue un oficial de policía del Departamento 2, encargado durante la dictadura de perseguir, entre otras, a personas vinculadas con ámbitos de iglesia y culturales. Fue señalado como uno de los asesinos, en la tortura, del militante comunista Álvaro Balbi y de la desaparición del también militante comunista Julio Escudero.