En la columna pasada, titulada “¿Qué hacer con la ciudad?”, mencionaba algunos de los factores que hacen que la ciudad sea un elemento sustantivo en el desarrollo de un país y una región. Los territorios se disputan entre marcos regulatorios del Estado, y mediante el sistema económico, político y social que ejerce sus propias fuerzas y demandas.
Hay elementos que nos forman como ciudadanos en lo cotidiano a lo largo de nuestra vida: la esquina, el almacén del barrio, la escuela, el liceo, el tablado, elementos en nuestras vidas que hacen a la construcción directa de comunidad. Esto consecuentemente nos da formas de habitar, vivir y transitar por los barrios, pero esto depende también de ciertas características que hacen al desarrollo de las ciudades. Francesco Tonucci, pensador y psicopedagogo italiano, en el libro La ciudad de los niños hace una caracterización de la época: “En las últimas décadas, y de modo espectacular en los últimos 50 años, la ciudad, nacida como un lugar de encuentro y de intercambio, ha descubierto el valor comercial del espacio y ha trastocado todos los conceptos de equilibrio, de bienestar y de convivencia para seguir sólo programas que tienen por objetivo la ganancia, el interés económico”.
Volviendo a una de las preguntas que quedaban formuladas sobre los elementos que hacen a la construcción de imaginarios colectivos, hasta en las culturas más remotas, las ciudades y los territorios respondieron y se pensaron en interacción constante de intereses individuales, de minorías con grandes capitales financieros o políticos y mayorías populares que expresaban sus demandas visibilizando sus desigualdades y reivindicaciones; por lo tanto, muchas veces los elementos proyectados en el desarrollo de las ciudades son respuesta directa a estos intereses.
Por otro lado, ¿cuáles son las formas o mecanismos que tenemos como ciudadanos para cambiar estas desigualdades? La planificación urbana es uno de los elementos claves en el desarrollo de un país, pero esta depende, en su implementación, de la capacidad que tenga un estado de llevarla a cabo, tener claridad en las necesidades de cada uno de los territorios y, en contraposición a esto, las consecuencias producto del desarrollo no planificado, fondos públicos o inversiones privadas para impulsar políticas, marco regulatorio y normativo que permita la participación de la ciudadanía, entre otras.
La descentralización –como ley– jugó un rol bien importante en el entendimiento de que sólo la gestión política de una intendencia departamental no lograría el nivel de permeabilidad en el reconocimiento de las demandas territoriales con características bien dispares en sus imaginarios y necesidades. La creación de la Ley de Descentralización y la mirada municipal significó un cambio sustancial en la participación para el desarrollo de nuestros barrios, comunidades y departamentos.
Vecinas que conocen el día a día de su barrio hoy participan en asambleas territoriales por municipio y en representación de los barrios a través de los concejos vecinales o municipales, con un conocimiento que es importantísimo en el desarrollo y en la conceptualización de las ciudades, y en los imaginarios colectivos. Así lo establece la Ley de Descentralización, que deberá tender gradualmente la transferencia de mayores atribuciones, poderes jurídicos y recursos hacia los municipios.
Hoy es más común hablar de accesibilidad, sustentabilidad, degradación ambiental, ciudades inclusivas y con perspectivas diversas, pero pocas ciudades han logrado renovar, rediseñar y modificar sus lógicas de reproducción.
Tal vez sea hora de seguir profundizando como urbanistas en la construcción de mayores vínculos, reconociendo la experiencia de los y las vecinas.
Muchas veces vemos los territorios y sus desarrollos a través de las infraestructuras construidas desde calles y plazas hasta edificios y viviendas, pero a la hora de observar las infraestructuras generadas para la producción, logística y servicios, entre otros, usualmente no vemos cómo estas infraestructuras se encadenan con otras que también nos determinan las formas en las cuales habitamos y transitamos por los territorios. La segregación, la gentrificación y las desigualdades (de género, raciales, etarias, entre otras) son sólo algunas de las consecuencias de las diferentes interacciones del territorio que será importante seguir analizando.
Se plantan montes de eucaliptos en el norte del país –165.000 hectáreas en 13 departamentos– y se procesan en otro departamento, utilizando grandes infraestructuras de acople. Una empresa extranjera firma por medio de una concesión con el Estado para el uso del puerto a 50 años. Miles de puestos de trabajo a corto plazo se vuelven oportunidades para algunos. Seguramente pocos de nosotros y nosotras podamos dimensionar el impacto que esto causa en los territorios. Por tanto, cada vez más empieza a ser necesario poner la lupa en el desarrollo del país con una perspectiva de interconexión entre los diferentes sistemas. Tanto las grandes infraestructuras urbanas y rurales como los elementos de escalas más pequeñas y de ámbito público, como las plazas, infraestructuras de deporte, cultura, turismo, etcétera, generan impactos sobre las comunidades, poblados y barrios, que pueden ser positivos o negativos.
Jane Jacobs, divulgadora científica, teórica urbana y militante sociopolítica canadiense, y David Harvey, geógrafo y teórico social marxista británico, fueron bastante críticos en decir que las ciudades reproducen ciertas lógicas que generan consecuencias profundas en el desarrollo de las personas, de las sociedades.
Hoy es más común hablar de accesibilidad, sustentabilidad, degradación ambiental, ciudades inclusivas y con perspectivas diversas, pero pocas ciudades han logrado renovar, rediseñar y modificar sus lógicas de reproducción. Esto puede deberse a algunos de los factores que intentamos poner como elementos en esta columna y a otros que es de interés seguir profundizando en próximas columnas. Elementos que nos permitan seguir aportando elementos para reflexionar sobre los territorios, generando ciudades que se parezcan más a un derecho y aseguren las condiciones mínimas del habitar y transitar.
Maximiliano Di Benedetto es militante por la ciudad, estudiante de arquitectura y concejal vecinal del municipio B.