A más de dos años del inicio de la pandemia de covid-19 y, más allá de discusiones con visos de propaganda sobre diferencias en la calidad de las vacunas o las medidas sanitarias impulsadas por los gobiernos de los diferentes países, el indicador más claro y contundente de los resultados de la gestión de la pandemia es el número de muertos por millón de habitantes. Por lo menos es el indicador más duro y contrastable. Y ese dato muestra una enorme diferencia con los relatos de supuestos éxitos o fracasos. Dato mata relato, dicen.

Se contrapusieron dos modelos a rajatabla, por lo menos por nuestros lares, como antagónicos: el uso de la “libertad responsable” (aun cuando no somos todos tan libres como quisiéramos y creemos ser), y las medidas de control de la movilidad comunitaria por períodos delimitados de tiempo, en lugares determinados con mayor circulación de la enfermedad. Este último modelo fue y es aplicado de una forma bastante radical por China y otros países asiáticos, pero no sólo por ellos.

La crítica permanente al modelo chino, supuestamente “represivo”, de “cero covid” oculta que ha sido uno de los países con mejores resultados en términos de muertes por millón de habitantes: cuatro por millón. Aun cuando Tedros Adhanom Ghebreyesus, director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la haya calificado como una política insostenible.

Si China hubiera tenido las tasas de mortalidad por covid uruguayas, habrían muerto cerca de tres millones de personas en lugar de los 5.223 muertos reportados en ese país al 26 de mayo.1 Cualquiera podría imaginar los titulares de la prensa uruguaya si hubiera ocurrido tamaña tragedia. Si creemos algunos relatos sobre cómo funciona la sociedad china, seguramente su ministro de Salud hubiera muerto fusilado.

Sin embargo, tanto Uruguay como Estados Unidos consideran exitosa su política sanitaria frente a la covid. Lo curioso es que, si Uruguay hubiera logrado las tasas de mortalidad chinas, habría tenido 13 muertos en total (en vez de 7.227) y Estados Unidos, 1.207 (en vez de 1.030.415).

Uno de los argumentos usados en Uruguay (y en Estados Unidos) para oponerse a la política de “cero covid” aplicada por China ha sido que la economía no resistiría. Sin embargo, la evolución del producto interno bruto en los tres países ha tenido comportamientos similares, aunque China aplicó esa política y los otros dos no lo hicieron.

La crítica permanente al modelo chino, supuestamente “represivo”, de “cero covid” oculta que ha sido uno de los países con mejores resultados en términos de muertes por millón de habitantes.

Los países asiáticos (con políticas restrictivas de la movilidad no tan estrictas como las chinas, pero más tempranas y mucho mayores que las uruguayas y las occidentales) en general han tenido resultados muy superiores (Japón, Corea del Sur, Indonesia, etcétera) que los occidentales y latinoamericanos en general en cuanto a tasas de muerte por covid. Incluso India, que en algún momento ocupó los titulares de la prensa por la cantidad de muertos, tuvo un sexto de muertes por millón de las que tuvo Uruguay, y un octavo de las que tuvo Estados Unidos.

Si bien las vacunas incidieron en la disminución drástica de los casos y muertes provocados por la pandemia, es bastante probable que no haya mucha diferencia en la “calidad” de unas u otras. Lamentablemente las pruebas hechas por los propios laboratorios o países productores no son una garantía de imparcialidad para evaluar o comparar resultados. La falta de estudios “independientes” que permitan comparaciones objetivas al respecto es un debe de la OMS y el sistema internacional.

Tampoco sabemos, aunque podemos imaginarlo, qué hubiera sucedido si en lugar de un escenario de “guerra” por la apropiación de las dosis de vacunas por los países centrales (los de mayor poder de compra), hubiéramos tenido otro en el que todos los países del mundo hubieran accedido de forma equitativa y proporcional al riesgo sanitario que corrían al número de dosis necesarias (de cualquier vacuna, de cualquier tipo de plataforma contra la covid). Seguramente el surgimiento de variantes SARS- CoV-2 hubiera sido menor. Y la pandemia se hubiera podido manejar globalmente mejor.

Es posible, por otro lado, que el comportamiento en general más colectivo de las sociedades asiáticas y más individualista en las sociedades occidentales y latinoamericanas haya incidido también en las notables diferencias en muertes. Pero eso también ameritaría un estudio “independiente” más profundo.

Adriana Peveroni es pediatra. Gustavo Scaron fue presidente de la Comisión Especial de Defensa Nacional del Frente Amplio.