En columnas anteriores1 se habló de cómo las ciudades y territorios reproducen lógicas en constante consonancia de las preeminencias históricas; con esto nos referimos a la reproducción constante de políticas que determinan cómo, de qué forma y quiénes habitamos los barrios. Hablar de hegemonías y de desigualdades a la hora de observar nuestros territorios se vuelve clave a la hora de repensar ciudades más igualitarias y equitativas.

Entendemos que las formas, los mandatos sociales y culturales se establecen a través de patrones, muchos de ellos estructurales, que nos determinan cómo y de qué forma tienen que ser nuestras ciudades, reproduciendo diferentes dimensiones de opresión.

Abordar las ciudades desde perspectivas transversales e interseccionales colabora a que se visibilicen prácticas y formas de estar en el mundo que no están contempladas, generando también herramientas para incorporar estas perspectivas en la política pública urbana, rural y en los intersticios.

Los cuerpos, el habitar y la ciudad

En este ejercicio de pensar de forma crítica cómo vivimos la ciudad, qué lugar ocupa el territorio en nuestra vida cotidiana y cómo afecta las relaciones sociales, de producción y sostenimiento de la vida, entendimos que es crucial hacer foco en cómo pensamos la ciudad en relación a los cuerpos que la habitan.

¿Cómo pensamos y llevamos a cabo integralmente ciudades posibles de ser habitadas y disfrutadas por personas que no ven o no escuchan, personas en silla de ruedas, muletas, rengueando, usando bastones? ¿Cómo incorporamos a las vejeces, niñeces, maternidades, paternidades, abuelazgos y personas que cuidan en general, en donde el desplazamiento y los usos de la ciudad se convierten en impedimentos para cuidar y sostener la vida?

¿Cómo construimos una ciudad que contemple las disidencias corporales no permanentes, personas en situación de enfermedad o accidente, cuerpos gordos que no se adaptan a la disciplina del tamaño? ¿Cómo habitamos y construimos ciudades en donde los lugares “públicos” no sean espacios que performen el cisexismo2 y la heteronorma y expulsen real y simbólicamente a las disidencias sexogenéricas?

Cuerpos, en definitiva, que no se adaptan totalmente al espacio-tiempo de la ciudad capitalista, con su ritmo de producción, con su velocidad e inmediatez, con sus desplazamientos, formas de estar y transitar los espacios. Fuera también de los estereotipos de los cuerpos cis, blancos, delgados, capaces y heterosexuales, imposibles de ser pensados como modelos de ciudadanía, cuestión que nos deja con la interrogante de pensar cómo se traduce la ciudadanía y el goce de los derechos humanos en el acceso real del territorio y de la ciudad (Segura, 2009).

Geógrafas feministas como Doreen Massey y Linda McDowell, Jane Jacobs, Zaida Muxi y Ana Maria Falú, entre otras, fueron algunas de las voces que comenzaron a enunciar y problematizar que los espacios y las relaciones sociales que se producen en ellos son articulaciones de prácticas sociales, nudos que conllevan relaciones sociales con y en el territorio, identidades locales y globales en transformación, abiertas. Desde América Latina, la academia y los movimientos sociales, especialmente el feminismo, se han hecho eco de cuestionar la forma en que nuestro habitar la ciudad nos afecta en tanto cuerpos sexuadamente generizados. Pensar la ciudad entonces conlleva un paso previo que es problematizar la relación entre ciudad y construcción de ciudadanía, pensándolas en relación a dimensiones específicas de opresión.

Ninguna relación social es pensable sin un territorio que proponga y performe modos específicos de estar en él, disponiendo de una serie de estrategias y actualizaciones sobre los cuerpos esperados en esos espacios. Es necesario entonces no sólo repensar los diseños y usos “proyectados” de los espacios, sino cómo se habitan por parte de diferentes colectivos sociales, conociendo las estrategias que estos despliegan cotidianamente para estar, acceder, moverse, disfrutar y, en definitiva, habitar la ciudad.

Nos encontramos en momentos clave de visibilización de las desigualdades a través de las organizaciones sociales, culturales, barriales y de la academia. Esto sin dudas hace a que nos debamos debates más profundos de cómo comenzar a construir la planificación y el desarrollo de otras formas, comenzar preguntándonos si nuestras ciudades son generadas para personas como nosotras, nosotros y nosotres o para ciertos imaginarios. ¿Quiénes quedan por fuera de las ciudades?

Para hablar en términos prácticos, algunos municipios junto con las intendencias están dando pasos agigantados en términos de accesibilidad (construcción de rampas, semáforos sonoros, etcétera) mientras en municipios de las “periferias” las personas no tienen veredas. Datos censales y el “Atlas Sociodemográfico de la desigualdad del Uruguay”3 elaborado por el Programa de Población de la Facultad de Ciencias Sociales en 2016 nos dicen que en Montevideo, y particularmente en una zona como Casavalle, entre 77% y 89% de personas mayores que allí residen presentan una o varias dificultades graves en lo que respecta a oír, caminar, ver y entender, algo que sin lugar a dudas reduce y mucho su calidad de vida y posibilidades de movilidad.

Como sostiene Ingold (2012), es necesario repensar nuestras formas de habitar, las relaciones entre lo que consideramos “el ambiente” y la relación entre los humanos y los no humanos. Diseñar ambientes vivibles es repensar la formas que habitamos el mundo, haciendo foco en las formas de vida que en él tienen lugar, sus interrelaciones, dando lugar también a lo inesperado y por qué no a la creatividad, es decir a aquello que no podemos predecir pero sí construir en movimiento.

Propuestas de cómo reducir estas desigualdades apuntan a la construcción de nuevas centralidades. Estas centralidades –la plaza, viviendas, servicios– deberán lograr poder contener las demandas a través del desarrollo de territorios con perspectiva de género, poniendo en relato constante a las diversidades y abordaje de las desigualdades. Una perspectiva que priorice la movilidad, el ambiente, el acceso a la vivienda, la cultura y los cuidados como elementos sustantivos, así como la participación en el desarrollo de los barrios y la cogestión como elemento de apropiación y construcción constante. Si bien todo esto puede llevar años en concretarse y sin duda requiere en muchos casos políticas a nivel municipal, departamental y nacional, cada vez más los colectivos organizados y organizaciones del territorio lo demandan y es una prioridad a abordar.

¿Será tiempo de evaluar políticas que fortalezcan los barrios de maneras integrales, promover aún más el empleo, trabajo y producción local? ¿Descentralizar aún más los servicios, la cultura y el deporte? ¿Cómo podemos integrar todavía más la mirada local en la planificación urbana a nivel departamental? Tal vez sea hora de redimensionar la teorización sobre ciudades más compactas, cercanas en términos de movilidad, desde y para las comunidades. ¿Cómo pensamos la gestión y cogestión de los territorios y qué rol tienen los colectivos?

Para esto debemos dar pasos para garantizar reconocer el rol de los cuidados en nuestros territorios, generando políticas públicas concretas que provean de equipamientos y servicios necesarios para hacer posible una gestión más colectiva y comunitaria. Incorporar elementos que den valor a las funciones sociales y la participación como elementos fundamentales en el ordenamiento territorial y desarrollo urbano, creando ciudades críticas y conscientes.

Maximiliano Di Benedetto es militante por la ciudad, estudiante de Arquitectura y concejal vecinal del municipio B. Laura Recalde Burgueño es doctoranda en Antropología Social, integrante del Programa Género, Cuerpo y Sexualidad (FHUCE, Udelar) y del Proyecto Anguirú, y concejala vecinal del municipio B.


  1. https://ladiaria.com.uy/opinion/articulo/2022/3/que-hacer-por-la-ciudad/ y https://ladiaria.com.uy/opinion/articulo/2022/5/imaginarios-colectivos-y-cambios-en-las-ciudades/ 

  2. Forma sistémica de inferiorizar a las personas trans que privilegia a las identidades cis -personas cuya identidad de género es la misma que la asignada al nacer- y que es estructurante de lo social. El cisexismo, como el sexismo, aparece como una desigualdad material y simbólica en cuanto al acceso a distintos privilegios y valor social que son diferentes entre las personas trans y cis, generalmente en detrimento de las primeras (Radi, 2015). 

  3. https://www.ine.gub.uy/documents/10181/34017/Atlas+Fasciculo+7/