La alternancia de poder en Colombia es una de las mayores debilidades de un país en el que sus gobernantes se precian de tener la democracia más antigua del continente. ¿Qué hay de cierto y de mito en el argumento de que esta república latinoamericana no ha tenido nunca un gobierno de izquierda?

Si apelamos a la historia nos encontramos con una Colombia siempre gobernada por la derecha, en la amplitud de ese espectro político. Esto quiere decir que durante esos años de hegemonía de las derechas en el país hubo, sin lugar a dudas, proyectos políticos que, como el de Alfonso López Pumarejo (presidente de Colombia por el tradicional Partido Liberal), propuso una serie de cambios apenas cercanos a ciertos reclamos de las izquierdas en Colombia en ese momento histórico para intentar resolver los problemas socioeconómicos que más aquejaban a la sociedad. Durante su primer mandato (1934-1938), López Pumarejo impulsó la Revolución en Marcha, un plan de reformas liberales que, entre otras cosas, buscaba implementar una reforma agraria, a todas luces necesaria para resolver el problema de la violencia, desatado por la distribución inequitativa de la tierra. Demasiado liberal, demasiado revolucionario para la clase política colombiana, pero de ningún modo un proyecto político procedente del seno de las izquierdas. Ese es, sin duda, el caso más emblemático de un gobierno de corte reformista liberal o “progresista”, si se quiere emplear el término.

Se agotan las evidencias históricas, pese a que algunos historiadores, como Malcolm Deas (británico), experto en la historia de Colombia, osan señalar a Belisario Betancur (1982-1986) como “de izquierda” por su voluntad para iniciar diálogos de paz con las guerrillas y la ejecución de algunos planes de vivienda social. Cuán complejo parece establecer una distinción entre este tipo de acciones y una experiencia fáctica que dé cuenta del ascenso de las izquierdas a la presidencia de Colombia. De manera que ese planteamiento es un mito que sólo contribuye a pasar por alto el hecho de que allí no ha gobernado un programa diseñado y jalonado por esta fuerza política.

La actual contienda electoral que se vive por estos días en el país cafetero para escoger a su nuevo presidente permite, como nunca antes en la historia del país, plantear que es la hora de las izquierdas. ¿Por qué razón es el momento? Propongo al menos tres elementos para sostenerlo: en primer lugar, la altísima votación del Pacto Histórico (la coalición electoral de movimientos y partidos de izquierda y centro-izquierda) en la primera vuelta electoral del 29 de mayo, así como en las últimas elecciones parlamentarias y en la consulta interna; en segundo lugar, las condiciones socioeconómicas en las que hoy se encuentra Colombia y finalmente, su crisis de representatividad.

En el primer caso, las votaciones para el Congreso de la República del 13 de marzo dan cuenta de una fuerza de izquierda y centroizquierda que registra un crecimiento espectacular. Para los escrutinios de marzo pasado se conformó el Pacto Histórico, en febrero de 2021. Esta coalición logró 20 curules en el Congreso, sin contar los asientos en la Cámara de Representantes, que ascienden a 31. Entonces, el Pacto Histórico, participando por primera vez en las elecciones legislativas, fue la bancada más votada para el Senado y la cámara (sin que ello signifique que sean mayoría parlamentaria) y pasó a convertirse en la principal fuerza política de Colombia.

Las izquierdas han visto aumentar su caudal electoral, dando cuenta de su indudable evolución en el escenario político. En 2018, la Lista de la Decencia –coalición de centroizquierda e izquierda formada en 2017– consiguió cuatro curules en el Senado y dos curules en la cámara en las elecciones legislativas. En cuatro años, el ascenso como opción de poder es evidente.

En la jornada electoral de marzo de 2022 se llevaron a cabo las consultas internas de partidos. El Pacto Histórico fue la consulta más votada, con 5,8 millones de votos, algo que nunca antes había sucedido en la consulta de una coalición de izquierdas. Sólo Gustavo Petro (el ahora candidato a presidente de la República) obtuvo 4,4 millones de votos, a diferencia de las consultas de la coalición de derecha Equipo por Colombia, con 2.150.000 votos, y la coalición de centro, con 721.000 votos.

La actual contienda electoral que se vive por estos días en el país cafetero para escoger a su nuevo presidente permite, como nunca antes en la historia del país, plantear que es la hora de las izquierdas.

Para continuar ratificando ese crecimiento, en la primera vuelta presidencial de mayo del presente año, el Pacto Histórico llegó a los 8.527.768 votos, una cifra jamás alcanzada por la izquierda y la centro-izquierda colombiana, pues en las presidenciales 2018 Petro obtuvo en la primera vuelta un poco más de cuatro millones de votos. Es indudable que los votantes de las izquierdas en Colombia han aumentado, lo cual permite sostener que esta parte de la ciudadanía considera que en ese tipo de coaliciones se encuentra una opción de poder a la hegemonía histórica de las derechas en el país.

En el caso del segundo elemento, es evidente que Colombia atraviesa una crisis socioeconómica minimizada por la derecha en el poder. Aunque las cifras sitúan al país como el tercero de mayor crecimiento de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos y se prevé que el producto interno bruto crezca 6,2% en 2022, Colombia se enfrenta a altas cifras de desempleo (12,1%) y a una importante cifra de inflación (8%). Además, 20 millones de colombianos están en condiciones de pobreza y 7,5 millones viven en la miseria, eso sin mencionar el fenómeno de feminización de la pobreza. Cada vez más mujeres en el país son pobres, están en situación de desempleo, tienen trabajos no remunerados y carecen de protección social. Han sido las políticas neoliberales de privatización y liberalización del mercado, ejecutadas por los gobiernos de derecha, las que han construido un país con una profunda brecha social. Urge el cambio en las políticas públicas, reformas en un sistema tributario que exime a los más ricos, mejorar la cobertura de las prestaciones sociales, entre otros ajustes, para que haya un crecimiento económico inclusivo.

Por último, Colombia experimenta una crisis de representatividad que ha degradado la relación entre las ciudadanías y los representantes políticos, estimulada por los problemas económicos. Esto se puede percibir en la baja aprobación (8%) del actual presidente, Iván Duque, y en el descontento que ha manifestado la sociedad colombiana con los partidos tradicionales en el poder. Durante el paro nacional de 2019 y 2021 –con una masiva participación ciudadana– esa crisis de representación se hizo más evidente, pues quedó claro que un importante sector de la sociedad colombiana no confía y no se siente identificado con el modelo político actual, en el que, además, los partidos políticos han perdido prestigio entre los votantes; un hecho preocupante, teniendo en cuenta la importancia de aquellos como base del sistema democrático. Sin embargo, ese debilitamiento de los derechos sociales también ha aislado a muchos ciudadanos de la participación en política, porque creen que es inútil, y, junto con la incredulidad en los partidos, ha producido un mayor acercamiento a los caudillismos o a liderazgos personalistas, algo que hoy acontece en Colombia con la figura del “outsider” Rodolfo Hernández, el candidato presidencial que promete a sus votantes gobernar sin las maquinarias políticas tradicionales. El asunto es que Hernández es la nueva estrategia de la derecha para quedarse en el poder.

No obstante, esa crisis de representatividad también está siendo leída por las izquierdas –reunidas en torno al Pacto Histórico– como la oportunidad de un cambio que es una deuda histórica con la democracia en el país y como la posibilidad de ejecutar los cambios sociales que Colombia ha demandado por décadas. La sinergia de estos tres elementos puede llegar a ser catalizador de una transformación política.

Ivonne Calderón es historiadora colombiana.