Lo que sigue puede ser una fábula o la cruel realidad de muchos barrios populares del país. Llegué al liceo a las 7.10, como todos los miércoles. Todavía era de noche, se veían algunas estrellas. Alguna sombra parecía moverse en la esquina, un perro corría para ladrarle. Llegué al portón y lo abrí, saludé y caminé hasta el final del pasillo. El frío entraba por los vidrios de la sala de profesores. A las 7.25 sonó el timbre y empezaron a entrar lentamente los alumnos. Pero desde que crucé el portón, noté algo extraño ese día, algo no era común.

Al llegar al salón había tres estudiantes en la puerta y dos ya estaban esperando sentados. Nos saludamos, bromeamos con el partido clásico jugado el día anterior; otros dos llegaron y se sentaron. Es habitual que no lleguen todos en hora a clase, porque los pocos ómnibus que pasan van repletos a la hora de entrada y no les paran.

Sin embargo, ese día era especial. No llegaba nadie más y en la puerta que se ve desde el salón nadie se asomaba al portón de entrada. Pregunté si alguien sabía algo. Y la respuesta fue un latigazo: “Profe, ayer hubo terrible balacera y el barrio está difícil para salir”.

Nadie me contó (porque lo viví) cómo suenan y se escuchan las armas automáticas, las ráfagas de metralleta, los helicópteros y las sirenas sonando, todo a unos metros de distancia. Ese es el paisaje sonoro en algún momento del día de miles de personas en Uruguay.

Hace unos días fue asesinada una joven mujer madre/trabajadora/hermana/tía/prima/hija/estudiante. Estas historias terribles se repiten y puede ser cualquiera. Recordemos que no es la primera vez que hay tiroteos en la puerta de las escuelas o que las balas atraviesan las paredes de un liceo. Pero puede pasar también en un almacén o en un comercio.

Las calles cada día están más atiborradas de policías, de patrulleros, de camionetas. Pero los delitos no bajan. Se puede apreciar la detención de motos, autos, peatones (siempre los de “apariencia delictiva”). ¿Hay resultados tras esta andanada policiaca? Los datos muestran que no. Los datos son duros y muestran el deterioro de la seguridad pública en el país (no sólo en Montevideo).

Pero si estos datos son ocultados o manipulados desde los grandes medios de comunicación y si son despreciados por la autoridad política de turno, parece que desaparecieran de la realidad. Con este efecto de magia se pretende presentar a las autoridades actuales como competentes e interesadas por el bien común. Así se pretende negar y anular lo que se vive lamentablemente en varias zonas.

La sociedad uruguaya vive una realidad que está atravesada por múltiples violencias. Desde los tiroteos y femicidios hasta la crueldad en la que viven miles de personas en las cárceles. Muchos de estos reclusos ni siquiera tienen una salida al patio por día. Están mal alimentados y sufren enfermedades crónicas que empeoran en las cárceles.

Estos procesos son inseparables del lugar central que tiene el mercado y la mercancía. Desde la posdictadura, Uruguay ha venido ingresando en un proceso en el que el crimen organizado desembarcó en nuestro territorio.

Al mismo tiempo que en algunas zonas las balas pueden venir de cualquier lado, se levantan cada día nuevos barrios privados con todas las seguridades y servicios.

El problema es la riqueza concentrada

Si la violencia está en la “sociedad”, no todos la sufren de la misma manera: la diferencia respecto de la situación de la violencia es una diferencia de clase. Porque, al mismo tiempo que en algunas zonas las balas pueden venir de cualquier lado, se levantan cada día nuevos barrios privados con todas las seguridades y servicios (colegios, canchas de golf, tenis, tiendas). Claro que allí adentro puede vivir un narcotraficante, pero no hay balas ni allanamientos a todas las residencias.

Allí se ve y evidencia la concentración de la riqueza que queda en unas pocas familias. Que se relacionan entre sí, que tienen un estilo de vida similar, que vacacionan en los mismos lugares, que concurren a los mismos colegios. Son parte de la clase dominante. Esto es lo que se ha tipificado como “socialización burbuja”, que reproduce las estructuras de clase.

Mauricio Pérez Sánchez y Juan P Ravela, en su artículo “¿Ciudades burbujas? El fenómeno de los barrios privados”, toman este concepto de la investigadora argentina Marsitella Svampa. Esta estudiosa argentina hizo pública su investigación Los que ganaron. La vida en los countries y barrios privados en 2001. En medio de la crisis en que se encontraba Argentina, mientras que huía el presidente en helicóptero de la Casa Rosada, esta investigadora mostraba de manera cruda lo que ocurría en esos barrios privados o countries. En ese libro puede leerse que los niños veían a sus empleadas como un material descartable, no las veían como seres humanos.

Y hoy, dos décadas después, los barrios privados y el estilo de vida burbuja son un hecho en nuestro país. Un hecho que rompe el mito de la sociedad integrada que a veces reaparece porque está latente en nuestro imaginario social.

La dificultad parece estar en cómo se hace para solucionar este problema. Aunque previamente hay que saber que este es un problema. Que la vida que llevan estos sectores sociales no es por su esfuerzo, sino que viven de las herencias que reciben (o por los negocios ilegales que realizan). Este es otro de los relatos que impone esta clase dominante (hoy representada en el gobierno con varios de los suyos): el esfuerzo es el cimiento de la riqueza. Y este relato se potencia a través de sus medios aliados de comunicación, que amplifican esta visión de la realidad.

En la panadería hace unos días escuché una conversación que me llevó a escribir estas líneas: “Cada día hay más pichis en la calle, no se puede ni caminar, se acuestan en cualquier lado”, y la otra persona le respondió: “No sé por qué no los sacan de ahí, como a los que estaban en la plaza”.

Lo que vemos todos los días es cada vez más personas que terminan viviendo en la calle, sufriendo todo tipo de violencia (recordemos que más de uno terminó prendido fuego por este odio a los pobres).

¿Cuándo la mayoría de la sociedad comprenderá que la propiedad privada y la concentración de la riqueza en unas pocas familias son la razón de que cada día existan más personas en situación de calle? ¿Quién difunde y fomenta esta visión de la realidad sino la clase dominante y sus aliados mediáticos, que construyen operetas para distraer a la sociedad en temas intrascendentes de hace diez años?

Esta naturalización y esta visión del mundo es lo que debemos cuestionar y combatir si lo que queremos es cambiar la sociedad en la que vivimos. Y junto con este combate se deberá tender a la construcción de movimientos sociales y políticos críticos y autocríticos, y, por lo tanto, protagonistas de los cambios (no seguidores de jefes o caudillos). Si esto no acontece, la lógica del mercado y de la clase dominante seguirá siendo la que domine en la sociedad.

Héctor Altamirano es docente de historia.