Con una producción musical poco ambiciosa, que se limita a reproducir la fórmula estandarizada del éxito comercial, Shakira y Bizarrap lanzaron la Music Sessions #53, la canción de la que todo el mundo habla hoy. En tan sólo un día y solamente en Youtube, alcanzó 60 millones de reproducciones y disparó una catarata de repercusiones en los medios masivos y en las redes sociales; críticas, análisis, acusaciones de plagio, coreografías, youtubers reaccionando al video, youtubers reaccionando a reacciones y un largo etcétera de derivados que siguen aumentando el ruido mediático hasta hoy.

La letra de la canción es una elaboración de la ruptura amorosa causada por la infidelidad de su expareja Gerard Piqué y fue compuesta no sólo por la cantante y el DJ, sino también por Keityn (“el lápiz de oro” de ese producto industrial denominado “música latina”) y el compositor Santiago Alvarado. Varios versos son referencias sarcásticas e irónicas al exfutbolista y a su nueva pareja, Clara Chía, e incluye algunas reflexiones sobre la supuesta superación personal de la colombiana.

Uno de los puntos más álgidos de la polémica desatada giró en torno a la cuestión de género expresada en la letra, que está siendo largamente discutida en los ámbitos feministas, y a ello nos abocaremos brevemente.

Pero antes que nada, señalemos que el estribillo de la canción se asemeja mucho a la canción “Sólo tú”, de la cantante venezolana Briella.1 Hasta el momento ninguno de los cuatro compositores se ha expresado al respecto.

No sería esta la primera vez que Shakira incurre en la deshonesta práctica del plagio: ya lo hizo con el himno del campeonato mundial de Sudáfrica, “Waka waka”, que es una copia del grupo camerunés Golden Sounds, con el cual llegó a un acuerdo extrajudicial para comprar su silencio en los tribunales de justicia. Otras de sus canciones que han sido sospechadas de plagio son: “Hips don’t lie”, “Loca” y “La bicicleta”. En una línea similar de no reconocimiento a otros artistas también podemos mencionar la no acreditación del cantante Howard Glasford, quien colaboró en su canción “Un poco de amor” (aunque este sí aparece en el videoclip y ha sido invitado a presentaciones en vivo).

¿Shakira feminista?

Ahora sí, vayamos a analizar algunas partes de la letra y las reacciones que han suscitado, que han oscilado entre la elevación de Shakira a la categoría de ícono feminista y el repudio, pasando por la acusación de falta de sororidad por haberse ensañado con la nueva pareja de Piqué.

Quienes defendieron y alabaron a la cantante se escudaron en que muchos varones han tenido actitudes iguales y no han sido juzgados por ello, como ha expresado una publicación de la cuenta Feminacida en Instagram: “En las redes muches la cruzaron por exponer su vida privada o por querer hacer dinero a partir de eso. Sin embargo, los varones llevan monetizando sus rupturas desde siempre sin que nadie les diga nada”. Este análisis las posicionaría en el feminismo liberal, individualista, a cuyo universo remiten conceptos tan en boga como el de “empoderamiento” (personal). Como se aprecia, el argumento ético es muy pobre, pues no cuestiona los fundamentos ni las consecuencias de la acción. Esto no le quita verdad al hecho de que los varones son menos cuestionados por sus acciones, incluyendo a varios mediocres músicos latinos (Bad Bunny, Maluma, etcétera) claramente misóginos y apologetas de la acumulación de riqueza; para ellos los glúteos femeninos y los autos de alta gama ocupan el mismo estatus de cosas.

Volvamos a la letra de la canción señalando otros de los versos más comentados: “Te creíste que me heriste y me volviste más dura / Las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan”. La escritora feminista argentina María Florencia Freijo comentó señalando la importancia de esta parte pues “probablemente se convierta en una frase que eduque a cientos de miles de mujeres que aún hoy se mantienen calladas y temerosas, creyendo que su valor no debería expresarse en dinero. Una Shakira centrada en sus condiciones materiales de existencia que deja las moscas en la casa para ir al banco a llenar su cuenta de verdes ¡Jah! [...] Mientras tanto, Shakira hace justicia por mano propia y educa a un montón de jóvenes a que no se distraigan por una ‘cara bonita’ [...] ¡A facturar, chicas!” (puntuación corregida).

Aquí puede apreciarse lo nefasto del empoderamiento individualista y neoliberal: según Shakira y estas expresiones del feminismo capitalista, ahora las mujeres pueden jactarse de ser igual de insensibles y codiciosas que los varones. Resulta aún más paradojal que se sostenga esta postura a contrapelo del esfuerzo para que los varones puedan romper la coraza caracterológica machista para así poder abrazar la ternura y expresar sus emociones. Esto es de capital importancia, por ejemplo, en el combate a la actual pandemia de depresión, la más grande de la historia; pandemia que afecta doblemente a las mujeres pero cuyos efectos letales son peores para los varones, con una tasa de suicidio que triplica la de ellas.

La lírica prosigue juzgando la sustitución de pareja que realizó Piqué: “Cambiaste un Ferrari por un Twingo / Cambiaste un Rolex por un Casio”. Además de proponer un narcisismo desbocado y de desnudar un profundo desprecio clasista, estos versos nuevamente fomentan lo peor del universo masculino: la comparación y la competencia como forma de existencia –la esencia del capitalismo y el patriarcado–.

En definitiva, para este feminismo de influencers debemos valorar a la cantante por la riqueza que ha logrado recaudar. ¡Vaya pobreza de pensamiento! Confunden la virtud con el éxito, sin importar las reglas que regulen el acceso a este. Hablando de facturar, no olvidemos que Shakira, al igual que otros ricos, ha negado los pocos remanentes colectivistas que perduran en los estados capitalistas, al defraudar a la Agencia Tributaria española con una deuda de 14,5 millones de euros.

El problema de fondo: la industria cultural

Ahora bien, tampoco es cuestión de ensañarse con Shakira; ella es una pieza más del complejo industrial cultural denominado “música latina”. Una industria que produce sencillos (singles) en serie con una fórmula muy estudiada (incluso con la ayuda de las neurociencias), basados en una música sencilla de bases electrónicas bailables (beat) y letras banales y superficiales sobre dos o tres tópicos, entre los cuales se encuentran el (des)amor romántico y la ostentación de la riqueza (podríamos señalar el nombre del álbum Get Rich or Die Tryin’ [Hazte rico o muere en el intento], del rapero estadounidense 50 Cent, como máxima expresión de este leitmotiv).

Se trata de una música donde instrumentos como la guitarra, el bajo y la batería han sido sustituidos por sintetizadores para producir casi exclusivamente dembow (base rítmica del reggaetón y otros géneros) y las voces son casi siempre arregladas con Auto-Tune (un software de audio usado para enmascarar inexactitudes y errores en la afinación).

Paradójicamente, en esta música asistimos a un primado de lo visual por sobre lo auditivo, importando mucho más lo que hay que mostrar que lo que hay que cantar. Es decir, esta música se produce también y fundamentalmente para ser consumida en formato videoclip (de ahí la insistencia permanente y seductora de los glúteos y los autos de alta gama). En este modelo de negocio, la música es cada vez más un producto de los DJ y los productores que una expresión artística de los artistas (valgan las redundancias).

Otra característica llamativa de esta escena es la práctica de juntar artistas (featuring) que jamás se juntarían de por sí, sino sólo con el fin de aumentar las probabilidades de consumo, al aunar diferentes públicos en busca de más likes.

El primado del sencillo frente al álbum indica claramente una retirada de lo conceptual-artístico del espacio creativo de los artistas, para dar paso a los tiempos híper acelerados de la producción capitalista.

El abaratamiento y la consecuente difusión generalizada de las tecnologías informáticas y de grabación, sumado a la emergencia de la distribución por streaming, constituyen las bases materiales de las tendencias actuales de la música industrial.

En este marco, la tendencia al plagio está instalada en la base de la industria musical actual debido a la presión por generar ingresos a cualquier precio, resultando en la homogeneización de los productos –nada que no haya sucedido en otras industrias culturales, como la televisión–.

Conclusiones

Resulta triste que teniendo la posibilidad de acceder, como nunca antes en la historia, a tantas producciones musicales estemos todos hablando de esta canción con tan poco despliegue artístico y sobre la vida de los ricos como si fuéramos plebe chusma. Resulta más triste aún no debatir asuntos de género mucho más relevantes, como los femicidios, la desaparición de mujeres para la trata, la brecha salarial, la desigualdad en los cuidados, entre otros. El supuesto feminismo adjudicado a Shakira por algunas influencers no va en esta línea porque es un feminismo que no cuestiona al capitalismo. Mucho más inteligente fue la postura de Julia Mengolini: “No cualquier actitud de poder de una mujer es un acto feminista. Para que sea una actitud feminista tiene que necesariamente ser algo que nos empodere a todas”.

Rechazamos la nueva canción de Shakira porque propone, a partir del resentimiento, denigrar al prójimo para hacer dinero, exaltando el narcisismo.

No obstante, reconocemos en Shakira a una artista versátil con una hermosa voz que, aunque con problemas de dicción y dificultades en la construcción métrica de los versos, ha logrado combinar diferentes géneros, incluido el de su ascendencia árabe (como en “Ojos así”), en letras mucho más pensadas que la que hoy nos convoca. De hecho, y por ejemplo, sus canciones “Si te vas” y “Te aviso, te anuncio” son elaboraciones muy superiores de la ruptura de pareja. En sus dos primeros álbumes –los mejores: Pies descalzos y ¿Dónde están los ladrones?– encontramos magníficas canciones como “Se quiere, se mata” (donde hace una problematización del aborto) y “¿Dónde están los ladrones?” (donde postula una relativización del delito digna de los teóricos del etiquetamiento de la Escuela de Chicago). Lo que vino a partir del álbum Servicio de lavandería, salvando algunas canciones, fue la captura capitalista de la industria musical y no hay vistas de que se revierta.

En fin, para separar la paja del trigo en los ámbitos de la música y del feminismo no hace falta más que el cultivo del intelecto y de la sensibilidad artística. De lo contrario, seguiremos presos del mercantilismo musical y del feminismo neoliberal de influencers, mientras los ricos se hacen más ricos, y los pobres, más pobres.

Gustavo Medina es sociólogo