Diversos analistas de la región pronosticaron durante semanas una probable victoria de Javier Milei en la primera vuelta de las elecciones en Argentina. Esta observación se basaba en el triunfo obtenido por el candidato en las PASO, en las diversas encuestas y en innumerables operaciones de actores mediáticos que buscaban instalar esta idea. En la noche de la elección, en su búnker de campaña se hicieron presentes notorias figuras de la ultraderecha mundial que llegaron para festejar el triunfo. Representantes del partido español Vox, delegados de los partidos ultraderechistas de Polonia y Hungría y hasta el diputado Eduardo Bolsonaro, hijo del ahora inelegible expresidente brasileño.

En las horas previas a la elección, en el acto de cierre de La Libertad Avanza, su líder subrayaba esta idea de “es en primera vuelta” a viva voz, con los gritos destemplados y agresivos que lo caracterizan.

Sin embargo, el candidato inverosímil, el ministro de Economía que integra un gobierno cuya moneda no para de desvalorizarse y que ha tenido grandes traspiés en su gestión, terminó finalmente ganando por amplio margen en la primera vuelta.

El descontento ciudadano no sólo se debe a la política económica del gobierno, sino al deterioro progresivo de la confianza en el sistema y sus instituciones. En esas heridas es que se apoya la demagogia de Milei y sus acólitos en un oportunismo y eficacia que parecían imparables.

Pero el resultado fue otro. Con un candidato como Massa, un peronista pragmático que ya supo ser socio de Macri, de Cristina y de Alberto. Supo adaptar su discurso para, siendo parte del gobierno, lograr tomar distancia y cierta perspectiva, al mismo tiempo que atacaba algunos de los flancos dejados por su contendiente, como el antipatriotismo y el terrible desprecio que sienten los partidarios de Milei por la Argentina.

También logró la recuperación de la mística peronista para ampliar sus bases de apoyo a nivel social y sindical, que potenciaron su militancia y presencia en el territorio. Todo esto se reflejó en resultados. Un ejemplo fue lo sucedido en el conurbano bonaerense, donde obtuvieron la gran mayoría de las intendencias en disputa, muchas de ellas revirtiendo en forma contundente el resultado de las PASO.

También ayudaron las medidas de gobierno en temas clave de apoyo a la ciudadanía y las acciones tendientes a recuperar una imagen de credibilidad institucional y de reconstrucción de la confianza, fundamental para las negociaciones económicas en un país asfixiado y en crisis permanente.

Enfrente estaba Javier Milei, un candidato que se ha enarbolado con banderas demagógicas, populistas, con altas cuotas de violencia e irracionalidad, que en cualquier circunstancia no pasaría de ser una simpática atracción de feria, de no ser porque con su oportunismo ha podido manipular el descontento, las angustias e incertidumbres ciudadanas hacia la política y frente a los desafíos de los tiempos posmodernos.

El “libertario”, como le gusta hacerse llamar, cuya defensa de la libertad termina cuando, por ejemplo, se trata de las mujeres decidiendo sobre sus cuerpos, ha hecho del disparate su modus operandi. Vender y privatizar, desmantelar el Estado, terminar con toda protección y definición de derechos, sobre todo de colectivos y personas que no encajan en sus cánones, respaldar la libre portación de armas, eliminar subsidios, ceder soberanía y desregular.

Todo esto en una retórica y acción extremadamente violenta que exuda el odio y rechazo a todo lo que no sean ellos y sus propuestas. Es así que tanto él como sus asesores han atacado y ofendido a todo lo que no transita por sus mismos andariveles. Desde el conservadurismo tradicional, con el que ahora coquetean, pactan y borran posteos ofensivos en redes sociales porque necesitan sus votos, hasta la izquierda trotskista, pasando por el peronismo, los partidos federales y hasta por la iglesia católica. El disparate es tal que ha llegado a plantear suspender relaciones con el Vaticano, por entender que el papa Francisco, representante de una de las instituciones más antiguas del mundo, es demasiado liberal y progresista. Algo casi tan disparatado como la propuesta de romper relaciones con los principales socios comerciales de Argentina, China, Brasil y Rusia, porque, según el tipo en su enajenación, son países con gobiernos comunistas y no va a mantener relaciones con ellos.

En esa contraposición entre candidatos, lo ocurrido en la primera vuelta no parece algo tan extraordinario ni irracional. Imaginemos, por ejemplo, a los exportadores e importadores frente al disparate de perder sus mercados y proveedores y lo absurdo de la incertidumbre generada por los dichos de Milei, salir corriendo a votar al “compañero” de la unidad básica, por más que estén a años luz de sus posiciones políticas e ideológicas.

Porque en definitiva el dilema que enfrentan los argentinos en esta elección no es entre distintas opciones ideológicas o propuestas. Es entre dos modelos civilizatorios.

El dilema que enfrentan los argentinos en esta elección no es entre distintas opciones ideológicas o propuestas. Es entre dos modelos civilizatorios.

Massa encarna un modelo con una serie de propuestas ideológicas y políticas que se podrán compartir o no, que ha transitado el gobierno con diversos errores políticos y económicos, pero que sostiene las banderas del respeto a la democracia, a las instituciones y a la dignidad de las personas.

Por el otro lado hay un proyecto que se presenta como rupturista y antisistémico pero que en el fondo, más allá de los disparates, enarbola las banderas de la violencia como un medio, del corporativismo autoritario como forma de convivencia, que no cree ni busca los consensos para vivir en sociedad y que niega la esencia de la democracia y del respeto en las diferencias.

Al igual que en otras latitudes, estas elecciones se disputarán entre dos opciones que encarnan las ideas de la democracia, las libertades y la convivencia frente al pensamiento individualista, autoritario, voluntarista e irracionalmente mesiánico.

Argentina, de la que han surgido personalidades como Raúl Alfonsín, Hipolito Yrigoyen, Pino Solanas, Arturo Jauretche, Alfredo Palacios o el propio Juan Domingo Perón, quienes supieron apuntalar, cada uno a su manera, la estabilidad y soberanía del país y finalmente consolidar la democracia, tendrá la reserva suficiente para enfrentar y superar este dilema histórico.

En ella se juega el destino de las próximas generaciones. Los argentinos decidirán si seguirán viviendo en un país que los contenga en las diferencias, los apoye en su crecimiento humano y garantice el ejercicio de sus derechos, o si perseguirán la quimera de una libertad que nace renga en sus bases y que significa en los hechos ahondar la exclusión, desvalorizar la vida y dejar a cada uno librado a su suerte.

La disyuntiva es clara, no se trata de peronistas o libertarios, se trata de civilización o barbarie, y no es difícil elegir de qué lado se va a estar.

Gastón Castillo es presidente del Comité Unidad Teja – El Capi, secretario de Juventud de la Coordinadora E del Frente Amplio y dirigente de Alternativa.