Octubre ha llegado como una tromba. Desde el 7 de octubre se ha desatado en Israel y Palestina una nueva escalada del horror. ¿Qué debemos hacer ante una situación como esta? ¿Callar ante la complejidad? Aunque me siento ciudadano del mundo y nunca me alimenté directamente de esa cultura, por mis venas corre sangre judía y la memoria del Holocausto se ha transmitido de alguna forma a mi ser más íntimo. El dolor y la rabia me inundan, a pesar de no haber vivido de cerca esos horrores. A la vez, siempre me he sentido profundamente solidario de la causa del pueblo palestino, de su derecho a vivir plenamente en libertad en su tierra, y me han repugnado la colonización y el racismo inherente a la ocupación que practica el Estado de Israel sobre el pueblo palestino.

Tengo grandes amigos israelíes y hemos establecido en la práctica un pacto de silencio. De eso no hablamos. Nos queremos mucho y tenemos diferencias que aceptamos. Pero ante lo que pasa ahora, ¿qué hacer? Siento que guardar silencio es complicidad. No decirles a mis amigos judíos que estamos con ellos en el dolor es complicidad. No condenar el terrorismo salvaje es complicidad. No gritar con fuerza “¡basta!” es complicidad. Así es que necesito decir lo que siento.

Hoy las palabras importan, quizás más que en otros momentos. Hay que recuperar las palabras. Hoy, cuando la palabra libertario, que siempre se asoció al sueño anarquista de una sociedad libre, ha sido secuestrada por el egoísmo extremo del capitalismo anglosajón. La palabra revolución hace mucho que se asocia más con la venta de un nuevo producto tecnológico que con la necesaria transformación social. Hoy intentan imponernos el uso de la palabra terrorismo (el uso del terror sobre la población civil como herramienta política) sólo para calificar a una de las partes y, si no lo hacemos, nos acusan de complicidad con esas acciones detestables. Nos califican de antisemitas si nos pronunciamos contra las prácticas condenables de Israel. Estamos sometidos al chantaje de la palabra. Por eso mismo es preciso hablar.

Nos califican de antisemitas si nos pronunciamos contra las prácticas condenables de Israel. Estamos sometidos al chantaje de la palabra. Por eso mismo es preciso hablar.

Quiero gritar alto y fuerte que condeno totalmente los actos terroristas cometidos el 7 de octubre por Hamas. El asesinato y secuestro de civiles, incluyendo niños y ancianos, es inaceptable. Lo es éticamente y lo es desde un punto de vista político. El terrorismo alimenta al terrorismo en un ciclo que pagan los pueblos y genera marcas indelebles, que se expresan luego indefectiblemente. Los civiles secuestrados deben ser liberados ya.

Quiero gritar alto y fuerte que rechazo totalmente los actos terroristas que comete el gobierno israelí sobre el pueblo palestino en Gaza y en los territorios ocupados. No estamos en presencia de la autodefensa de un estado atacado. Es una venganza sobre un pueblo entero. Asistimos cada día al asesinato impune de niños, mujeres y ancianos; al bombardeo de escuelas, hospitales, campos de refugiados. Se corta el agua, la energía y los alimentos a más de dos millones de personas. Los fanáticos andan sueltos también en los territorios ocupados. Nada justifica esto y debe cesar ya.

Estoy de acuerdo con el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que señaló que esta situación no se produce en el vacío. Hace 75 años se produjo la Nakba que hoy algunos quieren repetir. Hace 56 años que el pueblo de Palestina es despojado de sus derechos, abusado, asesinado, robado, ante la pasividad absoluta del mundo entero.

En los últimos tiempos, la sociedad israelí se levantó valientemente contra un gobierno cada vez más reaccionario y autoritario. Desgraciadamente, sólo una pequeña parte entendió la conexión entre esa deriva fascista y el fenómeno de la ocupación y la colonización. Pero ese vínculo es profundo. En las entrañas de todo nacionalismo está latiendo el racismo del nosotros y el ellos. De esa semilla nace y renace el fascismo. Así se pervierten las ideas más sublimes, esas que impulsaron los kibutzim.

Hamas no es el pueblo palestino, ni la población de Gaza, a pesar de que democráticamente lo votó en 2006. Hacerlo es como igualar la población israelí al gobierno de extrema derecha que lo gobierna hoy. Los que están muriendo bajo las bombas en Gaza no son sólo miembros de Hamas. Junto a más de 3.000 niños, por ejemplo, murió la poeta y novelista feminista Heba Abu Nada, de 32 años. La noche antes de ser asesinada por las bombas israelíes había escrito: “Si morimos, sepamos que estamos contentos y firmes, y transmitamos en nuestro nombre que somos personas de verdad”.

Rechazo el mito que iguala toda resistencia palestina con terrorismo. La resistencia a la opresión es un derecho y un deber de todo ser humano. Todo acto de resistencia no es terrorismo. Tirar piedras o manifestarse pacíficamente, como fue el caso de la Marcha del Retorno, no puede merecer la muerte por disparos indiscriminados de las fuerzas del Estado. En Palestina sucede de manera habitual.

Rechazo el mito que iguala toda crítica a Israel con antisemitismo. Por suerte el mundo está viendo a miles de judíos movilizarse bajo la consigna “no en mi nombre”. Me sumo a ellos. Están salvando al pueblo judío del hundimiento moral al que lo están llevando el primer ministro Benjamin Netanyahu y su gobierno de fanáticos de extrema derecha. Es extremadamente peligrosa la ola de racismo que inunda el mundo y que se expresa en actos antisemitas e islamófobos que van hasta el asesinato. Es un veneno peligroso que tenemos que rechazar sin concesiones. Hay que rechazarlo aun cuando se exprese como una frase aparentemente sin mayores consecuencias. De esos gestos que parecen pequeños nacen los grandes horrores.

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, es cómplice activo de este genocidio. Como ciudadano estadounidense que lo votó en el pasado digo: “¡No en mi nombre!”.

Los Estados Unidos de Norteamérica nos tienen acostumbrados a su actitud criminal. No es la primera vez que apoyan el terrorismo de Estado, como fue el caso tantas veces en nuestra América. Pero Uruguay ha sabido mantener a lo largo del tiempo una actitud mesurada, que busca sistemáticamente la paz. Es una vergüenza la actitud del gobierno uruguayo, que fue incapaz de acompañar en la ONU una resolución que llamaba al alto el fuego. Como ciudadano uruguayo digo: “¡No en mi nombre!”.

La espiral de violencia, especialmente la dirigida a la población civil, sólo generará nueva violencia. Es imperioso que pare la guerra y se avance hacia negociaciones de buena fe, que contemplen las aspiraciones legítimas de todas las partes, de acuerdo a numerosas resoluciones adoptadas por el Consejo de Seguridad y la Asamblea General de la ONU. Ello requiere el acompañamiento activo de todos los pueblos del mundo. El movimiento Boicot, Desinversión y Sanciones es una forma concreta de promover ese camino por la vía pacífica.

Rechazo el mito de que no hay solución, de que no hay nadie del otro lado para hablar de alternativas serias y buscar la paz. La humanidad ha pasado por períodos tenebrosos en los que no se veía salida. No fue fácil, pero el mundo fue capaz de acabar con el apartheid en Sudáfrica y con la esclavitud en buena parte de nuestra América. Para construir la verdadera paz hay que reconocer que el otro tiene intereses legítimos y ceder algo. Sentarse a hablar con los interlocutores dispuestos a hacerlo y que tengan el respeto de su pueblo. Existen voces sensatas y fuertes. Hay que escucharlas y darles espacio, aunque no nos gusten. Quizás sea Marwan Bargouthi, al que no pocos califican de Mandela Palestino. Quizás sea otro. Esas personas existen y son preciosas para encontrar la paz. La violencia a la que asistimos hoy es el resultado de demasiados años en los que toda iniciativa para construir la paz fue sistemáticamente destruida. Isaac Rabin y Yasser Arafat, que lo intentaron, fueron asesinados. El proceso de Oslo fue vaciado de contenido y la colonización se aceleró. El resultado es la desesperanza y el horror.

Ambos pueblos, israelí y palestino, tienen derecho a vivir en paz y seguridad y a construir un futuro próspero. Creo que es posible si se sigue a Benito Juárez cuando dijo: “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.