La libertad consiste sobre todo en no mentir. Allá donde la mentira prolifera, la tiranía se anuncia o se perpetúa. Albert Camus

El debate sobre la mentira y la verdad es, sin duda, de los más antiguos que han inquietado a la humanidad a lo largo de su historia. Sin embargo, renace y se repite, sin importar tiempo histórico ni geografía, allí donde el ser humano mantiene la posibilidad de alzar su voz y preguntar, cuestionar o problematizar el mundo que lo rodea.

Nuestro tiempo y nuestro país no son ni por asomo una excepción, ya que vemos cómo este debate se instaló en estos días con fuerza entre los distintos actores políticos y también en la opinión pública. Sin ir más lejos, hemos visto cómo se acusó a varios dirigentes de primer orden del gobierno (luego todos “renunciantes”) de mentir deliberadamente en el Parlamento en los avatares complejos de la entrega del pasaporte al narco Sebastián Marset. Posteriormente, las cosas tomaron mayor gravedad y las acusaciones de mentir llegaron incluso al presidente Luis Lacalle Pou, quien no convenció a nadie con sus declaraciones y más bien pareció centrar luego su defensa en “no hablar del tema”.

Etimológicamente, mentir deriva de la palabra latina mentiri, cuyo significado es “urdir un embuste con la mente”. El diccionario admite varias acepciones para la palabra: enunciar deliberadamente lo contrario de lo que se sabe, se cree o se piensa que en definitiva es verdad; acción de construir una realidad falsa.

El fin de mentir es deliberadamente conducir al engaño y al error, también fingir, aparentar o falsificar algo, faltar a lo prometido, quebrar un pacto.

Mentir, como vemos, es una cosa seria, y también es un fenómeno para nada sencillo, ya que la mentira es capaz de adoptar múltiples disfraces.

Te escuché jurarme tu querer

El 4 de noviembre de 2023, apenas unas horas después de haber regresado de su viaje a Estados Unidos, el presidente de la República tuvo una reunión con los socios de la coalición y posteriormente otra con el presidente del Frente Amplio, Fernando Pereira. Luego, se presentó frente a los medios, donde se esperaba que diera las explicaciones del caso (pues, según distintos testimonios que trascendieron, habría tomado parte activa en parte del penoso affaire del pasaporte).

Sin embargo, de una manera bastante inusual, el presidente se mostró dubitativo y errático, con la debilidad que caracteriza a quien debe defenderse en una posición poco o nada favorable. Lo primero que hizo fue justificar que esto se debía al cansancio luego del largo viaje. Así, afirmó, entre otras cosas, tener la “íntima convicción” de que los denunciados por el caso (el ministro y el subsecretario del Interior, el canciller de la República y también el principal asesor presidencial) no tenían ninguna responsabilidad legal en todo lo sucedido, y además afirmó tener la “conciencia tranquila”.

Con el pasar de los días quedaron en evidencia que algunas cosas no habían sucedido como anunció, por lo que quedó en una posición de extrema debilidad que intentó neutralizar con una característica presentación popular en la inauguración del Hospital del Cerro. Allí puso todo su show en acto: selfies, aplausos, sonrisitas, guiñadas y permitirse estar rodeado de un público fiel que expresaba su total adoración. En su manotazo de ahogado, no contó con la presencia y los abucheos de los vecinos del Cerro, un barrio históricamente alejado de su sector político y de su persona, sitio donde además se encuentra parte de la población que debió sufrir más sus políticas gubernamentales que provocaron, entre tantos golpes a los sectores populares, que el oeste montevideano sea uno de los lugares donde el movimiento de ollas populares se haya hecho más fuerte, generando un accionar y una organización social de vital importancia para contrarrestar el hambre en la zona.

Muñequita de trapo que yo adoré santamente...

Ahora bien, las expresiones del presidente sorprendieron, porque no presentó ninguna clase de evidencias sobre lo que afirmó. Más bien, quiso hacer pasar la verdad y la mentira del acontecimiento por una intención, por la creencia y adherencia o la fe en lo que él afirmaba: “Crean en mí, como yo creo en mí”. Todos los dirigentes de la coalición (y especialmente los de su partido), sumados los guardaespaldas mediáticos de las redes sociales, pusieron en acto dos estrategias: primero, minimizar el incidente y plantearlo como superado y terminado con las renuncias de los jerarcas; y segundo, pasar al ataque culpando al Frente Amplio de la entrega del pasaporte, pues afirmaron estar obligados por la reglamentación aprobada en el gobierno de José Mujica; para luego acusar a sus principales dirigentes de actuar con deslealtad institucional y de forma antidemocrática.

Basta con ver la teatralización jurídica de las múltiples repercusiones del caso Marset para visibilizar las diversas formas de la mentira. En los estrados judiciales parece que nadie miente; todo el mundo se victimiza y acusa a los otros de mentir, evidenciando la psicología de todo imputado: reclamar la inocencia propia y siempre culpabilizar al otro.

Pero el jueguito de la eterna inocencia tiene límites y suele agotarse. Sigmund Freud (1913) advirtió sobre los efectos posibles que puede tener la mentira, incluso aquellas que pertenecen al orden infinitesimal: provocan malentendidos, irrealidad y siempre lastiman. Cuando la mentira es a gran escala, organizada y practicada por los poderosos, los efectos, lógicamente, suelen ser mucho peores.

Jonathan Swift publicó bajo su nombre (aunque el texto sería verdaderamente de John Arbuthnot), en 1712, una sátira sobre la mentira en la que analiza con gran ironía el poder de la mentira política, capaz de lograr verdaderos imposibles, convertir una montaña en un agujero y, a la vez, un agujero en una montaña. Permite también conquistar un reino sin combatir, y convertir en santo a un ateo, advirtiendo sobre el daño capaz de infligir pues “la falsedad vuela, mientras que la verdad llega cojeando penosamente tras ella”.

Jacques Derrida (1997), actualizando la obra de San Agustín, pone el acento en la intención de la mentira, pues lo que cuenta siempre es el fin de quien enuncia, siendo esa voluntad lo que vuelve a una afirmación una mentira. Para Derrida, el mentiroso es alguien que afirma que él dice la verdad, lo que sería una ley estructural de la mentira, quien seguramente estaría de acuerdo con Jacques Lacan, para quien miente alguien que se proponga decir la verdad de lo verdadero. Derrida nos recuerda que cuanto más miente un aparato político, más hace del amor a la verdad la consigna de su retórica.

Basta con ver la teatralización jurídica de las múltiples repercusiones del caso Marset para visibilizar las diversas formas de la mentira.

Así, la mentira implica un deliberado actuar, una serie de acciones dirigidas a hacer creer en algo, porque lógicamente el mentiroso sabe la verdad y, obvio, también sabe que miente.

Alexander Koyré (1943) afirmó que nunca se mintió tanto en política y de una forma tan descarada como en la modernidad, especialmente a partir del nacimiento del totalitarismo. Nunca un tiempo histórico estuvo tan impregnado de mentira, pues nació la mentira en serie y dirigida diariamente a la masa. Avanzado el siglo XX, ese modo de mentir en la política, lejos de desaparecer, se fortaleció.

Según Federico Finchestein (2021), la mentira política es tan vieja como la política misma, pero la mentira fascista como método político deliberado, cuyo ejercicio supera al fascismo y puede ser utilizado por personas que conscientemente no se identifican ni se definen como fascistas, se caracterizó siempre por la proyección. Es decir, la mentira siempre se niega como tal y se suele acusar al otro de lo que ellos mismos hacen y son, así como también se caracteriza por un desprecio de los hechos. Se trata entonces de una mentira organizada, y además la palabra del líder define y configura la verdad total.

Quien observe finamente la actividad comunicativa del gobierno puede conjeturar con facilidad que hay algunas similitudes con su modo permanente de comunicar, utilizado desde el primer día, dándole lugar a la mentira como método, acusando al Frente Amplio de todo tipo de cosas todo el tiempo, y victimizándose por ser siempre objeto de ataques injustos, desleales y de diversas manipulaciones antidemocráticas.

El propio expresidente de la República Julio María Sanguinetti, al referirse a las protestas que incomodaron a Lacalle Pou en la inauguración del Hospital del Cerro, dijo que se trataba de “actos protagonizados por una patota fascista”, a pesar de que claramente se trató de una manifestación pacífica en la que participaron grupos como la Red de Ollas, la organización de Usuarios de Salud, distintas comisiones barriales, del asentamiento Nuevo Comienzo y agrupaciones de jubilados.

Hannan Arendt (1972) analizó las relaciones de la verdad, la mentira y la política, afirmando que en la actualidad el conflicto entre la verdad factual y la política es a gran escala. Qué hubiera podido decir si hubiera conocido el escenario de ficción que significan hoy las redes sociales, y también la influencia que alcanzaron en el campo político el marketing, la publicidad y las encuestas. Baste considerar el papel que ha cumplido en todo el gobierno el principal asesor en comunicación del presidente de la República, un destacado publicista, quien fue además el estratega que ha manejado cada uno de sus movimientos, sus apariciones y sus actings públicos; en el caso de la entrega del pasaporte y los sucesos posteriores, diversos testimonios lo ubican como un actor principal de la historia.

Arendt también nos advierte sobre la “tozudez irritante de los hechos molestos” que únicamente las mentiras son capaces de remover, borrando la línea divisoria entre la verdad de hecho y la opinión, que es una de las múltiples maneras de la mentira. Agrega también que “la verdad suele salir derrotada de su choque con el poder”, pero aun así la verdad no puede al final ser reemplazada. Quizás sí momentáneamente, pero al final del camino, la verdad se abre paso.

La verdad camina con pies de paloma

A pesar de que vivimos en un tiempo de verdadero fetichismo penal, en el que la investigación penal parece que puede resolverlo todo y en el que también las denuncias penales pueden ser usadas políticamente, la verdad es algo más complejo que lo que puede revelarse en la investigación que lleve a cabo la Justicia (lo que no empaña que esta es una actividad esencial en una sociedad que se pretenda democrática), cuestión evidenciada recientemente en los avatares del caso Astesiano, en el que el jefe de seguridad del presidente (alguien de absoluta confianza y muy cercano a su familia por varias décadas) fue procesado por encabezar una asociación para delinquir, pero que al final, de un modo insólito, fue el único responsabilizado. Tampoco la verdad de estos hechos saldrá del fallo de la Justicia, a pesar de las expectativas generadas y aunque tengan como resultado final efectos graves sobre algunas personas y también efectos políticos.

La verdad es una construcción más compleja, que incluye a muchos más actores y que requiere más tiempo. En los estrados judiciales, las personas siempre dijeron y seguirán diciendo lo que más les convenga, no necesariamente la verdad.

Subrayando la importancia y fuerza de la mentira, Albert Camus (1951) afirmó que “ninguna virtud puede aliarse con ella sin perecer” y que “la mentira al final siempre vence al que pretende servirse de ella. Nada grande puede construirse sobre la mentira, porque la mentira a veces hace vivir, pero nunca eleva”.

Nicolás Mederos es profesor de Filosofía, escritor y comunicador. Fabricio Vomero es licenciado en Psicología, magíster y doctor en Antropología.

Referencias

  • Arendt, Hannah (1973). Verdad y mentira en la política. Barcelona: Página indómita.
  • Camus, Albert (1951). Entrevista en Le Progrés de Lyon. En: https://latintaelectronicablog.wordpress.com/2011/12/11/entrevista-a-albert-camus-le-proges-de-lyon-1951/
  • Derrida, Jacques (1997). Historia de la mentira. Prolegómenos. Buenos Aires: UBA, FFL.
  • Finchelstein, Federico (2021). Historia de la mentira fascista. Buenos Aires: Taurus.
  • Freud, Sigmund (1913). Dos mentiras infantiles. En Obras completas. Tomo XII. Buenos Aires: Amorrortu.
  • Koyré, Alexander (1943). La función política de la mentira moderna. Madrid: Pasos Perdidos.
  • Swift, Jonathan; Arbuthnot, John (1712). El arte de la mentira. Palma de Mallorca: José J de Olañeta Editor.