Se acerca el año electoral y las aguas se hacen cada vez más turbulentas. La discusión en torno a una nueva recolección de firmas de cara a un plebiscito sobre seguridad social fricciona nuevamente al campo popular.

Los sectores de izquierda vuelven a tener tensiones que ya se dieron en este mismo período. Recordemos que buena parte de la izquierda nucleada en el Frente Amplio (FA) no veía con agrado que los trabajadores organizados salieran a recolectar firmas para derogar la ley de urgente consideración (LUC) en plena pandemia, con cientos de dificultades. Al ver que la organización de trabajadores y las bases del FA estaban logrando una quijotada, varios sectores reticentes a esa acción política salieron raudos a tomarse fotografías con la planilla y papeleta en mano. Pero en la misma organización de los trabajadores y en la Intersocial hubo discrepancias y se planteó una papeleta alternativa que pretendía derogar toda la LUC y no parcialmente.

En ambos casos hay intereses electorales sectoriales intra-FA y en alguno hay diferencias de partidos (fuera del FA). También hay posiciones y concepciones que rechazan la actividad político-partidaria en general. Estas tensiones y diferencias no son nuevas, sino que vienen de lejos. En nuestro país las organización y concepciones anarquistas que con el paso del tiempo se nuclearon en la Federación Obrera Regional Uruguay (FORU) en 1905 rechazaban cualquier partido político. Y a lo largo del siglo XX continuaron existiendo y aún perviven pequeños sectores con esta ideología. En síntesis, las izquierdas tienen sus diferencias y luchas particulares que en momentos como el que se aproxima parecen más fuertes.

Objetivo conservador: seguir desplumando al pollo

Por otro lado, las derechas y los sectores conservadores se afilan los dientes y trabajan para seguir en el gobierno y continuar con su tarea de desplumaje y trabajando para una minoría del país.

La última rendición de cuentas evidencia una vez más las alianzas que existen entre los diferentes partidos políticos de derecha. Los cabildantes lograron obtener un traspaso de millones para los suyos, quedando en nada el presupuesto de la educación y rebajando otras áreas claves para el desarrollo del país.

La seguridad continúa siendo una piedra en el zapato del gobierno, aunque los asesores de imagen insistan en hacer creer que está todo de maravillas. Recordemos que esta fue una de las promesas principales de la coalición conservadora: mejorar la seguridad fue su caballito de batalla durante años (en alianza con los grandes medios, que día y noche repetían sin cesar los hechos delictivos). También afirmaron durante la discusión que se dio en torno a la LUC que con este paquete de leyes los problemas de inseguridad estarían solucionados, porque lo que faltaba era voz de mando y orden. Incluso la pandemia le permitió al gobierno mostrar números que evidenciaban mejoras, pero que cuando las actividades volvieron a su normalidad rápidamente ese relato caducó. Lejos de ese “mundo feliz” imaginado por los gobernantes, hoy las bandas y los narcotraficantes son un problema. Donde más se sufre esta realidad es en los barrios periféricos metropolitanos, aunque están llegando estas dinámicas fuera de esta zona. En los barrios privados, que es donde viven muchas veces los grandes narcotraficantes, están resguardados por el sistema dominante, son zonas protegidas e intocables.

El desafío para el campo popular es llegar con un discurso claro y concreto a las mayorías. Concentrar la crítica a un gobierno que ha concentrado la riqueza en unos pocos y que ha eliminado derechos a las mayorías.

Relacionado con lo anterior podemos afirmar que hay dudas sobre la relación que existe entre las actuales autoridades y la actividad ilícita de las drogas. Recordemos el episodio del pasaporte en Dubái, allí están involucrados el Ministerio del Interior y el de Relaciones Exteriores. Nadie se hizo responsable político de un hecho por lo menos turbio. No se puede afirmar que los ministros estaban al tanto, pero sí que hubo personal a su cargo que no actuó de una forma eficaz. Este motivo era más que suficiente para que renunciaran.

Dejo afuera la novela que está teniendo más capítulos en estos días. Hago referencia al episodio del exjefe de seguridad de la Presidencia. Es increíble cómo no fue llamado a declarar el responsable de este reo. El marketing y las selfies parecen ser su protección.

En los sectores que vienen acumulando y concentrando riquezas desde 2020 de manera exponencial, casi no hay críticas hacia el gobierno. La Confederación de Cámaras Empresariales y Un Solo Uruguay están más que conformes con la política aplicada por la coalición conservadora. Este bloque social conservador tiene muy claro los intereses que están en juego en octubre de 2024 y sabe que sus ganancias aumentarán si la coalición que hoy gobierna lo sigue haciendo. No buscan profundizar la democracia, sino que su voto busca concentrar el poder para que las mayorías sean frenadas y se obstruya su protagonismo.

Juego abierto

Este es el terreno que está en disputa entre los grandes bloques sociales. Esa confrontación es política y también ideológica. Hay sectores de izquierda que no lo reconocen o no lo ven así y tienen otra lectura. Por ello plantean discrepancias con las movilizaciones sociales que impulsan grupos del campo popular (hoy es por el plebiscito de la seguridad social, hace unos años fue con la juntada de firmas contra la LUC, hace décadas fue por las demandas que se hacían a la “restaurada” democracia y por ello no se debía “tensar la cuerda”).

Profundizar la democracia es estratégico. Para ello los movimientos sociales que buscan la emancipación de las mayorías deben potenciarse y robustecerse. El futuro del país y por ende de las mayorías no puede quedar en manos de una minoría.

Objetivamente no hay dudas de que este gobierno responde y trabaja para esa minoría. Ahora bien, las decisiones de la ciudadanía no se corresponden con el mundo objetivo, sino que ese mundo objetivo es mediado por la construcción de la subjetividad.

Este punto, en la sociedad actual en la que vivimos, es una construcción compleja y novedosa, invadida por las redes sociales, las imágenes, las historias, las poses y selfies. Todo lo anterior debe mostrar el goce, el cuerpo bien entrenado, en definitiva, es más importante la apariencia que la realidad. Esta política marca tendencias y es trabajada día y noche por cientos de personas (no olvidemos el clientelismo ejercido por el Partido Nacional y Cabildo Abierto en toda la administración pública).

Es por este mundo de las redes y de la agenda marcada por los grandes medios que lo objetivo y brutal de la corrupción, el aumento de la pobreza, la rebaja salarial, la falta de seguridad, no parecen hacerle mella al gobierno. Es por estos motivos que el presidente tiene gran apoyo de la población.

El desafío para el campo popular es trascender esta ficción y llegar con un discurso claro y concreto a las mayorías. Concentrar la crítica a un gobierno que ha concentrado la riqueza en unos pocos, que ha eliminado derechos a las mayorías y en definitiva ha reducido la democracia con sus acciones autoritarias. El juego está abierto y es necesario que no desplumen más al pollo.

Héctor Altamirano es docente de Historia.