Uruguay ha tenido a través de su relativamente breve historia como nación independiente muy diferentes etapas en la relación bilateral con la República Argentina. Los tipos de relación han variado tanto como la agitada evolución política de nuestros vecinos.

En todo el curso democrático Uruguay ha tenido una política de relacionamiento ponderando su importancia y tratando siempre de equilibrar las asimetrías recurriendo a una relación de tres.

La política del “péndulo” entre los vecinos “gigantes” ha sido analizada en innumerables ocasiones, y mucho más que un relato, ha sido una realidad. Esta dio en general buenos frutos. Tanto ha sido así que en la época que surgió un serio y real proyecto estratégico de acuerdo económico comercial entre Raúl Alfonsín y José Sarney, que hacían del PEC y el CAUCE (acuerdos bilaterales con ambos países por separado) materia muy probablemente perecedera, Uruguay buscó y logró incluirse en un acuerdo (que integró a Paraguay) que culminó con la creación del Mercosur.

Desde entonces, el acuerdo regional ha tenido muchos altibajos en su funcionamiento y ha tenido logros por debajo de las expectativas generadas.

Las relaciones bilaterales con Argentina siguieron siendo complejas. En materia de navegación en el Río de la Plata y en el río Uruguay se han mantenido diferencias y los desacuerdos sobre dragados de canales han persistido, y sobre la hidrovía también.

Los problemas planteados en materia de intercambio comercial, sobre todo para nuestros productos de mayor valor agregado, han estado presentes casi sin solución de continuidad.

En el primer gobierno del Frente Amplio se generaron enfrentamientos muy duros sobre la primera planta de UPM que llegaron a niveles de tensión muy altos.

Se puede afirmar que más allá de quienes gobernaran en ambos países, los problemas nunca fueron fáciles de solucionar.

Ante el resultado electoral de las recientes elecciones presidenciales en Argentina se abre un amplio espectro de interrogantes sobre cuál será el rumbo del futuro gobierno que asumirá el próximo 10 de diciembre. Las definiciones en varios planos del presidente electo han ido sufriendo variaciones, en algunos casos importantes, lo que hace difícil predecir las políticas que se aplicarán. En política exterior las incógnitas son muchas y de volumen significativo.

Ha sido habitual que la cancillería argentina cumpla un rol importante en los gobiernos y sus equipos profesionales incidan significativamente. La mencionada como futura canciller, Diana Mondino, economista, de perfil técnico más que político, podría sugerir que lo anterior continuará siendo así. Aunque las definiciones políticas de Milei hayan sido por lo menos impactantes, la posibilidad de que se concreten no parece muy real.

En cualquier caso, todo indica que deberá pasar un tiempo para poder contar con un panorama sobre el rumbo que se adopte. Esto alcanza varias definiciones de gobierno, varias de las más importantes políticas económicas y sociales, que dependerán de los acuerdos que se busquen y se logren y de las que no está excluida la política exterior.

Uruguay debería regresar al cumplimiento de las políticas de Estado abandonadas en casi todos los planos.

En todo caso, un manejo muy cuidadoso de los tiempos y de las definiciones y pronunciamientos que se realicen desde nuestro país y sobre todo desde el gobierno será lo aconsejable. No nos parece adecuado que se proclamen “coincidencias” sin tener certezas, y mucho menos consensos nacionales, más allá del respeto por el pronunciamiento ciudadano y el deseo de mantener las mejores relaciones posibles.

Esta reflexión la consideramos pertinente en la medida en que la política exterior del presidente Lacalle no se ha ajustado en lo más mínimo –en lo que lleva de sus casi cuatro años de gobierno– a los parámetros de la diplomacia ni a la mejor tradición nacional en política exterior de Estado. Ha acaparado para sí el protagonismo de las relaciones exteriores, y los resultados han sido prácticamente inexistentes o contraproducentes.

Debería entonces Uruguay regresar al cumplimiento de las políticas de Estado abandonadas en casi todos los planos (recordemos la última votación de abstención al llamado a un alto el fuego por razones humanitarias en la reciente Asamblea General de la ONU sobre la Franja de Gaza, que desconoció el compromiso histórico irrenunciable de Uruguay con la búsqueda de la paz en el mundo y el respeto al derecho internacional).

Esperemos entonces a la formación del gabinete a partir de la asunción del presidente electo y a las políticas que se anuncien efectivamente y a las posibilidades de aplicación real que estas muestren para poder hacer pronósticos en el plano de unas relaciones bilaterales que aparecen como de las más complejas de la historia.

Carlos Pita fue embajador de Uruguay en Chile, España y Estados Unidos.