Los datos recientemente publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE) arrojan un número de residentes en el país del orden de las 3.400.000 personas. Una vez más, estos datos generaron una suerte de decepción, ya que en el imaginario social existía la idea que podríamos llegar a los cuatro millones.

Esta decepción es recurrente en nuestra sociedad, casi que se repite en todos los censos que se han realizado. En el primer censo de 1908 fue cuando se manifestó por primera vez este estado de ánimo, cuando entre otras cosas se constató que la población de Montevideo apenas llegaba al orden de los 300.000 habitantes, contra una expectativa mucho mayor que situaba a Montevideo con una población similar a la de Buenos Aires.

Esta constante decepción es la expresión de una concepción que hunde sus orígenes en el surgimiento de los estados nacionales en Occidente, aproximadamente entre los siglos XVI y XVII, cuando la magnitud de la población era considerada determinante para el poderío militar de los estados. Con el tiempo la mayor población fue considerada un requisito del mercado nacional capitalista.

Desde finales del siglo XX las características de los mercados nacionales han venido perdiendo influencia. El capitalismo globalizado es un factor de transformación del territorio, convirtiendo a la totalidad del espacio planetario en el ámbito en que se realiza el proceso de acumulación.

A ello hay que agregar que los datos del censo solamente contabilizan a los uruguayos y otros residentes, una muy importante cantidad de uruguayos no residentes no están considerados y son quienes emigraron y hoy residen en otros países.

Los datos del censo solamente contabilizan a los uruguayos y otros residentes, una muy importante cantidad de uruguayos no residentes no están considerados y son quienes emigraron y hoy residen en otros países.

Este Uruguay del exterior, “la patria peregrina”, se estima que a lo largo de varias décadas constituyó un contingente de aproximadamente 400.000 personas. Muchos de ellos desarrollaron sus vidas cortando definitivamente sus lazos sociales y afectivos con Uruguay. Pero otra cantidad significativa sigue considerándose uruguaya. La mejor constancia de ello es la cantidad de connacionales que anualmente vienen a nuestro país a visitar familiares o a otro tipo de actividades. En la medida en que ello está registrado en la Dirección Nacional de Migraciones, se estima que como mínimo más de 100.000 son los que periódicamente regresan de visita a la “madre patria”.

En 2005 el gobierno nacional impulsó la creación del departamento 20, entendiendo por tal al contingente de uruguayos residente en el exterior. La principal demanda de estos compatriotas fue la de poder votar en sus países de residencia. Ello fue sistemáticamente rechazado por la oposición política de ese período, actitud que se mantuvo hasta el presente por parte de los partidos Nacional y Colorado.

La escala de país que ofrece el Uruguay actual, incluyendo su contingente en el exterior, abre la posibilidad de una consideración mucho más efectiva de la convivencia.

La globalización que caracteriza el presente es muy rígida en sus posibilidades de transformación o modificación. Pero la construcción democrática de la forma de vida constituye una opción posible y deseable en cuanto es algo social y políticamente viable. Se trata de imaginar una construcción colectiva de sociedad en la que la escala permite su gestación. La redefinición del contrato social no depende del tamaño del mercado, se trata de una definición política a la cual arribar con la gente y entre la gente.

Álvaro Portillo es integrante del MAS-959, Frente Amplio.