En las entrañas de las mentalidades del siglo XIX uruguayo nacieron voces en favor de la educación de la mujer, aunque aun los varones que estaban a favor tenían miedo de que la instrucción las impulsara a reclamar más derechos tales como el voto, el acceso a cargos elegibles y a las funciones administrativas, siguiendo a María Luisa Ardao.

La ley del 20 de julio de 1874 disponía que los cargos públicos serían desempeñados por ciudadanos, exceptuando a los preceptores. La norma iba en concordancia con la Constitución de 1830, que establecía en sus artículos 6 y 7 que los ciudadanos podían ser naturales o legales; los primeros eran todos los hombres libres (no las mujeres) nacidos en cualquier punto del territorio del Estado Oriental del Uruguay.

El debate denota la disputa por los espacios públicos y por el mantenimiento de la institución familiar concebida desde el sometimiento de sus integrantes al poder del varón, heredada del mundo romano. Finalmente, en 1912, y para permitir que las niñas no cayeran en la perversión de la coeducación, se creó en la Universidad de Montevideo una sección de Enseñanza Secundaria y Preparatoria destinada exclusivamente al sexo femenino.

Casi tres décadas pasaban de aquella disputa cuando, en 1939, las autoridades de Secundaria (ya producida la escisión de la Universidad) exponían que el ente era el laboratorio de personalidades, el taller de forja para la conciencia nacional, la solución para la educación del adolescente. Este servicio incluía a siete liceos en la capital, un liceo de señoritas, tres liceos nocturnos, un instituto de enseñanza preparatoria, 24 liceos departamentales y otras dependencias, con una matrícula de 14.000 alumnos. A pesar de los avances, ninguna mujer integraba la cúpula de mando del ente de Secundaria, que era comandado por los arquitectos Agorio y Boix, el doctor Arias, el agrimensor Mullin y el profesor Emilio Verdesio. Ninguna mujer detentaba en el año 1939 el cargo de inspector, a pesar de que el oficio de enseñar las tenía como dilectas desde finales del siglo XIX.

En el marco del neobatllismo, la enseñanza media, en sus ramas de Secundaria y UTU, evidenció un gran impulso, aunque la opción por la formación en oficios fue sensiblemente menor, puesto que para 1960 sólo 12% de la matrícula concurría a la Universidad del Trabajo del Uruguay.

Y así volvemos al comienzo de estas reflexiones para valorar la necesidad de preguntarnos sobre la relación trabajo/educación y el acceso a los puestos de decisión. Las mujeres de comienzos del siglo XX uruguayo pudieron ser docentes, oficinistas, médicas, abogadas, además de cocineras, peonas rurales y lavanderas como sus progenitoras, aunque pocas alcanzaron espacios de alta decisión.

Hay que analizar los tránsitos educativos para conjugar la formación académica, de oficios y de investigación que abra todos los puestos de trabajo para todas las vocaciones de las niñas y adolescentes que habitan el país.

Según el coloquio del año 2010 que llevó adelante el Ministerio de Educación y Cultura (MEC), la educación debe tender a la formación integral que permita la humanización con el fin de lograr el desarrollo humano, sustentable y con justicia social. Entonces, en los albores de nuevos tiempos, preguntémonos: ¿Qué aportes al crecimiento del país harán nuestras hijas, nietas y bisnietas? ¿Seguirán programando máquinas y detectando fraudes, investigando sobre el valor de las proteínas en el desarrollo fetal, generando arte, construyendo casas, diseñando sanitarias, llevando adelante los sistemas jurídicos, contables, industriales y de servicios hoy conocidos? ¿Qué sistema público educativo permitirá las formaciones navegables que abran espacios de desarrollo integral? ¿Podrán ellas acceder a los lugares de decisión en igualdad de condiciones?

Quienes como mujeres logramos sortear los prejuicios y accedimos a las estructuras formativas que el Estado puso a nuestra disposición durante el siglo XX, logramos empleos diversos en mejores condiciones que nuestras madres o abuelas. Ya en el siglo XXI, pensando a mediano plazo, hay que analizar los tránsitos educativos y su navegabilidad a fin de conjugar la formación académica, de oficios y de investigación que abra todos los puestos de trabajo para todas las vocaciones de las niñas y adolescentes que habitan el país, así como el acceso a los lugares de decisión.

María Reyna Torres es docente jubilada.