Alrededor de 361.000 niños menores de cinco años mueren cada año por enfermedades asociadas a aguas contaminadas o no tratadas: cólera, diarrea, disentería, hepatitis, fiebre tifoidea y tuberculosis. La escasez de agua provoca anualmente el desplazamiento forzado de cerca de 68 millones de personas en el mundo. Antes de 2050 seremos unos 9.700 millones de humanos; se estima que de estos, unos 2.100 millones no tendrán acceso al agua potable, sea porque viven en zonas donde no la hay o porque la existente no es apta para el consumo. Nada de esto impide que el volumen de agua extraída siga creciendo de forma imparable; la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) estima que la producción de alimentos por riego crecerá 50% en los próximos diez años, mientras que el aumento del agua disponible sólo será de 10%.

El agua potable se vuelve un bien escaso y, por lo tanto, de más en más valioso. La contaminación de las aguas tanto superficiales como subterráneas por efecto de actividades industriales no hace más que acrecentarse en el planeta entero. Este drama humano, lejos de ser inevitable, es consecuencia directa de la búsqueda de ganancia sin barreras éticas y de una economía dominante que llama “externalidades” al despilfarro, a la destrucción y a la contaminación. Estas circunstancias han dado alas a un negocio increíblemente rentable: el agua embotellada. Esta industria crece exponencialmente cada año y reditúa sumas multimillonarias a unas pocas megacorporaciones. Para ellas, la falta de agua potable y la pérdida de confianza del gran público en el agua corriente constituyen una bendición, una maravillosa oportunidad de lucro. Entretanto, la mayor parte de los gobiernos –sea por ineficiencia o por corrupción– ha venido privatizando los suministros de agua en lugar de invertir en saneamiento básico y agua potable.1

En 2021 el tamaño del mercado mundial de agua embotellada se valoró en 283.010 millones de dólares y se espera una tasa de crecimiento anual de 6,7% entre 2022 y 20302. Los márgenes de ganancia del negocio son absolutamente excepcionales; Coca-Cola y Pepsi, líderes mundiales de este mercado, embotellan y filtran agua corriente que luego venden a precios decuplicados.3 Mediando inversiones astronómicas en publicidad, las empresas del ramo convencen al público de que constituyen la opción más limpia y más saludable. Pero la verdad es otra: el agua embotellada no sólo es –por lo general– de calidad inferior al agua corriente, sino que puede implicar un riesgo potencial para la salud.4

Una investigación llevada a cabo por la Universidad de Nueva York analizó 259 botellas de 11 marcas distintas en nueve países diferentes, y detectó un promedio de 325 partículas de plástico por cada litro de agua embotellada analizada. El estudio concluye que la presencia de microfibras plásticas en el agua embotellada es muy superior a la cantidad de plástico presente en el agua corriente.5

Un metaanálisis de datos de 26 estudios distintos sobre la ingesta de los estadounidenses estima que el consumo anual de microplásticos puede variar entre 39.000 y 52.000 partículas por persona según la edad y el sexo. Estas estimaciones pasan a 74.000 y 121.000 cuando se considera la inhalación de microplásticos. Más aún: las personas que sólo beben en fuentes embotelladas la cantidad diaria de agua recomendada ingieren unas 90.000 partículas extras, contra las 4.000 partículas ingeridas con la misma cantidad de agua de la canilla.6 Los ftalatos, sustancias químicas presentes en el polietileno tereftalato de las botellas plásticas (PET), pueden inhibir la testosterona y otras hormonas. Por eso se aconseja no reutilizar las botellas de agua ni dejarlas al sol, ya que el tiempo y la radiación son factores que ayudan a su liberación en el agua.7

En paralelo con los problemas de salud que puede provocar el agua embotellada, se estima que su producción impacta unas 1.400 veces más en los ecosistemas que la extracción y el consumo de agua corriente.

Pero la ingesta de microplásticos no es el único problema sanitario del agua embotellada. Las pruebas realizadas por el Departamento de Servicios Ambientales de New Hampshire, Estados Unidos, descubrieron niveles peligrosos de productos químicos en el agua embotellada comercializada por las empresas CVS, Whole Foods y Market Basket, lo que derivó en consejos para que las embarazadas, los ancianos y los niños la evitaran. Un estudio en Alemania identificó más de 24.000 productos químicos en muestras de agua envasada, muchos de ellos en cantidades suficientes como para causar alteraciones en el equilibrio hormonal. Después del embotellado, la carga bacteriana del agua aumenta a un ritmo pautado por el contenido de materia orgánica, siempre presente aunque en cantidades variables. Muchas de estas bacterias son resistentes a los agentes antimicrobianos; los brotes inesperados de diarrea y disentería como consecuencia del consumo de agua embotellada contaminada se deben generalmente a deficiencias en los controles de calidad del envasado.8

En paralelo con los problemas de salud que puede provocar el agua embotellada, se estima que su producción impacta unas 1.400 veces más en los ecosistemas que la extracción y el consumo de agua corriente, y que aquella emplea un volumen de recursos 3.500 veces superior al de esta.9 Greenpeace ha señalado que año tras año los fabricantes de bebidas producen más de 500.000 millones de botellas de plástico de un solo uso, y que estas tardan hasta 500 años en degradarse. En el mundo se compran 60 millones de botellas plásticas por hora, que en su mayoría se usan una sola vez y por unos minutos.10

La incitación al sobreconsumo mueve la economía. Parece desquiciante, porque lo es. Los grandes medios influyen mucho más de lo que sospechamos en nuestros comportamientos, elecciones y convicciones. De lo contrario, ¿cómo entender esa percepción generalizada de las bondades del agua embotellada? Detengámonos en las publicidades de Salus, Nativa, Vitale, Esencial, Asencio, Ivess, Cascada o cualquier otra, y veremos imágenes de personas exultantes de vitalidad y belleza en medio de ambientes paradisíacos. Nos han convencido de que la botellita de agua siempre a mano es sinónimo de salud y bienestar, pero la realidad es que su calidad es inferior a la del agua corriente en la mayor parte del mundo.

El consumo de agua embotellada es un despropósito para la salud y para el bolsillo. Quien quiera ahondar en el asunto tiene mucha evidencia disponible en internet. ¿Este hábito tan costoso y aberrante no debería parar ya? Pues empecemos por casa. Una gota, con ser poco, con otras se hace aguacero.

François Graña es doctor en Ciencias Sociales.