En los últimos años, el término se impuso. Múltiples autores que se definen de derecha refieren estar dando una batalla cultural contra la izquierda, la que habría instalado un dominio total sobre la cultura, o para usar los términos precisos que utilizan, lo impuesto consistiría en una verdadera hegemonía cultural total, concepto tomado de la obra del filósofo italiano Antonio Gramsci (1891-1937), a quien la derecha culpabiliza de esa toma del poder cultural, y a quien pretenden emular en un supuesto operativo de restitución, en lo que entienden debe ser un retorno a una hegemonía cultural liberal, usando las mismas armas del propio filósofo.

La batalla cultural

En 2022, Agustín Laje, reconocido como un incansable defensor de la necesidad de disputarle a la izquierda el campo de la cultura, publicó un extenso texto en el que analiza este tema, titulado La batalla cultural, y donde pretende elaborar una verdadera teoría que debe centrarse en el cambio cultural y su importancia, y los distintos esfuerzos y luchas que acontecen en el espacio de la cultura, entendida esta como el nivel simbólico de la sociedad, que incluye nuestros modos de ser, el lenguaje, las creencias, las costumbres y los valores. Anteriormente había publicado junto a Nicolás Márquez un texto que alcanzó amplia difusión entre las derechas latinoamericanas: El libro negro de la nueva izquierda latinoamericana. Como curiosidad resultado de una observación etnográfica casual, resulta interesante comentar que este libro pude verlo a la venta en una librería que funciona dentro de una iglesia evangélica de la ciudad de Montevideo, junto a una serie de textos religiosos de autoayuda. Sugestivo.

En el comienzo mismo del texto define las características de la batalla cultural:

  • El primer objetivo de la batalla cultural es dominar la cultura, entendida al mismo tiempo como botín de la lucha y como su terreno.
  • Segundo, se trata de una disputa de gran magnitud y no de un conflicto marginal o secundario, pues se confrontan aspectos esenciales de la vida social. El término batalla no es elegido por casualidad, se trata de una guerra.
  • Tercero, toda batalla supone esfuerzos racionales para vencer al enemigo, organización individual y colectiva, planificación, dirección, no apelar a golpes solitarios ni a actos inocentes y espontáneos. Hay que seguir técnicas, estrategias, asignar liderazgos, en el corto, mediano y largo plazo. La batalla debe pensarse como una acción humana guiada por principios racionales.

Según Laje, para que se pueda hablar de batalla cultural, es necesario:

  • Tener claro el objetivo de definir los elementos, pues la hegemonía cultural se encuentra al dominar la cultura, entendida al mismo tiempo como fin y como medio. Los medios de la batalla son las propias instituciones dedicadas a la producción y reproducción cultural en una sociedad, como por ejemplo las escuelas, las universidades, las iglesias, los órganos de propaganda del Estado, las diversas fundaciones de la sociedad civil.
  • El conflicto es de gran magnitud y habrá resistencias, no se puede plantear una batalla de este tipo sin conflictos de magnitud. Se trata de elaborar y difundir cosmovisiones, ideologías integrales y sistémicas.

Respecto al papel del intelectual en la batalla cultural, Laje define que:

  • El intelectual es el soldado, es el que calibra, apunta y dispara, mientras que la ideología es el armamento pesado de la guerra.
  • El líder cultural es el agente indispensable de la batalla cultural. Para convertirse en un líder cultural propiamente, deberá obtener “capital cultural”, que implique control de saberes, habilidades comunicativas, acceso a los medios de difusión y un amplio reconocimiento del propio campo en el que actúa. Comunicar bien es una tarea imprescindible.
  • El intelectual es principalmente un creador de sentido, es un verdadero productor de bienes simbólicos, es decir, contribuye a crear los pilares simbólicos que sostienen a todo poder.
  • El intelectual es una pieza fundamental, ya no sólo el que sería de primer grado, es decir el productor de conocimiento, sino también el de segundo grado, que serían quienes principalmente difuminan el conocimiento, por ejemplo los profesores, y también aquellos que llama de tercer grado, es decir una masa polimorfa de ídolos populares, miembros de la farándula, estrellas del espectáculo, periodistas y también “intelectuales” mediáticos, quienes en el tiempo actual considera que tienen un valor importantísimo en la diseminación de esos sentidos.

Laje sostiene que la batalla cultural es permanente, no se da de una vez y para siempre, se trata de una constante pelea por definir valores, historias, palabras, símbolos, formas de vida, caracteres esenciales de los colectivos. En el momento actual, la batalla cultural busca principalmente formar la opinión pública, y los medios de comunicación cumplen un papel fundamental.

Las batallas culturales son batallas por las disposiciones de los contenidos culturales. Canciones, videos, imágenes, libros, discursos filosóficos, un panfleto o un meme. La forma cambia y de prisa, por lo tanto lo que importa es disponer de una forma de ver el mundo y de vivir en él. Entiende que la lucha política y la lucha cultural son dos caras de una misma moneda, se trata de una relación hegemónica que expresa un dominio de un grupo social sobre otro.

Para Laje, lo que en el texto se constituye en una verdadera obsesión, la izquierda impuso su hegemonía especialmente en dos temas: el feminismo y la agenda de derechos de la población LGTB, que además se volvieron de una tiranía total, a su juicio. El origen de esa hegemonía, como señalamos, es la utilización de la obra del filósofo Italiano Antonio Gramsci, quien pasa a ser uno de los autores más analizados en el texto, pero al mismo tiempo es muy pobremente referenciado en la bibliografía, apenas superficialmente. Se trata del autor que impuso la noción de hegemonía cultural y es considerado el teórico de la importancia del poder cultural. Otros culpables de la hegemonía de la izquierda en la cultura son los filósofos alemanes fundadores de la Escuela de Frankfurt, especialmente debido a su crítica a la sociedad burguesa, en tanto no sólo explota al ser humano, sino también que lo aliena culturalmente y lo enferma.

Esta crítica al capitalismo recibe toda clase de condenas, porque al fin, la batalla cultural debe estar dirigida a explicarle a la gente y a la sociedad en general que el capitalismo de libre mercado es sin dudas el mejor de los mundos posibles. Laje entiende que la batalla cultural debe ser, al final, una gran clase de economía, a partir de la incansable fórmula del “dato mata relato”, repetida –como todos escuchamos diariamente–, por ejemplo, por la derecha nacional, que pretende a partir de un verdadero fetichismo económico evidenciar que las cifras de la economía capitalista no dejan lugar a dudas del bienestar y la felicidad que se alcanza en el sistema.

Laje propone que debe reconsiderarse el propio uso de la palabra derecha, que lejos de ser un término de rechazo, debe estar orientado a dar forma a un “nosotros”, y esa construcción política se realiza a través de batallas culturales diarias.

¿Y ese nosotros político a quiénes incluye en la propuesta de Laje? La lista de los principales sujetos hacia los que la derecha se dirige para sumarlos a sus filas y hacerlos parte de su proyecto son:

  • varones cansados de la demonización masculina.
  • mujeres hastiadas de la victimización ideológica a cambio de privilegios legales.
  • heterosexuales que no quieren asumir culpas que no tienen.
  • homosexuales que no quieren ser instrumentos políticos de la izquierda.
  • “blancos” a los que se les dice que están malditos por su raza.
  • negros que no admiten que el odio sea bueno en las relaciones.
  • inmigrantes legales que no tienen que aceptar que otros no tengan los requisitos que ellos sí.
  • empresarios de todo tamaño que creen que el socialismo destruye la riqueza.
  • obreros y trabajadores que no ven cómo el cambio de sexo, la dieta vegana o el lenguaje inclusivo puedan tener algo que ver con su vida real.
  • religiosos y hombres de fe, cansados de ser atacados y ridiculizados.
  • no creyentes que valoran la libertad de culto.

Suma además a todos aquellos cansados de los centrismos bienpensantes, afirma Laje, que gobiernan para la llamada progresía.

Se trata de una batalla total, de una verdadera guerra de guerrillas pero cultural que se hace en todas partes, y sin la constitución de un “nosotros” se vuelve una simple reacción corporativa. La batalla cultural es entendida entonces como el centro de gravedad de la construcción de la derecha como un “nosotros”.

Afirmamos que se volvió un mito útil para la derecha y para las clases dominantes, porque les permite presentarse como dominados y débiles en el orden de la cultura, ante una izquierda poderosa que los subyuga y domina.

El mito de la hegemonía cultural de la izquierda

La idea de la existencia de una hegemonía cultural de izquierda se volvió lo que podemos llamar un mito, es decir, un discurso fuerte para la derecha, que es repetido en cuanta oportunidad tienen, como si se tratara de una verdad revelada y absoluta.

Afirmamos que se volvió un mito útil para la derecha y para las clases dominantes, porque les permite presentarse como dominados y débiles en el orden de la cultura, ante una izquierda poderosa que los subyuga y domina y que impone su poder cultural sobre la sociedad toda.

La convicción de la supuesta hegemonía cultural de la izquierda tal como la entiende la derecha no es el resultado de investigaciones ni de análisis, se trata de un mito que como relato adquiere una enorme fuerza simbólica. Les permite, además de victimizarse, justificar su reacción y su violencia que en el último tiempo se ha mostrado particularmente intensa, es decir, se muestran altamente agresivos, pero entienden que solamente se trata de una violencia de defensa necesaria, ya que son víctimas de esa hegemonía que les impone la izquierda y a la que es necesario enfrentar en defensa de la patria y de los valores históricos nacionales que nos han caracterizado como nación. El mito al mismo tiempo evita que se ubiquen en el lugar de detentadores del poder, transfiriendo la posición de privilegio a los dominados, y al final invierte la relación de poder en la sociedad. El dominado es puesto en lugar del dominante, cuestionado y enfrentado como tal.

Tal victimización les justifica pensarse en un escenario bélico y actuar en defensa del país todo. El mito presenta la violencia de la derecha y su acción política y simbólica como una rebelión, como una resistencia y un acto de justicia, es decir, se transforma en violencia justificada, una legítima defensa a un supuesto avasallamiento cultural por parte de la izquierda.

Las explicaciones parecen burdas e infantiles, sin embargo, son altamente efectivas, y para muchos, convincentes.

El relato de la derecha actual de la batalla cultural está construido como la descripción de una verdadera guerra. Una importante senadora de la República gritaba hace poco tiempo: “Es una guerra, señores, es una guerra”. Y no exageraba. Así lo entienden y así actúan.

Aunque su forma de presentación es novedosa, ajustada a los tiempos que corren, se parece mucho al viejo relato de autodefensa norteamericano. Siempre me defiendo de un otro que me agrede, siempre soy una víctima que no tengo más salida que defenderme, yo defiendo el bien y la libertad, el culpable siempre es el otro, y las acciones del otro son las que siempre justifican mi agresividad y violencia.

Recordemos que el autor de los libros mencionados es un egresado del Center of Hemispheric Defense Studies de la National Defense University de la ciudad de Washington. Difícil es creer que se puede pasar impunemente por una institución como esa.

Dominar simbólicamente

Partamos de entender que todo régimen de dominación debe crear al mismo tiempo las estructuras económicas de la dominación, pero también las simbólicas, que son en gran medida invisibles. No hay dominio sin dominio simbólico. He aquí el punto central. El neoliberalismo (Laje considera un guía contemporáneo imprescindible a su fundador Friederich Hayek, citado permanentemente y quien proporciona la línea ideológica más importante de la derecha) es hegemónico y sin embargo no se presenta como tal. Acusa a la izquierda de ser hegemónica. Según establece Pierre Bourdieu, si algo caracteriza a la sociodicea burguesa (es decir, el conjunto de relatos que justifican el orden de jerarquías y privilegios de dominación) es concederles a aquellos que dominan el privilegio supremo de no evidenciarse y exponerse como privilegiados.

Los mitos neoliberales son fuertes, se vuelven verdades sociales a fuerza de repetirse, y hay que conocerlos para poder combatirlos.

Fabricio Vomero es licenciado en Psicología, magíster y doctor en Antropología.

Referencias

AAVV. Colectivo Entre. (2019). La reacción. Derecha e incorrección política en Uruguay. Estuario Editora. Montevideo.
Bourdieu, Pierre. (2015). Intervenciones políticas. Un sociólogo en las barricadas. Siglo XXI. BsAs.
Camus, Jean-Yves. Lebourg, Nicolas. (2020). La extrema derecha en Europa. Nacionalismo, xenofobia, odio. Capital Intelectual. Le Monde Diplomatique. BsAs.
Laje, Agustín. Márquez, Nicolás. (2016). El libro negro de la izquierda latinoamericana. Pesur Ediciones. BsAs.
Laje, Agustín. (2022). La batalla cultural. Reflexiones críticas para una nueva derecha. Hojas del Sur. BsAs.
Stefanoni, Pablo. (2021). ¿La rebeldía se volvió de derecha? Siglo XXI. BsAs.