“Pobres, lo que se dice pobres, son los que son siempre muchos y están siempre solos”. Eduardo Galeano, Pobrezas.

Comparar, comprender las semejanzas y diferencias discursivas entre dos oratorias enmarcadas en un mismo contexto, será la herramienta analítica base de este artículo, la que nos da un indicio para comprender el desempeño del actual gobierno uruguayo en el marco de las relaciones internacionales y de las políticas de integración regional.

Dialogaremos entonces en base a los discursos del actual presidente uruguayo Luis Lacalle Pou en la rendición de cuentas del año 2021 (realizado en marzo de 2022) y 2022 (realizado en marzo de 2023). En ambos discursos, el presidente acudió ante las dos cámaras del Parlamento uruguayo para presentar a la sociedad los resultados del gobierno de acuerdo con lo planificado.

Con fines analíticos, tomamos los dichos del presidente en el apartado Relaciones Internacionales. Colocaremos en discusión el modelo de integración regional sugerida y practicada en el actual gobierno. Notamos que en ambos discursos no hubo grandes diferencias en los resultados expuestos.

Relaciones Internacionales: ¿sinónimo de comercio exterior?

En la política externa del gobierno de Lacalle Pou se observa un claro sesgo hacia el predominio del comercio exterior. Los dos discursos analizados focalizan la atención en destacar el comercio exterior en el apartado de Relaciones Internacionales. Este hecho nos da el indicio hipotético e interpretativo para concluir que la gobernanza en materia de Relaciones Internacionales está sesgada en conseguir una mayor inserción en el mercado económico y financiero internacional; y me atrevo a agregar, de corte neoliberal.

Como menciona David Harvey en su libro Neoliberalismo, historia e implicaciones, el neoliberalismo en las Relaciones Internacionales es “utilizado para ampliar mercados como una teoría económica y política, a la vez que un patrón dominante de acumulación del capital”. Aquellas políticas económicas adeptas a esta teoría ponen el foco en el bienestar humano, ampliando las libertades y capacidades emprendedoras individuales, tal cual parece seguir esta administración.

Esto es posible si hay una estructura institucional creada y preservada por el Estado (preservando la integridad del dinero, creando nuevos mercados y asegurando el funcionamiento de los ya existentes) que establezca sólidos derechos a la propiedad privada, libre mercado y libre comercio, nada extraño si analizamos en profundidad a la actual gobernanza.

Dos modelos contrapuestos que ponen en jaque al Mercosur

En este marco, la narrativa del gobierno tiene dos pilares. En primer término, ampliar y crear nuevos mercados y rutas comerciales, con o sin el proceso de integración del Mercosur, y en segundo orden, se observa un intento somero y abstracto de cooperación para el desarrollo (siendo muy benevolente con los adjetivos), mediante un acercamiento con Brasil y Argentina con fines de mejorar la infraestructura fronteriza.

Con respecto al primer punto, se repiten frases como “apertura comercial”, “abrirse al mundo”, “coordinar estrategia con el sector exportador”, “ampliar mercados y tener accesos a la mayor cantidad de países”, “flexibilización”, avances de los Tratados de Libre Comercio (TLC) con China y Turquía. A su vez, el presidente se tomó un tiempo para comentar cómo se trabajó en 2022; mencionó que se logró la apertura de 33 nuevos mercados (cuestión que al oyente de la oratoria le cae simpático, pero en la praxis ya estaban abiertos, lo que se “logró” fue colocar productos): colza a Chile, trigo a Ecuador, arroz a Guatemala, arándanos a Israel, cítricos a Perú, carne ovina y bovina a Egipto, lengua bovina a Japón, nueces a Reino Unido, entre otros.

La novedad del informe fue la postura retórica diplomática al instar e insistir en abrirse al mundo invitando a Argentina, Brasil y Paraguay como Mercosur. No descubrimos nada con mencionar la importancia histórica, geopolítica, económica y demográfica en el concierto internacional de Brasil, ergo, lo que modificó el escenario político actual y la postura más negociadora y conciliadora del gobierno uruguayo fue la asunción del presidente Luiz Inácio Lula da Silva y del Partido de los Trabajadores el 1º de enero del corriente año al Palacio de Planalto, en Brasilia.

Ahora bien, la negociación no implica cambio de dogmatismo político, es decir, no implica que el gobierno uruguayo haya modificado la visión de consolidar más acuerdos comerciales. El primer mandatario uruguayo propone a sus socios del Mercosur sumarse a los futuros acuerdos y salir de “una de las regiones más proteccionistas del mundo que perjudica a los uruguayos”. Es lógico, para la política económica que traza el gobierno, el comercio exterior es fundamental, serán los exportadores quienes traigan los dólares al país, quienes den empleo y ello derrame dinero a la economía, y para esos fines el Mercosur y la región están siendo proteccionistas: un “corset”.

La parálisis del Mercosur se concentra en las bases mismas de las políticas económicas que están llevando sus miembros. Hay dos bloques bien marcados (un empate catastrófico para avanzar). Uruguay y Paraguay hoy pretenden llevar a cabo una integración económica, es decir, un integración capaz de ampliar mercados, mejorar la inserción internacional de los actores no estatales (como empresas privadas), favorecer ciertos vínculos empresariales regionales y subregionales, especializar la economía en las actividades que son más productivas (por sus ventajas comparativas), aprovechar las economías de escala, generando una mejor posición en el plano internacional como bloque o unilateralmente. Mientras tanto, el regionalismo posliberal llevado adelante por Argentina y Brasil busca establecer alianzas profundas y eficaces como Estados y como región, capaz de hacerle frente a la globalización y sus crisis. Para ello buscan alcanzar el objetivo de una integración desarrollista, es decir, aumentar la autonomía regional y nacional, mejorar la posición de cada país. Son economías que creen que la globalización y la integración neoliberal produjeron un debilitamiento del Estado en detrimento de empoderar ideas de desarrollo marcadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Banco Mundial (BM), entre otros organismos multilaterales de crédito.

Lo que es catastrófico es un Mercosur sin objetivos claros, ya que esto paraliza y debilita a la región.

La integración desarrollista presta menor atención a la agenda económica y comercial, y se vuelca al retorno de la “agenda de desarrollo” con políticas que pretenden distanciarse de las estrategias de la liberalización comercial, con un mayor papel de los actores estatales en detrimento de los actores privados. Pretenden realizar una cooperación intensa en ámbitos no comerciales, como la cooperación sur-sur, paz, seguridad regional, medio ambiente, preocupación por las dimensiones sociales (pobreza, desigualdad, justicia social, conciencia de género, pluralidad), disminuir las asimetrías en cuanto a niveles de desarrollo, con preocupación por la falta de infraestructura regional (mejorar conectividad intra y extra bloque), énfasis en la búsqueda por seguridad energética, promover una mayor participación y legitimación social de los procesos de integración, basados en la idea de soberanía regional.

La “agenda positiva”

El siguiente punto objeto de análisis es la denominada agenda positiva, que son aquellas políticas de fronteras aplicadas a la mejora de infraestructura, conectividad, logística, protección fronteriza y territorialidad. Se busca en este marco con Brasil la utilización de ríos y lagunas mediante el dragado del canal Laguna Merín-Laguna de los Patos, realizar el puente Río Branco-Yaguarón y el aeropuerto binacional de Rivera. Con Argentina, se busca financiar el puente Monte Caseros-Bella Unión mediante el Banco de desarrollo de América Latina (CAF).

En este punto en particular, es más fácil llegar a un consenso ya que ambos modelos de integración persiguen los logros de infraestructura: el modelo liberal la persigue para obtener mayor conectividad mediante la ampliación de rutas comerciales a través de hidrovías, puentes carreteros y aéreos para poder comercializar, brindando un canal positivo a las empresas transnacionales que se quieran instalar en el país, mientras que a la integración desarrollista le interesa mejorar la infraestructura para poder intercambiar entre los países miembros del bloque y extra bloque a fin de que la región se desarrolle en conjunto, mediante la disminución de las asimetrías comerciales.

¿Qué futuro nos espera?

Con el panorama expuesto, la pérdida de Brasil como aliado político y bajo el esquema geopolítico que está transitando el Mercosur, sería conveniente y plural pensar en una política externa con carácter altruista, de al menos una integración productiva, es decir, cooperar y sintetizar esfuerzos mancomunadamente para maximizar la satisfacción de los mercados consumidores de cada país miembro del bloque, mediante la comercialización de bienes y servicios entre sí, aprovechando las economías de escala, la productividad y la protección del arancel externo común, reteniendo divisas en la región, comenzando de alguna manera a fortalecer la debilitada autonomía regional.

Se hace menester establecer un debate serio que coloque como premisa las limitaciones o los costos y beneficios de flexibilizar, colocar en tela de juicio la utilización de instrumentos como los TLC, aquellos que promueven la inversión de capitales extranjeros, la apertura desmedida del mercado que desprotege la industria y el capital nacional, la falta de lógica de las políticas impositivas débiles aplicadas a las empresas exportadoras, sean de capital nacional o transnacional.

Es adecuado en esta instancia de debate sopesar el rol del Estado. La lógica binaria coloca en disyuntiva un Estado recaudador o articulador, es decir, que redistribuya la riqueza con equidad o que articule para que las clases dominantes prosperen y así derrame dinero en la economía. También se presenta como una disyuntiva limitar la llegada de empresas transnacionales que condicionan e imponen nuevas reglas de juego en el mercado nacional o conceder libre movilidad de capital, controlar el ingreso del capital imperialista (aquel que domina el sistema internacional) o dejar que este se apodere de nuestro mercado, limitar la dependencia estructural de capitales extranjeros o depender de la llegada de nuevas células transnacionales.

Los modelos económicos, sus costos y beneficios, las disyuntivas de cada modelo son discutibles. Ahora, el relato utópico del Estado recaudador suena más plural, altruista, equitativo, heterogéneo socialmente hablando. Me refiero a la teoría de un Estado que fomente e incentive el crecimiento de capitales nacionales de pequeña y mediana escala, que limite la concentración, centralización y acaparamiento de tierras productivas en manos de unos pocos, que trabaje en pos de fraguar la viabilidad nacional, el desarrollo industrial y económico, favoreciendo una mayor autonomía política y densidad tanto nacional como regional, disminuyendo en contrapartida la dependencia exterior.

Lo que es catastrófico es un Mercosur sin objetivos claros, ya que esto paraliza y debilita a la región. Establecer estos debates de modelos de integración y economías son de orden para consolidar (o de lo contrario disolver) la inserción internacional de un Mercosur con peso en el concierto internacional (económico, social, político, demográfico, cultural) capaz de atenuar lo mayor posible la hegemonía imperialista en nuestro territorio. Eso es soberanía.

En caso contrario, una menor integración implicaría realizar alianzas extra bloque, con países imperialistas como China o Estados Unidos, o con bloques regionales como la Unión Europea y sus estados miembros, que pueden ser destructivas para nuestra economía, ya que negociar intercambios comerciales con estas potencias es desfavorable por cuestiones de asimetría económica, lo que traería aún mayor dependencia estructural.

Adrián Larroca es licenciado en Relaciones Internacionales e Integración por la Universidad Federal de Integración latinoamericana (UNILA), Brasil.