Por qué duele el amor es el título de un excelente libro de Eva Illouz. Expone con visión crítica la persistencia en la modernidad de algo que todos y todas padecemos, sufrimos y gozamos. Afirma que los feminismos han sometido al denominado “amor romántico”, de cuño patriarcal, a una “crítica radical”.

Sin embargo, en la vida cotidiana, en la convivencia social, sea cual sea la modalidad, el deseo de amar sigue actuando en su fuerza creadora, y opera también en los malestares que casi siempre quedan atrapados en los espacios individuales. O son motivo de conversaciones de intimidad con amistades muy cercanas. A pesar de todo, el amor duele.

Dicho esto, me formulo una pregunta: “esto” del amor, de los afectos, ¿está fuera de los programas y el pensamiento político de la izquierda? ¿No existe como materia de análisis? De los embalajes, los deseos, los sufrimientos y malestares que ocasiona.

Es de hacer notar que amor y odio siempre están muy cerca uno del otro. Son del campo que obtura o potencia la construcción de ciudadanía, la vida cotidiana, los esfuerzos, sacrificios y aventura del vivir. Los hombres y las mujeres no sólo somos sujetos de producción o sujetos de poder. También vivimos y usamos mucha energía mental y física en estos recovecos de la vida. Aun superado el amor romántico, el deseo, bajo otras formas, persiste. Y el campo más amplio de los afectos compone un espectro existencial que determina muchas fases de la vida.

¿Son fallas individuales?

Generalmente lo remitimos a falencias o fallas individuales. Nunca miramos más allá, abarcando las instituciones, que precisamente instituyen formas de ser. Remedios del mercado: mil modelos de terapias, libros de autoayuda y, como siempre, de la big pharma, medicalización in totum.

El campo de la afectividad constituye nudos que también hacen a la buena o mala convivencia en el seno de las organizaciones sociales. No hay que ser muy perspicaz ni sociólogo ni psicólogo social para percibir y sentir que hay un malestar extendido en la vida cotidiana que alcanza a la convivencia y a la vida de los grupos sociales nucleados por la militancia. Conviven con impulsos y buenos ejemplos de solidaridad, ayuda y acciones por el bien público.

Quien diga que los narcisismos, autoritarismos, celos y envidias –eso tan humano2– no están presentes y producen efectos y afectos se miente a sí mismo. Peor aún, nos mentimos en eso tan difícil que es la construcción de lo colectivo. Decimos una cosa, pero en los hechos ocurren otras que son en rigor la crisis de la grupalidad. Con benevolencia –y respondiendo a la pregunta del título– diría que estamos en negación. O en omisión, al no colocar ese tema crucial en la vida de la gente en la agenda política. Esto sí es un problema. Máxime cuando el ideario más avanzado de izquierda identifica la democracia radical y la participación comunitaria como clave para el desarrollo humano de un nuevo mundo posible.

No se trata de “problemas personales”. Se extienden como malestar colectivo con varias secuelas de intensidad en la convivencia. Vivir no sólo es una existencia económica y social. Vivir es sentir, ver y compartir una idea racional y afectiva del mundo y su gente. Hoy se vuelve más claro que el amor y los sentimientos nos afectan de manera intensa y ocupan lugares relevantes. Nunca lo registramos en términos políticos. Sí, políticos. La derecha sí lo ha hecho. He ahí una de sus fortalezas actuales.

Nancy Cardoso, obispa metodista feminista, expresaba: “La gente va a buscar elementos por los que expresarse, porque no ve condiciones creativas de participación en los procesos sociales de cambio. (...) Las iglesias son una respuesta a esto. Opio, paraíso, analgésicos. Después está lo que queda en los territorios, que es la milicia, la policía y el tráfico de drogas. Todo eso es contra los pobres en los territorios”.3

¿Qué es la subjetividad?

¿La subjetividad es un mero reflejo de “lo objetivo”, como enseñaban los vetustos manuales del marxismo dogmático? ¿O es algo que se produce? A partir de la nueva literatura en los 70 de varios autores (Michel Foucault, Jacques Derrida, Félix Guattari y Gilles Deleuze) analizando los mecanismos de poder y el nuevo disciplinamiento de las sociedades, no hay dudas de que es un modo de producción. Es una producción que hace posible otros horizontes. En el Río de la Plata surgió en los años 60 una corriente influyente de la psicología social (Enrique Pichon Rivière) que aporta un cúmulo de herramientas y enfoques que sin embargo no se han transformado en modelos de interpretación y de cambio a nivel de las izquierdas. Queda como un asunto “académico”.

Ahora vivimos una crisis de lo social que, en forma abrumadora, replantea los temas de la grupalidad y la subjetivación. No forman parte de los modelos de educación política o popular. Deberían.

Hay un cúmulo de dificultades, irritaciones, bloqueos y luchas menores por pequeños lugares de poder, reales o virtuales de futuro poder. A veces ni eso. Es sólo la necesidad de figurar para lograr por cualquier medio un mínimo, pobre reconocimiento. Merecido tal vez, pero nunca explicitado. Una de las hipótesis es que la subjetividad individualista hegemónica tiene como sujeto a un Yo muy devaluado. Recurrimos a miles de malabares porque una mezcla explosiva nos ha lanzado al in-diviso (individuo) a ganar, competir con el otro, sobresalir y consumir. El yo devaluado es una de estas premisas.

"La economía es el método, es el objeto de cambiar el corazón y el alma“1

En notas anteriores intenté describir fenómenos que nos atraviesan. La explosiva expresión de masas de las nuevas derechas (Las hordas)4 u otros que se manifiestan en la práctica social de organizaciones populares, en particular en las izquierdas (Narcisismo y devaluación del yo).5

Estos fenómenos configuran dimensiones fundamentales que arrojan el modo de producción capitalista actual y la ideología que ha promovido. No sólo como ideas racionales, sino precisamente como producción de subjetividad. Un entramado de sentimientos, afectos, indignaciones y otras pasiones que son tan duras como un programa económico. Es más, los economistas incorporan cada vez más el sesgo psicológico y emocional en las decisiones y opciones.

La inseguridad y el miedo, el goce de la vida y la búsqueda del placer deben ser incorporados como modos de existencia tan importantes como las dimensiones económicas.

Luego del fracaso al no preverse la recesión de 2008, el autor norteamericano Robert Schiller, coautor del paradigmático libro Animals Spirits, publicó varios artículos preguntando: ¿Para qué sirven los economistas?

Esta producción de subjetividad fluye y está presente en todos sus aspectos, buenos o malos, modelando la vida cotidiana. Vida cotidiana, grupalidad y subjetividad son pilares que hay que incorporar al análisis de coyuntura y a las perspectivas de largo plazo. Hacen al desarrollo humano.

La inseguridad y el miedo, el goce de la vida y la búsqueda del placer deben ser incorporados como modos de existencia tan importantes como las dimensiones económicas.

Si no lo hacemos como objeto de estudio y prácticas políticas concretas, lo dejamos en manos del mercado. De la manipulación del deseo, individual y colectivo. De la derecha que estudia y analiza.

“La era del individuo tirano”

La ideología liberal ha impuesto lo que expresa el título del libro de Éric Sadin La era del individuo tirano, cuyo subtítulo es más elocuente: El fin del mundo común.

“En el destello de unos diez años, las conciencias pasaron de la fe colectiva, de la verificación generalmente sentida respecto del valor del modelo, a la constatación más amarga según la cual se instalaba sin pausa una gigantesca máquina económico-política estrictamente destinada a producir, a disciplinar y a consumir”, sostiene el autor.6

Abordar esta problemática no es un ejercicio especulativo en el sentido filosófico.

Es en el terreno de la vida cotidiana, en el del funcionamiento de la acción política y en el de la vida de las organizaciones sociales y políticas, de la izquierda, donde se desarrollan tensiones, desagrupación, falta de vida común y hasta violencias pequeñas y grandes.

Las pretensiones sanas de igualdad social y de abatimiento de todas las inequidades de género, raza o clase, han llevado muchas veces a masificar, a homogeneizar todo el campo social. Lo mismo ocurre con el enfoque productivista que caracterizó los ensayos del socialismo llamado real. No se consideró suficientemente la singularidad que tenemos como fuerza al servicio desde y hacia lo social. Las diferencias. La frase de Rosa Luxemburgo es sabia: un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y sobre todo, libres. Sintetiza lo que todavía sigue siendo utopía, porque los modelos de socialismos conocidos no lo han logrado.

La singularidad es aquello que nos es propio, pero no en el sentido de in diviso, como pretende el liberalismo, sino la piedra preciosa de un mundo singular, nuestro, afectivo, diferenciado, que se puede potenciar y que es producto y está al servicio de lo común.

En esa falla de la singularidad es por donde se coló la ideología liberal que hoy es hegemónica. Peor: es antesala, casi inevitable, de una nueva forma de masificación. El neofascismo que no admite, al decir del escritor, poeta y músico Alejando Dolina, ningún matiz, ninguna diferencia.

Desde el alma, vals

Estos temas quedan relegados al núcleo de deseos en el que trabajan muy bien las campañas de comunicación de la derecha. O cuando las izquierdas se avivan de que hay que dar otros mensajes. Nos quejamos, pataleamos, denunciamos la manipulación de redes y medios, pero mientras tanto seguimos creyendo que la comunicación es un tema ad hoc, relegado o a una comisión de propaganda o a una agencia de publicidad. El conjunto de nudos existenciales, afectivos y del dolor del amor quedan siempre ocultos y sin revelar, excluidos del abordaje y la consideración. No estoy proponiendo convertir a los comités de base en grupos de terapia colectiva. Ni de fundar consultorios sentimentales para acompañar este sufrimiento.

Sólo propongo señalar que existen, intervienen en la vida cotidiana –tener que señalarlo parece absurdo– y son esas, sí, las famosas pautas culturales que debemos modificar. Producir. Quien haya escuchado los discursos del diputado francés Jean-Luc Mélenchon, o de la maravillosa diputada negra Rachel Keke divulgados por las redes, liderando la reacción popular contra la reforma jubilatoria, podrá entender lo que es hablar con el corazón y de la vida. No son sólo cifras que abordan, bien, la racionalidad de esta nueva reestructura. Se trata de nuestras vidas. Empezando por cuestionar la forma de ver, sentir y existir. Construir, producir nuevas subjetividades.

Milton Romani Gerner es licenciado en Psicología. Fue embajador ante la Organización de los Estados Americanos y secretario general de la Junta Nacional de Drogas. Agradezco los aportes para elaborar esta nota de: Virginina Martínez, Ana María Pomi y Dra. Gabriela Etcheverry.