El sueño de ser “pedagogo” ha anidado con fuerza hace unos cuantos años en el alma de muchos uruguayos. Al consabido engaño de pensar que por el mero hecho de ser o haber sido estudiante cualquiera puede opinar de educación como si fuera un profesional del área, se suman otras profesiones que intentan presentarse como tales. Es el caso en especial de abogados y economistas, aunque no sólo de ellos. Me pregunto: ¿qué pasaría si mañana apareciera un anuncio que me presentara por ejemplo a mí, que soy profesora de Literatura, dando una conferencia sobre el diagnóstico económico del Uruguay? ¿O sobre la propuesta de creación de un código jurídico? Sin embargo, con frecuencia, encontramos a personas que no tienen formación profesional específica en lo educativo dando conferencias o presentando proyectos sobre educación de niños/as y adolescentes. Creen tener la varita mágica porque dieron algún día un seminario o algunas conferencias en cierta Universidad.

Esto ha llevado a banalizar los temas educativos en el discurso público, generando ciertas fantasías propias de quien tiene una varita mágica, como si no importaran los procesos, el tiempo que llevan los desarrollos singulares de las personas con las que los educadores nos involucramos cada día, el conocimiento de sus realidades, entornos, características personales, etarias y sociales, la distancia entre el saber sabio del que es portador el sujeto enseñante con el saber enseñado, las metodologías que debe conocer pero sobre todo diseñar para poner en práctica en cada acto educativo, sumado a las realidades institucionales en las que se encuadra el aula que habita junto a sus estudiantes. 

Parece que nada de esto importa. Por eso, en este país puede salir un legislador que es abogado, el diputado colorado Felipe Schipani, a hacer aseveraciones a todas luces erróneas sobre los últimos resultados de egreso de Bachillerato de 2022, achacándole su supuesta mejora a una transformación educativa que además de impuesta (sin los docentes y contra ellos y ellas), comenzó a implantarse en estos veinte días hábiles del mes de marzo. La maravilla prodigiosa propia del efecto de la varita mágica es que esa transformación tenga además resultados por anticipado.

Por lo dicho, porque vivimos en Uruguay, el país de los tres millones de pedagogos pero en el que hay faltantes de docentes para ciertos campos del saber, este abogado se percibe a sí mismo con condiciones para establecer que esa mejora en los egresos “es fruto de la estrategia de acompañamiento y tutorías”, como si él supiera cómo se diseña un acompañamiento a un joven o en qué consiste una tutoría. Significantes vacíos que se repiten porque aluden a alguna actividad que debe ser buena porque suena bien y aparece con frecuencia en los discursos que se ofrecen en prensa.

Si la estrategia es eliminar las exigencias y hacer que todos pasen de año más allá de sus desempeños, estaremos pronto en los primeros lugares del ranking de países que tanto les preocupa a algunos.

Como uruguaya, desearía sinceramente que el aumento en los egresos fuera fruto real de los aprendizajes pero es necesario salir del engaño que evidentemente tiene fines políticos y recordar que la flexibilización extrema que se aplicó en 2020 y 2021 a causa del ritmo entrecortado de los cursos provocado por la pandemia se sostuvo sin causa que lo justificara y sin previo anuncio a fines de 2022. Así, los profesores trabajaron todo el año en consonancia con el Reglamento de Evaluación y pasaje de grado vigente antes de la pandemia, pero en uso de su varita mágica, las autoridades decretaron en las últimas semanas de clase un menú de flexibilizaciones entre las que se destacaron especialmente no considerar las inasistencias para la elaboración del fallo final y bajar la exigencia. Por lo tanto, en Bachillerato, nos encontramos todos (profesores, adscriptos, directivos, familias) con la sorpresa de que ya no era necesario lograr la promoción con 8, sino que alcanzaba con un 6. Todas estas medidas, repito, en las dos últimas semanas de clase, cuando los y las profesoras ya habían trabajado con un criterio durante todo el año. Confirmamos así que la falsedad impera y que lo único que han hecho es bajar los niveles de exigencia para lograr la promoción sin que importen los aprendizajes, sumado al profundo desconocimiento del tiempo necesario para ver resultados educativos. El tiempo en educación no es una variable cualquiera. El tiempo habla de la dedicación a trabajar, a suplir deficiencias de origen, a desarrollar habilidades y adquirir saberes, a aplicarlos. Tiempo de clase y de desarrollo.

Si la estrategia es eliminar las exigencias y hacer que todos pasen de año más allá de sus desempeños, estaremos pronto en los primeros lugares del ranking de países que tanto les preocupa a algunos. El problema lo tenemos los que nos preocupa la educación verdadera en términos del traspaso de la herencia y de dotar a nuestros niños, niñas y adolescentes de condiciones y herramientas para construir su proyecto de vida.

La varita mágica es un objeto empleado en el ilusionismo. Los docentes trabajamos con la realidad, no con lo figurado, y la realidad habla de necesidades sociales no cubiertas a causa de un estado que se retiró del territorio y dejó a la intemperie social a los más vulnerados. La realidad habla de una supuesta transformación educativa que de novedoso tiene casi nada y de figurativo lo tiene todo, y que gusta de hacer muchos trucos apoyada por los prestidigitadores de turno que usan la varita mágica para crear ilusiones.

Celsa Puente es profesora e integrante del colectivo Conversatorio sobre Educación. Fue directora general del Consejo de Educación Secundaria.