En tiempos recientes, en Uruguay y otras latitudes, la derecha ha mostrado cierto grado de preocupación por la adopción, por parte de la izquierda, del pensamiento de Antonio Gramsci, fenómeno al que le atribuyen la capacidad redoblada de esta última por infiltrar el tejido social, corromper el pensamiento y avanzar hacia el establecimiento de su dominación totalitaria.

Ante esto, bueno es repasar las circunstancias, el alcance y la significación que han tenido la lectura y la difusión de las ideas de Antonio Gramsci en el Partido Socialista del Uruguay.

Antes de 1973, algunos de nosotros tuvimos el primer contacto con su pensamiento a través de la valiosa colección de los Cuadernos de Pasado y Presente dirigida por José María Aricó, pero esta lectura quedaba eclipsada ante el peso que tenían en aquella época las lecturas más tradicionales de las diferentes corrientes del marxismo. Este contacto con la obra de Gramsci se prolongó durante la dictadura con una lectura más directa a través de la antología de sus escritos dirigida por Sacristán y editada por Siglo XXI en 1974.

En los años finales del ciclo dictatorial se produce un incremento significativo en la consideración de los aportes gramscianos entre los socialistas uruguayos, con influencia de la lectura que hace Juan Carlos Portantiero en Los usos de Gramsci (1983). Esto se da a partir de dos lugares.

Por un lado, algunos militantes que veníamos de los años 60 y 70, con todo el peso vivido del entusiasmo revolucionario, de batallas y derrotas y de la necesidad de repasar autocríticamente esos años para poder trazar los caminos futuros.

Por otro lado, jóvenes integrantes de la Juventud Socialista del Uruguay (JSU) y de lo que después se va a llamar “generación 83”, abiertos a las nuevas ideas y socializados en la lucha contra la dictadura con las banderas de la democracia.

A partir de estas dos vertientes, entre 1979 y 1991 se va a desarrollar un proceso de renovación ideológica e identitaria en el PS que está inspirada y sostenida en la lectura que hacemos del pensamiento de Gramsci, al punto de que un congreso partidario en 1987 aprobó una resolución que asume la renovación, a la que define, –refiriéndola al pensamiento de Gramsci– "democracia sobre nuevas bases".

Esto es el resultado de tres procesos confluyentes que vivimos en la dictadura.

Por un lado, la revalorización de los derechos humanos y de la democracia política perdida, a la que le estábamos dando un valor por sí misma y no meramente como instrumento.

Hacíamos desde el socialismo democrático una lectura y asimilación de las ideas gramscianas de la conquista de la hegemonía, como la difusión y activa identificación de las mayorías de la sociedad en la aceptación de un consenso en torno a otra propuesta y otra escala de valores, y que sólo sobre esa base se puede sostener un sólido proceso de cambio.

Por otro lado, una fuerte crítica a las experiencias del socialismo real, a la concentración de todos los poderes en el Estado-partido –esto antes de Gorbachov y de la Perestroika– y una afirmación del socialismo autogestionario.

En los años finales del ciclo dictatorial se produce un incremento significativo en la consideración de los aportes gramscianos entre los socialistas uruguayos.

Y en tercer lugar, un descubrimiento de la sociedad civil y de sus movimientos, no meramente como territorios a ganar para incidir en el Estado, sino como espacios donde también se gesta poder y se construye hegemonía, antes de un eventual acceso al gobierno y como condición necesaria para tal conquista. Fucvam, las policlínicas barriales, los sindicatos que se recuperaban nos mostraban la práctica, que después leíamos como las metáforas gramscianas, de la lucha de trincheras y de posiciones en la sociedad civil.

Más profundamente, vivenciábamos que una democracia profunda y una ciudadanía ampliada deben llegar hasta las esferas de la economía y de la vida cotidiana, articulando sociedad civil y sociedad política –el Estado, en el sentido amplio de Gramsci– y no separándolas como hace la dominación de la burguesía.

La aludida concepción de la democracia sobre nuevas bases condensa y expresa este conjunto de ideas y se ha ido profundizando y desarrollando en estos años, desde una primera presentación redactada por Aldo Guerrini en 1979 hasta una quinta versión en la Tesis 5 de 2012.

La segunda de estas versiones se elaboró en el marco de los procesos antes aludidos, en el verano 1983-1984 por una comisión especial designada por el comité central. Junto con un valioso compañero que hoy no integra nuestro partido, Jorge Papadópulos, defendimos la inclusión en este texto de los conceptos gramscianos y llevamos adelante exitosamente una discusión a la que a la distancia le otorgó gran valor: la democracia ya no aparece referida a una fase o etapa, sino que es un proceso que no se clausura sino que se profundiza desde la política hacia la vida económica y social, y confluye así con el socialismo.

La concepción gramsciana del bloque histórico también fue objeto de una atenta lectura. Gramsci planteaba que para su construcción la clase obrera debía superar sus posiciones corporativas y así poder construir su hegemonía con los campesinos, y de la misma manera nosotros en nuestra concepción de bloque popular alternativo planteamos la articulación de trabajadores, sectores populares y capas medias, lo que implica justamente no la suma de planteos sectoriales sino la construcción de un modelo de desarrollo que contemple a las mayorías. Y que tampoco se reduce a la alianza de una serie de organizaciones políticas y sociales, la cual, por supuesto, es absolutamente necesaria.

A partir de las Tesis de 1987, el PS difunde la concepción de los bloques en pugna en nuestro país, y este era un elemento central en el discurso del recordado compañero Reinaldo Polo Gargano.

El pensamiento de Gramsci ocupó un lugar muy importante en los cursos de formación del PS y de la JSU, condensados en una serie de notas que publicamos en Alternativa Socialista en 1986 y 1987, varias de las cuales fueron reunidas en un folleto que publicó la Juventud Socialista en 1988.

A esto agregaría el libro que compartimos con otros autores, Para comprender a Gramsci, publicado por el IDES, también en 1988.

Los años cercanos al triunfo de 2004 y sobre todo los 15 años del ciclo de gobiernos de la izquierda estuvieron centrados en la dimensión electoral y las imprescindibles tareas del gobierno y de la gestión. Obviamente, cumplir lo mejor posible con estas exigencias fue absolutamente necesario, pero también vemos hoy que la dimensión ideológica identitaria que confiere sentidos, genera entusiasmo y marca caminos de futuro debe ser siempre atendida y valorada.

Manuel Laguarda es integrante del Comité Central y del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Socialista (PS) y exsecretario general del PS.