Las y los docentes, desde que estas autoridades han tomado la decisión de implementar la “transformación educativa” como propuesta de cambio sustancial en el sistema educativo, hemos denunciado que no han tenido en cuenta ningún aporte realizado en los diferentes ámbitos de intercambio: ni a nivel sindical ni en los espacios de las asambleas técnico docentes (ATD). Por ello, no me resulta extraña ni nueva la declaración realizada por las listas mayoritarias de la ATD nacional, de quienes me consta su compromiso ético y pedagógico por encima de cualquier contienda político-partidaria.

Últimamente hemos presenciado a nivel de la educación cómo se utiliza “la teoría de los dos demonios” como propaganda de desacreditación de quienes alzamos la voz en discrepancia con la propuesta educativa de la “transformación”. Las autoridades sostienen la idea de que hay un rechazo sistematizado desde partidos políticos de oposición, y esa miopía las ha alejado de propuestas diversas que nada tienen que ver con un plan electoral.

Quienes estamos en el aula día a día buscamos fortalecer al estudiantado con diferentes perspectivas y reafirmando el carácter crítico y reflexivo frente a la realidad que se nos presenta. Esto implica juzgar, sentenciar, expresar y analizar desde la apertura y el compromiso con lo que estamos enfrentando. No somos “inocentes”, pero tampoco lobos buscando generar miedos infundados. Por ello hemos planteado desde años anteriores que la formación por competencias no busca ningún cambio sustancial, sino una forma de explicitar las habilidades pertinentes que venimos evaluando y considerando desde el modelo de contenidos y humanístico que sustentan nuestras prácticas educativas. ¿Por qué está aclaración? Para poder generar interés en el contenido a estudiar, es necesario que nuestros estudiantes tengan como mínimo ciertas habilidades –competencias– de lectoescritura. Imposible trabajar sobre la “nada”. No es posible realizar un análisis si no se comprende lo que se lee, y para ello se debió acreditar saberes anteriores, por eso, lo pretendidamente “nuevo e innovador” no tiene ninguna razón de ser.

En última instancia, lo que se busca es un recorte de lo académico y conceptual para preparar individuos que solucionen males mayores, operadores de un medio acrítico y apolítico, que sean mano de obra barata y no cuenten con la posibilidad de pensarse más allá de un futuro inmediato. Estas apreciaciones no son nuevas, desde hace mucho tiempo hemos solicitado una consulta en espacios pertinentes, no mediante un sesgado formulario online, sino debates y análisis en los que podamos contemplar el escenario que tenemos de nuestra actual población estudiantil.

Este escenario pospandémico implica una complejidad a tener en cuenta: los episodios de violencia que se están dando tienen que ver con la recuperación de la identidad institucional pospandemia. Recuperar nuestra identidad liceal implica asumir que roles que se habían resquebrajado por las circunstancias del covid comienzan a restablecerse, y que al mismo tiempo hemos generado nuevos vínculos a partir de una forma de enfrentar el duelo pertinente a dos años irregulares de asistencia liceal.

Este dato no puede excluirse de las vivencias actuales, ni tampoco puede ser tomado a la ligera; estamos en un escenario en plena construcción, con roles que se habían desdibujado y en permanente reconstrucción. Con situaciones de vulnerabilidad extrema que tienen que ver con un encierro sistematizado, y de una economía que sobrevive en función de los intereses de quienes sustentan el poder: resquebrajadas las relaciones interpersonales, los vínculos sociales, las ausencias de referentes adultos, sumado a la negligencia de una clase política que busca fines electorales, desde un lado como de otro de la balanza. Y la educación es la gran perjudicada en esta situación, con autoridades empecinadas en marcar lineamientos para la aplicación de “su transformación educativa”, mientras que quienes estamos en el aula somos testigos de incidentes como los del liceo Bauzá o Dámaso. Vidrios rotos, golpizas, violencia, altercados, gritos y falta de conciencia por parte de quienes deberían apoyar la resolución de una sala o el pedido desesperado de la suspensión de clases para realizar un día de conciencia, reflexión y planificación de actividades en pro de enfrentar semejante barbarie.

Hemos presenciado a nivel de la educación cómo se utiliza “la teoría de los dos demonios” como propaganda de desacreditación para quienes alzamos la voz en discrepancia con la propuesta educativa de la “transformación”.

No podemos seguir como si nada, no podemos ponernos frente a una clase y no reflexionar con los adolescentes. Es parte de un acto ético y político poder pensar las estrategias para comenzar a dar soluciones, a crear sentido de pertenencia institucional y seguridad en un ámbito acorde a una institución educativa. Frente a estas instancias y complejidades tenemos por momentos algunas autoridades que ofician de orquesta del Titanic, tocando al son de una “transformación” que ha generado incertidumbre y desazón en docentes que tienen más trabajo administrativo y menos tiempo y recursos para atender las necesidades del estudiantado.

La falta de presupuesto y la escasez de recursos humanos han generado vacíos perjudiciales ante consecuencias socioemocionales que transitan tanto estudiantes como docentes. A veces sentimos que nadamos contra la corriente, bailando la música de una orquesta que sólo intenta sobrevivir y sacar rédito político-partidario de situaciones de vulnerabilidad. Un claro ejemplo es, ante un paro, demandar quién tiene que hacerse cargo de instrumentar el alimento de ese día, una discusión que ha llevado a un enfrentamiento donde se develan los dos demonios: “los humanos y los inhumanos”, “los empáticos y los indiferentes”. En la segunda categoría entramos quienes tenemos una postura crítica, quienes buscamos soluciones, hacemos propuestas, colmamos las calles, denunciamos la falta de insumos, de personal, de profesionales, de respuestas prontas y concretas ante situaciones de violencia; una larga lista de quienes día a día enfrentamos el acontecer de una educación pública que se va deteriorando y descalabrando en cada instancia de no diálogo con quienes trabajamos en el aula.

Por ello debemos exigirnos seguir solicitando espacios reales de intercambio, demandar a las autoridades que escuchen a las y los estudiantes, sus necesidades, ya no hablamos de las nuestras, sino que sean visualizadas sus experiencias. Entender y reflexionar sobre esos actos de violencia y buscar establecer los vínculos y los roles pertinentes y, al mismo tiempo, respaldar las diferentes acciones que proponemos desde la experiencia y desde nuestra práctica educativa las y los docentes.

En definitiva, somos profesionales, por más que nos desacrediten; nos hemos formado y cada año planificamos actividades y un programa anual que es nuestra guía de viaje. Por ello reclamamos soluciones que busquen apoyar a las y los estudiantes y no en pro de una campaña electoral. Porque faltan días para 2024, y si seguimos así tendremos más que lamentar que vidrios rotos. Acá están en juego vidas, personas, familias y sobre todo la integridad física de quienes día a día estamos transmitiendo y cosechando valores humanos en pro de ciudadanos críticos, comprometidos y reflexivos.

Elisa Vidal es profesora de Filosofía de secundaria.