En el último artículo que escribí, titulado “¿Cómo escriben nuestras infancias?”, interpelaba a los docentes sobre los resultados poco optimistas que obtenemos de los niños en los diferentes espacios y disciplinas que involucran la lectoescritura, quizás buscando respuestas o causas que no se encuentran, poniendo sobre la mesa varias justificaciones, entre ellas, sociales, familiares, económicas, tecnológicas, e incluso causadas por un diagnóstico médico.

A partir de un artículo publicado en la diaria que concluía que el 24,2% de los estudiantes que ingresaron en 2023 a formación docente tienen “bajo desempeño” en lectura y escritura, me cuestioné cómo es la escritura de nuestros docentes. ¿Cómo van a escribir y leer correctamente nuestros alumnos si nuestros maestros no lo hacen?

El Consejo de Formación en Educación anunció diferentes acciones al respecto, entre ellas, un curso masivo en línea que apunta a mejorar la lectura y escritura de los futuros maestros. Por otro lado, cabe destacar que esta prueba se realizó a estudiantes de tercer año, cuando la carrera tiene una duración de cuatro años. ¿Cómo es posible que un estudiante llegue a un nivel terciario, casi profesional, no comprendiendo lo que lee, o no logrando expresar correctamente sus ideas por escrito?

La ética docente involucra, y tal vez sea lo más importante, las preguntas ¿cómo enseño?, ¿qué enseño?, ¿qué hago para mejorar cómo enseño?

Es aquí donde entran en juego varias cuestiones relacionadas con nuestra profesión, o, en este caso, la futura profesión: la ética docente, la responsabilidad por enseñar, un compromiso por una continua formación. Llegamos a este nivel por nuestros medios y porque otros docentes, nuestros formadores, nos lo permiten siendo muy pocos estrictos a la hora de evaluar nuestra forma de escribir y comprender. ¿Cómo es posible? La ética docente no sólo se basa en mantener en reserva acontecimientos que suceden en el local escolar, en la vida privada de los alumnos, con su familia, o preservar una charla con compañeros. La ética docente involucra, y tal vez sea lo más importante, las preguntas ¿cómo enseño?, ¿qué enseño?, ¿qué hago para mejorar cómo enseño? Y ahí está la clave: alguien que no escribe bien y no comprende lo que lee no puede enseñarle a otro a hacerlo.

En “¿Cómo escriben las infancias?” se le daba demasiada trascendencia a la tecnología, a la era de lo virtual en la que nacieron nuestros alumnos, pero ¿qué pasa con los adultos (maestros) y su escritura? Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación no tuvieron demasiada incidencia cuando aprendimos a leer y escribir, apenas existían, o el acceso era casi imposible. ¿Por qué nuestra lectura y escritura es mala?

Los maestros no somos perfectos, no somos máquinas ni robots que no cometemos errores. Cometerlos es lo que nos hace humanos, de ellos aprendemos todo el tiempo y esto les muestra a nuestros alumnos que los pueden cometer también. Pero es nuestra responsabilidad formarnos continuamente, estudiar, leer, escribir, realizar cursos, informarnos y formarnos. Es responsabilidad de aquellos que se atreven a enseñar a enseñar hacerlo bien, y esto involucra particularmente nuestra escritura y lectura.

Evelyn Marchicio es maestra de Educación Primaria.