Hemos presenciado desde el comienzo de la campaña electoral hacia las elecciones internas de los partidos políticos la instalación de un discurso que enunciaba el principio de una nueva forma de hacer política en Uruguay mediante la “renovación” y contrastando con la configuración partidaria tradicional, que representaban los partidos integrantes del sistema.

Tal renovación (encarnada por el candidato colorado a la Presidencia de la República) sorteó la interna de gran manera, venciendo al statu quo de un partido que estaba en decadencia y en caída libre. Esto no es sólo una opinión política, sino una realidad estadística: el socio del Partido Nacional tuvo su peor performance electoral y necesitaba instalar temas en agenda para posicionarse. Lastimosamente se usaron temáticas de gran sensibilidad para la ciudadanía, que urgentemente demanda soluciones a problemas coyunturales de convivencia.

Al comenzar cualquier análisis primario, resulta extraña la promesa de solución a dilemas que trascienden lo partidario, como lo es, por ejemplo, la salud mental o el bienestar animal; sin embargo, estas promesas esconden un pensamiento marquetinero que sólo se preocupa por estimar el crecimiento electoral de una figura y no la discusión programática sobre los problemas que aquejan al país. Estas acciones tienen una lamentable consecuencia (quizá buscada)… el descrédito en el sistema político como instrumento de transformación social.

Tal acción no es aislada, todos los sectores de derechas lo han instalado en la sociedad como un dispositivo para la polarización pública, el enfrentamiento y el odio social. La búsqueda de lograr desprestigiar a la política es toda una señal, en el entendido de que estos sectores tienen los aparatos del poder económico concentrado y del poder mediático hegemónico al servicio de sus ideas. El único instrumento al que la sociedad puede acceder para hacerle frente a esta embestida es la política, y con esta desprestigiada por gran parte de la ciudadanía, se pierde la única herramienta colectiva de cambio popular.

Durante estas horas hemos visto cómo se desmontan fácilmente estos discursos, no por la vía de la confrontación, sino por la de la realidad, que es la mayor condena al infundio en política. Quienes defendían las causas feministas acusan a las periodistas de psicópatas, aquellos que otrora resguardaban la noble causa de la salud mental usan padecimientos para referirse a sus pares, los férreos protectores del bienestar animal optan por no referirse a asuntos de polémica, como la caza o las jineteadas, finalmente, los defensores de la nueva política son los mismos conservadores de siempre con nueva chapa, pero con la misma intencionalidad; sin embargo, hay algo oculto (para nada menor): la deshonestidad intelectual.

Producto de la desesperación, del enojo o de la preocupación por los sondeos de opinión pública se le oculta a la ciudadanía cuál es la verdadera cara de la “renovación”: la de la mentira. Más allá de las diferencias que me separan del conservadurismo encarnado en el doctor Pedro Bordaberry, reconozco la diferenciación (quizá por experiencia política) a la hora de la confrontación de ideas. En cambio, por otro lado, hay un Partido Colorado disfrazado de falso centro, poco creíble… ¿Acaso alguien puede creer en un sublema de “centro” integrado por el señor Gustavo Zubía? Por supuesto que no. Prefiero disputar el modelo de país con el verdadero conservadurismo que defiende los intereses de una parte privilegiada de la sociedad y no una “riña” con falsos mesías que vienen con las peores prácticas emanadas de los extremos.

Producto de la desesperación, del enojo o de la preocupación por los sondeos de opinión pública se le oculta a la ciudadanía cuál es la verdadera cara de la “renovación”: la de la mentira.

Se proclama la defensa de la democracia, pero se alían con periodistas internacionales afines a Milei, financiados presuntamente por Vox y con nexos peligrosos con sectores de la sociedad, se realizan prácticas acusatorias de fake news reconociendo posteriormente el nulo sustento de tal imputación, o se incrimina por la prensa a opositores políticos de hechos sin base probatoria.

La realidad condena a los profetas del apocalipsis, pero debe hacernos reflexionar a pocos días de ir a las urnas para optar por el modelo de país que dirigirá los destinos de Uruguay en los próximos cinco años. ¿Qué país queremos? ¿Uno dirigido por expertos en marketing, o una patria conducida por personas con probada experiencia de gestión y articulación? ¿Optaremos por la mentira y el descrédito o por el afán de unir a una sociedad polarizada?

Hay dos modelos de país en juego, y en esta semana previa a las elecciones nacionales debemos meditar y razonar por fuera de los fanatismos. Tenemos una oportunidad única de darle una lección al poder de turno y rebelarnos contra una concepción disfrazada de novedosa, pero de origen pretérito.

Tenemos el deber de honrar el legado de quienes dieron su vida por la libertad y la democracia, y votar por un país donde la igualdad, la solidaridad y la justicia social sean prioritarias, honrando con hechos la acción discursiva.

Hoy ser uruguayo es ponerle freno a la impunidad de quienes pretenden engañar nuevamente a la ciudadanía.

Gastón Castillo es dirigente de Alternativa Frenteamplista, secretario de Juventud de la Coordinadora E y presidente del Comité Unidad - Teja El Capi.