En una nota anterior desarrollamos el concepto del moonshot (“disparo a la luna” en inglés), en referencia a la misión Apolo emprendida por Estados Unidos a inicios de los 60 del siglo pasado. Tras siete años, el proyecto logró su objetivo: un hombre caminando en la Luna. La antigua Unión Soviética tenía la iniciativa en la carrera tecnológica-espacial (primer satélite, primer animal, primer hombre en órbita) pero, con su logro, Estados Unidos conseguía superarla. El impacto de la misión no fue sólo geopolítico. Si bien el costo de la misión fue enorme —28.000 millones de dólares de la época—, el resultado económico global en términos de desarrollo tecnológico es inconmensurable pues, como describimos en la nota, son múltiples las innovaciones radicales y disruptivas no previstas que derivaron de su ejecución.
A partir de esa experiencia, en ciertos ámbitos empresariales el término moonshot se ha usado para caracterizar el posicionamiento frente a retos o desafíos tecnológicos e innovaciones que parecen inalcanzables. Se sostiene que, al proponerse objetivos mayúsculos, independientemente de obtenerlos al final, lo logrado seguramente esté más allá de lo considerado al inicio como posible. Por eso y otros factores, como ser el papel del Estado financiando y promoviendo la articulación de actores, hay quienes desde la academia proponen como estrategia los enfoques “orientados por misiones” para el desarrollo innovativo, incluso para problemas sociales.
Otra vía para obtener innovaciones radicales o disruptivas implica poner foco en las fronteras del conocimiento en diversas áreas. Los nuevos conocimientos científico-tecnológicos obtenidos podrán o no derivar en ellas. Suelen utilizarse los “disparos en perdigonada”, apoyando múltiples propuestas potencialmente innovadoras o promoviendo surgimientos de start up, nuevas empresas escalables, en sectores muy dinámicos como las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) o las biotecnologías. Se tiene claro que la mayoría de ellas no serán exitosas, pero con que sólo algunas de ellas lo sean, se justifica la financiación inicial realizada en todas, por más que eso lleve su tiempo.
Estos procesos implicados en innovaciones de tipo disruptivo se denominan como de “tipo X10”, pues los cambios obtenidos tienen repercusiones económicas muy relevantes. Analizar cómo es la trayectoria de captura de esas rentas derivadas de las innovaciones producidas por start up es un interesante punto. Más aún, parados en un pequeño país del sur global, pero quedará para otra nota.
¿Disruptivas vs incrementales?
No hay dudas de que apostar al desarrollo científico-tecnológico de punta en sectores definidos como estratégicos para el desarrollo del país (TIC, biotecnologías, energías verdes, etcétera) debe formar parte de la política pública en el área. No obstante, sabemos que las repercusiones en términos económicos ocurrirán en el largo plazo. Es una apuesta precisamente estratégica pero que hay que hacer desde ya.
Las innovaciones incrementales, tanto del punto de vista económico como social, deben constituir un componente esencial de la futura política pública de ciencia, tecnología e innovación de un nuevo gobierno progresista.
Pero hay otro tipo de innovaciones, las que son denominadas incrementales. En estos casos, el progreso técnico tiene resultados moderados en términos económicos. A diferencia de las anteriores, podemos llamarlas “tipo +10”. Son más frecuentes y más utilizadas, pues, en general, su apropiación es fácil. A veces esas innovaciones son bienes públicos, es decir, de no apropiación privada y de origen o promoción estatal. En otras ocasiones son “bienes club”, es decir, de uso de nichos colectivos determinados. Pero esos incrementos moderados, cuando implican mejoras permanentes, terminan teniendo impactos relevantes. O sea, si se quiere, pueden considerarse “disruptivas” pero por ser masivas.
Es frecuente definir la innovación como la incorporación exitosa al mercado de un nuevo producto o proceso o modo de comercialización u organización. Es una definición restrictiva pues, como hemos señalado, deja de lado las innovaciones sociales, es decir, aquellas que no tienen un fin comercial y sí de beneficio para la comunidad. No es el mercado el que las valida, sino su uso social. En ese aspecto, cabe afirmar, muchas innovaciones sociales son esencialmente de tipo incremental.
Como dijimos, las innovaciones disruptivas se focalizan en la frontera del conocimiento. Las incrementales, por su parte, se asocian a conocimiento ya obtenido o avanzado. En estos casos, muchas veces, sólo resta procesar una transferencia tecnológica. Es decir, expandir el uso y adopción de un conocimiento existente, tanto sea en términos productivos como sociales.
La revolución de las cosas simples
En el área agropecuaria, sector clave de nuestra matriz productiva, hay muchos conocimientos que se han validado tras investigación o adaptación nacional, pero no son utilizados masivamente. Hay problemas sanitarios (por ejemplo, bicheras, garrapatas) y productivos (por ejemplo, tasa de procreo) que podrían ser superados si esas tecnologías fueran adoptadas. O se podría, desde el vamos, articular a los actores para impulsar la creación y adopción tecnológica. Nos enfrentamos a un dilema, sin duda ideológico: ¿serán las fuerzas del mercado que por sí modificarán la situación? ¿O será necesario un Estado más proactivo que estimule, promueva ese proceso? La respuesta nos resulta clara.
Con relación a las TIC: ¿no resulta necesaria una mayor masificación del soporte informático en múltiples áreas estatales, empezando por los servicios públicos?; ¿no es necesario avanzar en eso como sustento del Sistema Nacional Integrado de Salud?; ¿y para el soporte de políticas sociales —IVA personalizado— dirigidas a los sectores más postergados? Todos estos son ejemplos de innovaciones que pueden concretarse en el corto plazo, por ejemplo, en el próximo período de gobierno.
Las innovaciones incrementales, tanto del punto de vista económico como social, deben constituir un componente esencial de la futura política pública de ciencia, tecnología e innovación de un nuevo gobierno progresista. Cuando se discute sobre el tema, eso muchas veces es olvidado. Hay que proponérselo como objetivo y diseñar instrumentos apropiados. Sin duda, es más atractivo, mediáticamente, hablar de las innovaciones radicales o disruptivas, pero las incrementales hacen a progresos más amplios. Y nuevamente, en un pequeño país del sur global, procesos sostenidos de mejoras técnicas masivas pueden hacer la diferencia. Y también la equidad.
Edgardo Rubianes es doctor en Biología y fue presidente de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación.